Siempre que escribo una columna, anoto previamente de qué voy a hablar. Esta vez, quizás por redactarla en agosto, voy a prescindir de estructura y voy a crearla de un tirón —y en una hoja suelta, como cuando tenía veinte años y escribía todo a mano.
Me siento en un banco del norte del país. No digo el nombre porque ni yo deseo saber dónde me encuentro. El banco está inclinado y me acuesto boca arriba con la cabeza en la parte baja. En general, siempre que me pongo del revés, sonrío. La sangre en las sienes me emborracha. Cuando un amigo me viene triste, a veces lo invierto y termina riéndose.

Sobre mí, las copas más verdes del país. Recuerdo algo que me entristece, un secreto que hoy desvelo: no me gusta el color verde. Matizo: solo los tonos oscuros o aguados, pero no el verde que te quiero verde. Se parece demasiado al color del césped deportivo y me aleja del marrón de los troncos y de la tierra. ¡Pero a todo el mundo le relaja el verde! Pese a que me viene a la memoria un hombre que me vendió en Córdoba hace años una bombilla colorida: “La tengo también en verde, pero ese color aterra; por eso es frecuente en el cine de terror”.
Creo que soy de los pocos que detestan el verde intenso. ¿Y si veo los colores de forma diferente? Quizá mi verde sea vuestro gris, que a mí me relaja. Tal vez mis pupilas son diferentes, pero no creo que se deba a que sean marrones, pues la mayoría de españoles padecerían el mismo mal que yo —en nuestros pasaportes ni nos molestamos en anotar, como los franceses o alemanes, el color de nuestros ojos.
Creo que soy de los pocos que detestan el verde intenso
¿Se angustiarán los ojos zarcos ante la clorofila? ¿Verán el mar de color granate? ¿Serían los árboles más bellos en tonos azules? ¿Y de qué color tenía los ojos Lorca para haber compuesto la coplilla sobre el verde? Leo que Margarita Xirgu describió su tonalidad: Federico los tenía verdes oscuros.
Tiene sentido. Es probable que él sí viera las hojas como Dios manda. Y siento cierta envidia. Pero empiezo a dejar de sonreír: la sangre se me está acumulando en la cabeza y siento los pies vacíos. Me reincorporo, me recupero del vahído y echo a andar. Abandono la cúpula de hojas y la escritura. Y el color de lo que brota.