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Alejandra Rumeu, joyas y carácter: “Antes de vestirme escojo el collar y luego la camisa”

El universo de

La creadora engarza estilo contemporáneo y técnicas históricas en unas joyas con carácter para lucir cada día

Alejandra Rumeu, en el salón de su casa, luce sus propias joyas

Carlos Puig Padilla

En una casa antigua de Sarrià, Alejandra Rumeu Claret despliega con naturalidad su mundo en una vivienda que sus padres restauraron con mimo pero sin artificio. Allí conviven lámparas de lágrimas, diseños de Miguel Milá, libros heredados de la estantería familiar de los Godó y muchos juguetes y cuentos infantiles. Fundadora de la firma de alta joyería Leandra, madre de tres hijos y heredera de una de una innegable elegancia, Rumeu ha construido un proyecto que funde creatividad, visión empresarial y un profundo arraigo familiar.

Tras una década en el departamento de e-commerce de Massimo Dutti, donde vivió el inicio digital de una de las grandes marcas del grupo Inditex —“era como dirigir una empresa dentro de otra”—, el nacimiento de su segunda hija en plena pandemia le cambió las prioridades. “Ya no podía seguir recorriendo una hora y cuarto de coche para llegar tarde y con culpa. Tenía dos niñas y quería aprovechar el tiempo con ellas”, explica.

Rumeu defiende que una joya merece ser disfrutada y no 'vivir' en una caja

Carlos Puig Padilla

A decidir cuál sería su giro vital ayudó un gesto íntimo: por su 30 cumpleaños, su marido, Jorge Gari, le regaló un diamante. Alejandra dibujó un collar para esa piedra y buscó un joyero que pudiera hacerlo realidad. Así conoció a Víctor Fillat, artesano de cuarta generación. De aquel diamante nació Leandra. “Soy la cara visible. Él, las manos”, resume la creadora, que añade: “Leandra es una mujer con carácter, elegante, independiente. Es el uniforme con el que me visto cada mañana”. Porque ella, antes que la ropa que va a ponerse, elige las joyas: “Primero escojo el collar, después la camisa. Las joyas te definen. Te dicen quién quieres ser ese día”. Así, cada lunes, comparte en redes su “monday uniform”.

Rumeu no se consideraba artista. “Yo era la de los excels, la comercial, la que manejaba los números”, dice entre risas. Pero con Leandra canalizó una vena creativa que, con perspectiva, reconoce como parte de su herencia familiar. “Vengo de una familia con muchos arquitectos, diseñadores y pintores. Algo de eso me ha tocado”. Aunque no se define como dibujante, es capaz de plasmar ideas que los joyeros de su taller en Barcelona interpretan a la perfección.

Creaciones con espirales, oro, plata oxidada y diamantes de Leandra

Carlos Puig Padilla

En sus colecciones se repiten motivos que remiten al textil: cabos, hilos de oro trenzados, filigranas; son joyas que están impregnadas de técnicas históricas —grabados a mano, cera perdida, pavés con movimiento, engarces de plata oxidada— y de una obsesión por la joyería antigua, especialmente la georgiana, “Me fascina cómo se hacían antes las piezas: con mimo, con emoción, con carácter. Quiero recuperar esa esencia, pero para llevar joyas cada día, que puedas ir a trabajar, recoger a tus hijos y acabar cenando con amigas con el mismo anillo”.

Justamente su joya fetiche es un anillo con diamante de una muy poco común talla kite que lleva siempre en el meñique, “porque es disruptivo, es diferente, es rompedor. Lo llamamos ‘la Leandra’. Siento que me da poder”. Porque, para Alejandra, las joyas no son un accesorio más, tienen carga emocional. “Hay piezas de ropa que se guardan y otras que se recuerdan, pero las joyas —dice— se heredan con nombre y apellido. Tengo ropa de mi madre y mi abuela, piezas preciosas que me pongo y me hacen gracia, me hacen sentir nostalgia. Pero una joya es otra cosa”. No solo por su materialidad, sino por su carga simbólica y emocional. “Sabes quién la llevó, cuándo se regaló, por qué. Cada pieza tiene una historia: esta alianza fue de mi bisabuela, este zafiro era un anillo que mi abuela transformó en collar para la boda de su hijo…”

Alejandra Rumeu vive en una casa antigua de Sarrià

Carlos Puig Padilla

En Leandra, ese legado se reactiva. “Muchas clientas nos traen joyas que no saben cómo usar. Las transformamos: de un broche antiguo sacamos pendientes; de un collar, anillos para sus hijas. Así la historia continúa, adaptada, pero viva”. Para Rumeu, ese es el auténtico lujo: el que se transmite y emociona. Y recalca que “una joya también puede decir ‘me quiero’. El 80 % de nuestras clientas se compran ellas mismas sus piezas. Eso me encanta. Ya no esperamos a que nos regalen: nos las regalamos nosotras”.

La creatividad no necesita despacho. Solo atención”

Alejandra Rumeu

La inspiración le llega en cualquier parte: en el pediatra con sus hijas, al recoger una piedra en la playa... “Lo aprendí de mis hijas: la creatividad no necesita despacho. Solo atención”. Quizá por eso Cadaqués -el lugar donde veranea desde niña y donde se conocieron sus padres- sigue siendo su refugio. “Allí desconectamos de todo llueva o haga sol. Salimos en barca, jugamos, cocinamos”. Entre la costa mediterránea y las pistas de esquí de la Val d’Aran —su otro rincón sagrado—, Alejandra y su marido mantienen una vida familiar con valores de tradición y sentido común. “Somos muy estrictos: no hay pantallas. Preferimos que se aburran, que inventen”. En casa, todo gira en torno a los niños: juegos, cuentos, muñecas. “Tienen un cuarto de jugar enorme, como el que tuve con mi hermana. No hay tabletas ni móviles. No es por prohibición, es por coherencia. Si me ven todo el día con el móvil, no sirve de nada negarles el suyo”.

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“Alejandra, la mayor, es intensa, creativa, igual que yo. Carmina es pura alegría, vive el presente. Me enseñan a frenar, a estar en el ahora”, explica sobre sus hijas. A su madre le sorprende que son las únicas que dibujan pendientes en sus autorretratos escolares, “y siempre en amarillo, para que brillen”, tal vez porque no son un capricho estético, sino el reflejo natural de una sensibilidad que han mamado desde la cuna. Y quizá, algún día, sean ellas, o su hermano Jorge, quienes hereden la joya que Alejandra sueña regalarle a su hermana. Porque si algo tiene claro la creadora es que una joya bien hecha, como los valores familiares, no se compra por tendencia. Se construye. Se disfruta. Y, sobre todo, se transmite.