Oriana Fallaci es un misterio. Sobrevivió a la Italia de mitad de siglo, la misma Italia de firmes valores conservadores que intentaba recuperarse de las heridas de la ocupación nazi al tiempo que procuraba vestirse con un traje más europeo y contemporáneo. Una Italia dopada por el peso de su propia historia. Sobrevivió a una familia que no supo dónde colocarla, siquiera cómo quererla o admirarla, uno de los mayores abismos que toda familia puede generar.
Sobrevivió a su tensa relación con los hombres, los mismos que no supieron amarla y no dejaron de decepcionarla. Sobrevivió a sí misma, a su belleza e inteligencia exigente, la misma que la arrastraba, una y otra vez, a aquello que tanto defendió como virtud, la desobediencia. Y sobrevivió al oficio del periodismo de la única manera posible: inventándolo.
Y sobrevivió al oficio del periodismo de la única manera posible: inventándolo

En los sesenta conseguía declaraciones únicas de sus entrevistados
Parte de este misterio quedó reflejado en sus ojos. Su mirada fue el desafío de una época y, a la vez, partitura de una vida, la propia, que siguió hasta las últimas consecuencias, sin rastro alguno de cobardía, con amargura, a ratos, y mucha contradicción, en otros. “Soy una mujer que ha elegido vivir sola”, dejó escrito en Carta a un niño que nunca nació (1975), obra breve que sirve de testamento vital y emocional de la visión de una mujer y que, no en vano y con toda la intención, Fallaci dedica a todas las mujeres como simiente de la que se espera nazcan revoluciones. Si la revolución ha de acontecer será en plural y por lo plural. Nunca cedió espacio a la servidumbre ni fue vocera del pensamiento de los hombres, sabía que esa pleitesía sólo es manantial de traiciones.
El sello Alianza, inmerso en la reedición de su obra, tiene previsto publicar, próximamente, este título que será celebrado por lo que atesora de reflexión audaz en tiempos de sequía como los actuales. Cuán necesario es el pensamiento de la Fallaci. Hasta que no vuelves a ella, a su elegancia inesperada, no te das cuenta del peso de sus ideas, del aliento largo de sus conversaciones, de la desmesura de un lenguaje que trasciende al sentido de la palabra. Y de la mediocridad en la que nos hemos instalado con gozo y celebración. El periodismo debe contar la verdad del mundo, no la verdad del periodista.

Oriana Fallaci fumando un cigarrillo con casco y chaleco antibalas. Década de 1980
Las personas vivimos con historias que están esperando ser contadas. Ella lo supo por su curiosidad insaciable y por un instinto periodístico que nunca la abandonó, siquiera a la hora de emprender la compleja escritura de una de sus últimas entregas, La rabia y el orgullo (2001), título con el que rompe con un silencio de años, y en el que hace un ajuste de cuentas con todos aquellos que encontraron argumentos y modos para justificar los atentados terroristas del 11-S.
Reportera de guerra, pensadora radical en lo conceptual y conversadora inabarcable por la manera de provocar respuestas a preguntas no formuladas, Fallaci no sólo es uno de los nombres propios más importantes de la historia del periodismo, sino que es espejo en el que mirarse a la hora de poner en valor la labor que este oficio adquiere con los valores democráticos en las sociedades contemporáneas. A Fallaci le incomodaba el poder y al poder le incomodaba ella.
Fue mordaz en su multitud de entrevistas, testimonios para comprender la musculatura cultural y política del siglo XX
Este mismo sello acaba de publicar Tan adorables. Miss Fallaci a la conquista de América (Alianza, 2025), conjunto de artículos y entrevistas publicados en L’Europeo, durante la década de los años cincuenta, cabecera italiana desde la que la periodista se abrió camino y donde tanto peleó por posicionarse más allá de los reportajes sobre estilo de vida que le encargaban. En su multitud de entrevistas, ahora testimonios fundamentales para comprender la musculatura cultural y política del siglo XX, fue mordaz y “consiguió que la gente dijera cosas que no quería decir”, dimensión a la que siempre regresaba Attilio Battistini, director del periódico durante los años en los que la Fallaci alzó el vuelo a latitudes americanas y europeas para conquistar el mundo, como contrapeso a una redacción masculina que la arrinconaba por la ferocidad de su talento. El mundo, sin ella saberlo, la estaba esperando y debía narrarlo.
Estas crónicas reflejadas en Tan adorables han coincidido con el biopic italiano, Miss Fallaci, que, en España, podemos ver en Movistar +, reflejo fiel de esa década en la que nace el mito y la mujer conoce el laberinto que nos espera tras todo derrumbe personal. Miss Fallaci, como la apodó Orson Welles, aterriza, por vez primera, en Estados Unidos con la idea de entrevistar a Marilyn Monroe, cuestión que nunca logra, siquiera cuando consigue acceder al hogar de los Miller.

Se vuelven a publicar sus reflexiones tan necesarias hoy
La búsqueda de la Monroe convierte a Fallaci en noticia. Es, en ese momento, cuando se comienza a perfilar la leyenda que trasciende lo estrictamente periodístico. Es, en ese momento, cuando la literatura entra en juego para completar lo que la disciplina periodística no es capaz de abordar por sí sola. Gracias al apoyo involuntario de compañeros columnistas, que únicamente buscaban invocar a la diva Monroe, la italiana fue accediendo a las vidas de actores y actrices de la memoria sentimental del siglo XX, logrando no sólo transitar por el lado más afilado de sus trayectorias, sino también describiendo aquello que al mundo del cine no le quedaba nada bien y le sentaba peor: su intimidad.
Pieza tras pieza, Fallaci se construye un nombre a golpe de audacia, a sus pies, un mundo convulso por ganar - políticos, escritores, diseñadores-. Nadie se le resistía. Salvo ella misma. Cómo sobrevivir a Oriana Fallaci siendo Oriana Fallaci.