Protagonistas

Lauren, pastelera holandesa en Barcelona: “Ser pastelera no era el plan, se cruzó en mi camino y me encantó”

Un proyecto muy dulce

El dulce se cruzó casi por casualidad en el camino de Lauren de Vries. Hoy es la propietaria de un estudio de pastelería en el Poblenou

Lauren de Vries es la propietaria de Casa de Pastel 

Lauren de Vries es la propietaria de Casa de Pastel 

Cedida

Hay lugares que parecen creados para endulzar no solo el paladar, sino también el corazón. Rincones donde el tiempo se ralentiza y todo se vuelve algo más suave, más amable. Casa de Pastel es uno de estos refugios. Un estudio de pastelería donde Lauren de Vries, una pastelera de alma inquieta y mirada delicada, transforma recuerdos, celebraciones y emociones en capas de bizcocho y crema. Sus pasteles no son solo dulces: son pequeñas historias que se comen, ilustraciones que toman vida con volumen, color y textura. Ella y su equipo trabajan con el azúcar y los sabores como quien escribe un diario íntimo: con cuidado, precisión y un punto de fantasía.

Originaria de los Países Bajos, su historia ha recorrido varios puntos de la geografía europea antes de aterrizar en Barcelona. “Nací en Ámsterdam. Viví allí la mayor parte de mi vida. Fue donde estudié Marketing y Comunicación”, nos explica. Al acabar los estudios, con 21 años, entró en el mundo laboral con una sensación de inquietud constante por no tener demasiado claro como enfocar su trayectoria. “Quería hacer algo diferente”, comenta.

Lauren de Vries estudió en Le Cordon Bleu en París y Londres
Lauren de Vries estudió en Le Cordon Bleu en París y LondresCedida

Aquella necesidad de cambio la llevó a inscribirse en un curso de cocina en París. “Fui a Le Cordon Bleu, un colegio bastante famoso. Pero todo era demasiado francés. Tenían una manera de cocinar demasiado... Y todo en francés y yo no hablo francés”, relata. Al darse cuenta de que no acababa de encontrar su lugar, decidió trasladarse a Londres, donde el centro había abierto una nueva sede. Y fue allí donde el mundo del dulce entró en su vida. “Me enviaron los formularios de solicitud de pastelería. No era el plan, se cruzó en mi camino. Y me encantó”, asegura.

Los primeros pasos como pastelera

La formación fue exigente y lejos de cualquier idealización. “Fue bastante duro. No era ‘¡voy a hacer galletas y a disfrutar!’, no. Eran 6 días a la semana, empezando a las 7 de la mañana...”, comenta. De vuelta en Ámsterdam, empezó a plantearse crear su propia empresa, pero su padre la frenó. “Él siempre me decía que tenía que obtener experiencia. Entonces, empecé a trabajar en un restaurante que se llama Mr. Porter, en Ámsterdam. Estuve 6 meses. Aprendí muchísimo, pero no era lo ideal. Los días eran súper largos y el sueldo, horrible. No quería quedarme”, confiesa.

Paralelamente, empezó a crear sus propios pasteles y a anunciarlos en las redes sociales. “En un momento publiqué en Facebook un menú de Navidad para venderlo entre los amigos. Mi madre compró como 40 pasteles para ayudarme”, dice la pastelera. Aquel impulso inicial le dio una oportunidad inesperada. “Un día recibí un mensaje por Instagram de una chica de Ámsterdam y me preguntó si quería trabajar con ella. Quería enviar donuts para una fiesta en la ciudad. Compré 400, porque yo no los hacía. Solo hice las decoraciones y los envié en cajas de cuatro”, narra.

Aquella fiesta resultaría ser un acontecimiento de influencers de la ciudad. “De repente, conseguí un montón de seguidores. Creo que este fue el momento clave”, afirma. A partir de ahí, fundó Life of Pie, un proyecto compartido con una amiga, con la que llegaron a hacer entre 60 y 100 pasteles semanales. A pesar del éxito, su relación profesional se rompió.

El traslado a Barcelona

Esta ruptura marcó un punto y aparte. Un giro inesperado que la empujó a irse de su país. “Quería salir porque mi ciudad es muy pequeña y todo el mundo hablaba de este drama entre nosotras. Entonces, me fui a Barcelona. Nunca había estado, pero mi madre se había mudado a Ibiza”, nos cuenta. Llegó a la ciudad “sin planes, sin nada”, con la idea de aprender castellano y tomar un poco de aire. Lo que iba a ser un año se convirtió en toda una vida. “Ya llevamos 8 años, dos niños, una casa, una empresa... No queremos marcharnos porque me encanta esta ciudad”, asegura.

Los inicios no fueron fáciles. “Empecé en mi casa porque no conocía a nadie. Era lo más difícil para mí porque en Ámsterdam conocía a todo el mundo. Además, al principio, no hablaba castellano”, recuerda Lauren. Después de 6 meses, encontró un primer local compartido en Poblenou, junto con unas amigas. “Estaba en el mismo edificio de Razzmatazz, a la tercera planta. Era un poco inquietante, pero muy divertido”, rememora.

Lauren de Vries llegó a Barcelona hace 8 años 
Lauren de Vries llegó a Barcelona hace 8 años Cedida

Con el paso del tiempo, la necesidad de un espacio propio la llevó a buscar su propio local. El destino hizo que hubiera dos libres muy cerca, en la misma calle del barrio de Poblenou. “Es casi un pueblo con muchos extranjeros también, pero también hay catalanes y es como una mezcla de todo. Creo que es un buen barrio para empezar”, elogia. Ahora, después de tantos años de esfuerzo, su marca se erige, con calma y pasión, como uno de los lugares de referencia en la creación de pasteles totalmente personalizados.

A pesar de que ha logrado algunos de sus objetivos profesionales, Lauren ya imagina nuevas líneas de negocio, como una tienda de galletas o un bento cake bar. “Será un bar con la base del pastel hecha donde tú podrás venir a escribir tu mensaje. Así, tendrás un pastel personalizado al momento”, desvela. Sueños concretos que se alejan de lo que alguna vez pensó que sería su trayectoria. “Cuando era más joven tenía la idea que quería una empresa gigante, pero ahora me gustaría tener tiendas pequeñas. Quizás una a Madrid o en València, pero pequeñas con un equipo de 6 personas. A mí me gusta tener la visión general de todo porque si no creo que perderé la esencia de la idea original”, concluye.