“Las dos somos actrices, pero tenemos más cosas en común. Yo también voy hasta el fondo de las cosas. No las hago para gustar, intento ser realmente sincera y honesta en mis elecciones”, nos confiesa Sandrine Kiberlain (Boulogne-Billancourt, 1968), comparándose con la diva del teatro francés a la que da vida en La divina Sarah Bernhardt, que no es el clásico biopic exhaustivo que arranca con el primer llanto y finaliza con el último suspiro, sino que se centra en sus más grandes pérdidas: la de una pierna gangrenada y la del su gran amor, Lucien Guitry, al que da vida Laurent Laffite. Esta es la historia del encuentro de dos grandes actrices, con un siglo de por medio, aunque en muchos aspectos, no parece que haya pasado el tiempo: “Sarah Bernhardt era más moderna que todos nosotros”, sentencia.
“¡No me hagas tu numerito a lo Sarah Bernhardt!, me decía mi abuela cuando, siendo adolescente, me quejaba de que me habían roto el corazón. Más adelante, cuando decidí que quería ser actriz, me dijo que me tenía que hacer llamar Sandra Bernhardt. Yo no sabía muy bien quién era, pero la interioricé como sinónimo de gran actriz y de máxima tragedia”, recuerda.
Esta es la historia del encuentro de dos grandes actrices, con un siglo de por medio
En efecto, Sarah Bernhardt (1844-1923) se hizo famosa en todo el mundo por sus papeles trágicos, ya fuera interpretando a mujeres o a hombres como Hamlet, lo mismo que en la vida real vivía apasionados romances con personas de ambos sexos. “Estaba muy adelantada a su tiempo en todos los sentidos, en la política como en la sexualidad, posicionándose contra el antisemitismo o la pena de muerte”.
“Me apasiona su libertad, es algo en lo que he ido profundizando mientras preparaba para el papel”, añade Kiberlain, que ha tenido una vida emocional más ordenada, aunque se casó con el actor Vincent Lindon –entonces ex de Carolina de Mónaco– en lo que este le presentó como una fiesta sorpresa a la que ella acudió con los ojos vendados. Ya no están juntos, pero tienen una hija, Suzanne Lindon, que siendo todavía adolescente dirigió la muy recomendable Seize printemps, donde la entonces todavía menor se presenta enamorada de un hombre mayor.
La actriz Sandrine Kiberlain en la película “La divina Sarah Bernhardt”
“Estamos esperando a ver si dirige otra película. Soy su fan n.º1”. No es algo que le preguntaríamos a Lindon –de los Lindon de toda la vida, su tío fue Jérôme Lindon, editor de las muy exquisitas Éditions de Minuit–, que entra en erupción cada vez que un periodista le pregunta por su familia, no digamos por su vida sentimental. En términos más generales, Kiberlain comenta que “la manera de vivir el amor es otra cosa que tengo en común con ella. Sigo creyendo en el amor y siempre he ido hasta el final de todas mis relaciones”.
Siguiendo con el paralelismo, Bernhardt reinó en el teatro decimonónico, y murió por agotamiento después de trabajar en una película donde interpretaba a una vidente. Por su porte aristocrático y su dicción perfecta, no costaría imaginarse a Kiberlain en la Comédie-Française, institución de la que Bernhardt se despidió dos veces, por desavenencias artísticas. Aunque no ha participado más que en un puñado de obras teatrales, entre las que figura Le roman de Lulu –escrita por su propio padre, bajo el pseudónimo de David Decca–, por la que se llevó el Molière, y ha tenido mejor suerte con en el cine, brillando en más de 70 películas y embolsándose un par de César. Nos gusta mucho en la deliciosa Crónica de un amor efímero, de Emmanuel Mouret, pero en La divina Sarah Bernhardt, dirigida por Guillaume Nicloux –cómplice habitual de Michel Houellebecq–, también está espectacular.
Sigo creyendo en el amor y siempre he ido hasta el final de todas mis relaciones”
Bernhardt no conoció a su padre, pues fue la hija ilegitima de una cortesana holandesa, Judith, o Julie, van Hardt, o Bernhardt. Orígenes judíos. Los cuatro abuelos de Kiberlain también fueron judíos polacos. Llegaron a Francia en 1933 y sobrevivieron a Auschwitz. En la película vemos cómo Bernhardt le sugiere a Emilio Zola que se implique en el Caso Dreyfus, empujándole a escribir aquel famoso panfleto. De ahí que también se la considere como la primera infuencer. “Ella no se quedaba en las palabras, siempre pasaba al acto”, dice, admirativa. “Yo no me suelo significar tanto, aunque hago películas para expresarme. Cuando trabajo para Mouret, Nicloux o Quentin Dupieux, que será mi próximo estreno, me abandono al mundo de estos cineastas. Ella, que preparaba sus papeles postrada en un ataúd, también decía algo parecido, como ‘Me voy de mi misma’”.
Para expresarse, Kiberlain dirigió la muy notable Une jeune fille qui va bien (2021), sobre una joven actriz judía durante la ocupación, aunque las botas alemanas quedan fuera de campo, como si la vida siguiera igual: “Quise darle una cierta atemporalidad, para denunciar, a mi manera, que el antisemistismo es algo que sigue vigente en muchos países, como Francia, Afganistán o Irán. Creo que, por desgracia, que siempre existirá y que en los últimos tiempos ha empeorado. Desde los atentados de octubre, se ha puesto más en evidencia algo que permanecía latente. Por eso hay que seguir haciendo películas sobre el tema, como La zona de interés, o la mía. Estoy escribiendo ya mi segunda película. La protagonista volverá a ser una actriz, forzosamente ya que soy la autora, aunque no quisiera que quedara demasiado egocéntrica. Nunca hay que renunciar a tratar temas que le lleguen a la gente”.
Sarah vivía apasionados romances con personas de ambos sexos.
Finalmente, Sarah Bernhardt también era conocida, entre infinitos apodos, como “la voz de oro”, y Kiberlain ya ha grabado un par de discos en solitario: “Sigo grabando regularmente con Alain Souchon. Ya tenemos unas diez canciones, pero no hay prisa, tengo mucho trabajo como actriz y ahora lo que más me gustaría es acabar mi guion. Los Souchon dejan que haga una película, se van de gira, y luego nos reencontramos para grabar una canción”.
Al final Sandrine y Sarah tienen muchas cosas en común. “Darle vida también me ha recordado que hubo épocas muy duras antes de la nuestra. Estamos todos como si nunca hubiésemos vivido cosas tan inconmensurables, por todo lo que ocurre en el mundo. Pero ella también me recordó que hay que superar los miedos, e intentar, a nuestra manera, hacer avanzar las cosas”.
