Marcos Giralt Torrente para escribir este libro: “Me estaba esperando a mí mismo”
Entrevista
El escritor vuelve a la historia de su dislocada familia materna con ‘Los ilusionistas’, una novela con la que con pulcritud forense intenta entender qué les pasó a los hijos de Gonzalo Torrente Ballester, qué hay en su legado
Gonzalo Torrente Ballester es el abuelo del también escritor Marcos Giralt Torrente en 1988
Algunos dicen que hace quince años, con su ya célebre Tiempo de vida, donde meditaba sobre su relación con un padre muchas veces ausente –el pintor Juan Giralt--, y por consiguiente sobre sí mismo, su propia alma, Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968) inventó la autoficción española. Fue un éxito de público y crítica, cosechó premios importantes que consagraron al autor de varias novelas (París, Los seres felices). Quince años después, el escritor regresa, con Los ilusionistas, que es un libro más ambicioso y complejo, y un logro superior, a los territorios de la historia de su familia, que desde luego no es en absoluto una familia convencional, con la voluntad de explicarse y explicar quién es uno y quiénes son los demás. “Un libro hermoso, sabio y, a ratos, soberbio y emocionante”, según el juicio de Carlos Mármol, uno de los más perspicaces periodistas de hoy en el ámbito de la cultura (y no sólo de la cultura).
En Los ilusionistas, y a partir de la correspondencia entre sus abuelos (el novelista Gonzalo Torrente Ballester –1910-1999-- y su primera esposa, Josefina Malvido, fallecida prematuramente), repiensa los recuerdos de los cuatro hijos del novelista, entre ellos su madre, la única de la familia que todavía vive.
Cubierta del libro 'Los ilusionistas'
Dice usted que este libro es la 'cara B' de Tiempo de vida. ¿Por qué ha tardado quince años en lanzarse a grabarla?
En realidad llevo este libro dentro de mí desde hace mucho más de quince años, desde antes de decirme que sería escritor. Mi literatura está muy conectada con mis propias preocupaciones vitales, intento hallar explicación a cosas que como individuo me interpelan. Cuando era niño y observaba a estos personajes de mi familia ya me daba cuenta de su anomalía y me preguntaba el porqué de que fueran como eran. Es decir, ¿qué hizo que los cuatro hermanos, mi madre y mis tíos, viniendo de una familia burguesa, acomodada, tuvieran una vida tan distinta de la que previsiblemente hubieran debido tener, con sus trabajos seguros, sus rutinas, su orden? Esta pregunta me ha acompañado siempre. Pero para responderla, para escribir este libro, tenía que esperar a que la vida transcurriese. Y no sólo eso: necesitaba esperarme a mí mismo, liberarme de resentimientos que no quería que apareciesen. Los dilemas implícitos, así como el paulatino cambio de mi mirada cuando ya había empezado a escribir, aparecen referidos en el libro, son uno de sus argumentos principales. La base del Quijote, y de hecho de cualquier relato de ficción desde las novelas bizantinas es ésta: alguien sale al camino, y por el camino le pasan cosas que al final de la historia lo convierten en un ser distinto. En Los ilusionistas yo también soy ese caminante. Voy adelante y atrás en el tiempo, el presente no es estático. El cambio de mi mirada se va construyendo a ojos del lector. Es por eso, entre otras cosas, por lo que se trata de una novela más que de un libro meramente biográfico.
“Escribir de la familia a menudo es visto con recelo, más aún cuando se trata de la propia”, dice, pero también que “la familia es el territorio de la memoria”. Menciona algunos referentes, como el Pedigrí de Modiano.
Sí, está Modiano… Y Perec, con W o el recuerdo de la infancia –donde una novela de aventuras inventadas se alterna con la reconstrucción de la infancia que no tuvo, porque sus padres fueron deportados y murieron en un campo de exterminio--. Está el Michon de Vidas minúsculas, donde hace un retrato elíptico de sí mismo a través de una serie de relatos sobre parientes y gente próxima que incidió en su vida… Está Gregor Von Rezzori que en Flores en la nieve retrata en cada capítulo a un miembro de su familia. O, en España, Vicente Valero con Los extraños. Ésa es la autopista por la que quise moverme. Y hay otros nombres. Hoy la realidad ha tomado al asalto a la ficción.
Admiro a mi abuelo, hay novelas suyas grandiosas”
Su familia era inestable, su madre era, digamos, desordenada, y usted tuvo una infancia y adolescencia marcadas por la imprevisibilidad, el hecho de que de repente se va la luz por falta de pago…
Me ha forjado la inestabilidad. Tal vez por ser hijo único, siempre he observado a los mayores. Y en mi entorno, el familiar y el de la bohemia artística e intelectual que rodeaba a mis padres, abundaban los personajes atractivos. Desde muy pronto fui sensible al glamour de quienes escapan a las reglas y las convenciones. Pero también asistí a innumerables naufragios vitales, de gente talentosa que se quedó por el camino por razones muy diversas; desentrañarlas me daba miedo y a la vez me atraía poderosamente. En mi casa hubo épocas de abundancia y de escasez. Si solo hubiese habido escasez a lo mejor me habría adaptado mejor. Pero el vaivén, la incertidumbre, me hicieron pensar que quizá el problema estaba en nosotros, no en el mundo, y me sentí obligado a convertirme en adulto algo pronto. Ahora bien: si bien la realidad era un territorio frágil, sobre todo en lo económico, no lo era en el espiritual, el muro de protección tejido por mi madre, sus cuentos, sus historias, un mundo rico que me convencía de que nuestra vida podía resultar, incluso, envidiable.
El mismo libro, después de analizar a sus abuelos, a sus tres tíos, los tres más o menos disparatados, y a usted mismo, postula una conformación con el pasado, una conformidad con todo lo que sucedió, incluidas angustias y pesares. ¿Es así?
El libro es, sobre todo, un feroz intento de comprensión del mundo materno en el que crecí, de los personajes y sus conflictos… Es efectivamente la asunción de un legado, pero la conformidad con lo que soy y lo que he recibido nace de ese esfuerzo previo de comprensión; no solamente de la constatación inevitable de que para bien y para mal soy lo que soy y no cabe lamentarse porque sería imposible cambiarlo.
Los hermanos Torrente Malvido alrededor de 1990
El tema de la intimidad y su revelación suele ser un desafío incómodo, un territorio pantanoso para los escritores, también para los memorialistas. ¿Cómo ha negociado con el pudor?
Parto de la convicción de que un libro como éste sólo puede escribirse con una honestidad radical. No puedes ir con las cartas marcadas, ni esconderte… tienes que desnudar a los otros y desnudarte tú. Y sobre todo no caer en la complacencia: hablar con la asepsia de un forense, o de un notario letrado. Evitar los sentimentalismos.
El libro retrata a su abuelo, Gonzalo Torrente Ballester, sirviéndose entre otros materiales de la correspondencia que mantuvo con su mujer, a la que dejó en Galicia con los hijos para abrirse camino como escritor en Madrid. Y a partir de él, un panorama de la vida literaria en la primera posguerra. Torrente Ballester parece un hombre vocacional, pero también egoísta… es famoso por Los gozos y las sombras (1957-1962). Usted aprecia más otras obras suyas, ¿no es así?
Admiro a mi abuelo. Hay novelas suyas que me parecen grandiosas. La saga/fuga de JB, Fragmentos de apocalipsis… Dafne y ensueños, que es una especie de autobiografía… Mi abuelo afrontó un problema en sus inicios y es que no le atraían el realismo y el costumbrismo que triunfaban entonces en España. Era muy leído, tenía idiomas y, a diferencia de otros, estaba al corriente de lo que se escribía fuera. Su primera novela, Javier Mariño, donde es omnipresente la influencia de Joyce, fue un intento imposible de conciliar esa modernidad literaria con el nacional catolicismo de la época. Pese a las concesiones para hacerla “digerible” fue secuestrada por la censura. Con sus siguientes obras tejió un territorio literario más personal, en el que las fantasmagorías de las brumas gallegas se vestían con cierto intelectualismo francés y alemán salpicado del humor de Sterne o de Cervantes. Como no obtuvo el éxito que anhelaba, hizo esfuerzos por acercarse al gusto imperante. El de los Gozos, una novela realista a la manera del XIX aunque con problemática de fondo de los años treinta del siglo XX, fue uno; otro fue Off side. Ambas novelas me gustan. Pero donde daba lo mejor de sí era en el otro territorio, el de la Saga/fuga o el Don Juan. En cuanto a su deriva política, el entusiasmo falangista que compartió con Ridruejo, Rosales o Laín Entralgo, se apagó poco después de la guerra. Lo que ocurre es que los medios de vida de un escritor estaban sometidos al régimen, los periódicos, las radios, las cátedras… Era muy difícil ganarte la vida como exiliado interior. Pactabas, intentando traicionarte lo menos posible.
Gonzalo Torrente Ballester y su primera mujer Josefina Malvido hacia 1947
En algunos aspectos y en determinados episodios, su egoísmo, su voluntad de imponerse y triunfar ¿no parecen casi monstruosos?…
El juicio atañe al lector. Él, como todos, tenía sus debilidades y fortalezas, y además era un hombre de su generación. Si miras la vida de Thomas Mann y de otros tótems de la cultura no observarás mucha diferencia. Sin duda los había más sensibles, pero lo habitual era que todo aquel que tenía una ambición sometiera a su familia a esa ambición. Él no era una excepción, quería triunfar y puso todos sus medios para lograrlo… Aunque por el camino las vidas de su mujer y de sus hijos se resintieran. Yo procuro mostrar cómo fueron las cosas, no juzgar. Por eso las cartas me ofrecían un material fabuloso. Por citar otra vez a Patrick Modiano: me inspiró el procedimiento de su Dora Bruder, que es a la vez una novela y la indagación biográfica sobre una niña desaparecida en el holocausto. Modiano vio un anuncio en un viejo periódico donde los padres pedían noticias de ella, se obsesionó y a partir de muy pocas pistas reconstruyó cómo pudo ser su derrotero. Ese libro me dio el tono entre forense y lacónico para mostrar la vida de mis abuelos a través de documentos objetivos.
En esas cartas llama la atención, dada la época, la pulsión erótica, una sexualidad obsesiva…
Él no se fue a Madrid porque estuviera obligado, era funcionario de carrera y tenía una plaza como director de instituto de Ferrol. La vida de su mujer y de sus hijos habría sido más fácil si hubiese permanecido al lado de ellos, pero necesitaba enriquecer su mundo como escritor con las experiencias y los contactos que brinda una gran ciudad y sentía que la familia era un estorbo… El erotismo es lo que los redime, a él de sus egoísmos y a ella de sus penurias. En esa sexualidad exacerbada, ella lo acompaña. Es lo más sorprendente, si me apuras. Que entonces hubiera varones obsesionados con el sexo no nos extraña tanto, pero que hubiera mujeres que acompañaban ese deseo de sus parejas sorprende un poco más, porque la mujer estaba en términos generales más constreñida. Yo pondría en el mismo nivel la erotomanía de él y la sensualidad de ella. A pesar de la anomalía de las separaciones prolongadas y de los periódicos reencuentros.
Mi madre es uno de los dos personajes centrales del libro”
Esa vida anómala tuvo como frutos unos hijos también anómalos, de los cuales el más impresionante, inexplicable y fascinante, es tu tío Gonzalo, un escritor principiante y prometedor que se decantó por la vida criminal. Tú lo has mencionado ya antes, en algunos de tus libros. ¿Cómo se explica esa deriva, esa decisión?
Los acontecimientos que conforman una vida no son siempre objeto de decisiones. Él no eligió entre ser escritor y delincuente. En todo caso quiso ser ambas cosas y la segunda acabó imponiéndose. Dio golpes exitosos, que le procuraron un buen dinero, pero también penó con largas condenas carcelarias. ¿Por qué no rectificó cuando aún podía hacerlo? En su juventud había ganado premios importantes como escritor, el Sésamo, el café Gijón, quedó finalista del Nadal, traducía, escribía en los periódicos. Sus mejores libros tardíos están escritos en la cárcel, el único sitio donde disponía de una mesa y de suficiente tranquilidad. Podía haber seguido por ahí, pero no lo hizo. No habría sido el primer delincuente que encauza su vida como escritor, está Genet, por ejemplo. A los 60 años, cuando ya estaba claro que no tenía tiempo para una obra sólida, todos pensamos que su redención sería una autobiografía; llegó a firmar un contrato editorial para hacerla y la familia le suministró medios… Pero creo que era incapaz de enfrentarse a sí mismo. No se podía permitir mostrar con toda su crudeza lo que había sido. La máscara podía al personaje… Es una parte insondable, todos las tenemos. Acabó sus días sórdidamente, con la vida áspera de un sablista prematuramente envejecido.
Marisa Torrente Ballester y Gonzalo Torrente Malvido en el año 1972
¿Cómo se ha tomado su madre aparecer en el libro, y sus comentarios sobre ella?
Bien. Mi madre es buena lectora y ha entendido el libro. Tampoco es moralista y no le incomoda el striptease. Además, aparece como guapa. Todo lo demás –los descarrilamientos, las decisiones precipitadas, su peterpanismo- le importa un poco menos. Ella es uno de los dos personajes centrales del libro. Es la transmisora del legado, sin ella no se entendería mi obsesión con los otros personajes, me hizo entenderlos y quererlos. Cuando a los 5 años tu madre te mete en el coche y te lleva a Carabanchel a visitar a su hermano, que no está entre rejas por algo digno, por ejemplo por ser un luchador antifranquista, sino por robar bancos… Esa madre tiene que tener mucho carácter y genio para hacer que lo entiendas sin juzgar. Y lo mismo en lo que respecta a mis otros tíos. Ella es la gran tejedora. Yo me he visto beneficiado y, la verdad, pese a las derrotas y los naufragios, no puedo evitar sentir cierto orgullo de casta.
¿Cuál es el otro gran personaje del libro?
El otro soy yo.