Camino por el East Village y me pregunto por qué sigo en Estados Unidos, con todas las dificultades que este país presenta, en vez de volver a España. La vida cotidiana allí se me daría más fácil, cerca de mi familia, mis referencias, y pudiendo vivir, en cierto modo, con el piloto automático. Pero algo en mí rechaza el piloto automático. Decidir vivir de este otro modo tiene inconvenientes, pero también pequeñas e inesperadas satisfacciones: no pasa un día sin que aprenda una palabra nueva en inglés. Una expresión, un innuendo. Habitar un idioma que no es el propio (vivir en un lugar perpetuamente ajeno) significa que nada es automático: el aprendizaje es pasivo y constante. Cuando paso temporadas largas de vuelta en casa, en España, algo me incomoda: no sentir incomodidad, manejarme sin dificultades, entenderlo todo bien.
Por supuesto, también en España descubro a personas, libros, ideas. Y mi ciudad, Barcelona, me presenta nuevas realidades continuamente: la ciudad es, por definición, un lugar plural, donde lo inesperado, lo distinto, puede estar a la vuelta de la esquina. Así que no se trata de vivir aquí o allá, sino de algo inherente al lenguaje: la diferencia entre vivir rodeado de la lengua materna o inmerso en una lengua extranjera. La pintora inglesa Leonora Carrington escribió esto sobre su estancia en España: “El hecho de tener que hablar una lengua que no conocía fue decisivo: no me condicionaba la idea preconcebida de las palabras”. Su contacto con el español y el francés modificó para siempre su percepción de la realidad, y por lo tanto su arte.
Como Carrington, siento que avanzo cuando retrocedo, cuando me topo con una palabra extranjera (en mi caso, inglesa) que desconozco. Estar un poco fuera de lugar, no comprender del todo el entorno, no habituarse a la lengua o las costumbres del sitio en el que vives te permite vivir en otro lugar, secreto, hermético, invisible. De ahí surge la escritura. No es posible si una se siente como en casa, si encaja a la perfección. El desencaje es el punto de partida del arte, pero la extranjería es solo un modo de desencaje, y descubrir el desencaje propio equivale, paradójicamente, a encontrar tu lugar en el mundo.