Roma andaba enfrascada en una de sus guerras allá por el año 218 a.C. En esa ocasión era contra los cartagineses, una verdadera amenaza para el futuro imperio. El mítico Aníbal estaba decidido a derrotar en su propio territorio a aquellos latinos que querían gobernar en todo el Mediterráneo, y corría hacia los Alpes a lomos de sus elefantes para pisotear los sueños de grandeza de la república romana. Sin embargo, no contaba con un desembarco que ese mismo año tuvo lugar muchos kilómetros a su espalda, concretamente en Tarragona.
El general romano Cneo Cornelio Escipión navegó por el Mare Nostrum occidental y atracó sus naves en la actual Costa Daurada con el objetivo de establecer un puesto militar y cortar el apoyo que le pudiera llegar a la retaguardia del ejército cartaginés. Algo que se consiguió, pero no solo eso. Fue el comienzo para la expansión romana por la península Ibérica. Además, del germen de Tarraco, destinada a ser una de las urbes más prósperas y vibrantes de Hispania.
La importancia de la urbe romana queda contrastada gracias a los muchos restos de aquella época que han llegado nuestros días
De Tarraco llegaron a escribir todos los grandes cronistas latinos, desde Tito Livio a Plinio el Viejo. El mismísimo Julio César le otorgó el rango de colonia romana. E incluso un joven Augusto vivió aquí mientras gobernaba su recién instaurado imperio. Y la importancia de la urbe romana sobre todo queda contrastada gracias a los muchos restos de aquella época que han llegado nuestros días.
Son muchos los vestigios de aquel periodo, y además de extraordinaria calidad. Tanto que la Unesco los consideró patrimonio de la humanidad en el año 2000. De manera que se cumplen 25 años de aquella declaración. Un momento fabuloso para darse una vuelta por esta ciudad catalana y descubrir una historia lejana pero que cada vez brilla más gracias a las actuaciones de recuperación del patrimonio llevadas a cabo en lo que va de siglo XXI.
Un viaje en el tiempo
Restos de muros antiguos integrados en la moderna plaza del Fòrum
Paseando por el casco histórico tarraconense, es difícil no toparse con las huellas del pasado. Por ejemplo, en la remozada plaza del Fòrum (su nombre ya da una pista de su origen) se integran entre el paisaje urbano muros de lo que fueron las construcciones romanas. O yendo hacia la catedral por la calle Merceria, los más atentos descubren viejos pedestales de estatuas clásicas donde todavía se leen las inscripciones.
No obstante, si hay un elemento que plasma el poso histórico de la ciudad y su vínculo milenario con el Mediterráneo ese es el anfiteatro, situado literalmente junto al mar. Es cierto que tanto para lugareños como foráneos es obligado llegar hasta el final de la Rambla Nova para asomarse al llamado Balcón del Mediterráneo, Pero si alguien desea auparse sobre el Mare Nostrum de los romanos, entonces ha de entrar al anfiteatro y subirse a su graderío más alto para contemplar las vistas hacia el horizonte y la historia.
El anfiteatro de Tarraco
Visita teatralizada al anfiteatro durante el Festival Tarraco Viva
¿Cuándo se construyó? También se descubre entrando, ya que sobre el podio todavía se leen los restos de una larguísima inscripción de 140 metros. Ahí se especifica que el anfiteatro fue objeto de obras en el año 221, reformando así el primero construido a inicios del siglo II. El resultado de aquellas mejoras fue la creación de un recinto para los espectáculos más sangrientos a los que acudían gratis hasta 14.000 espectadores.
Sin embargo, no fue ese el último cambio que hubo en el anfiteatro. Ahí lo mismo morían fieras y gladiadores que se ajusticiaba y martirizaba a los cristianos. Algunos tan célebres como san Fructuós, en memoria del cual se edificó sobre la arena una basílica visigótica en el siglo V, la cual más tarde se convirtió en la iglesia de Santa Maria del Miracle, cuyas piedras románicas forman parte hoy del monumento.
Murallas y circos
Entrada a la visita subterránea por las entrañas del circo romano
Aún hay más joyas de la vieja Tarraco que se pueden visitar. Incluso las más antiguas, como las murallas que se levantaron casi a la inmediata llegada de los romanos a estas tierras y que ya en el siglo II antes de Cristo protegían a la población. Hoy, el fiero carácter de antaño se ha convertido en un agradable paseo arqueológico de más o menos un kilómetro, donde no faltan jardines y restos de potentes torres como la de Minerva o la del Arquebisbe.
Y otro paseo muy interesante es el que se da por los vestigios del circo, el cual en gran parte se descubre de forma subterránea e incluso paseando por sus inmediaciones ya que sus bóvedas y arcadas son visibles desde las cercanías de la Rambla Vella y desde la plaza de la Font. Aunque es muy recomendable adentrarse en los restos de este gran espacio por el que corrían al galope las cuadrigas. Además de que la visita al circo incluye la entrada a la torre del Pretorio, que se utilizó también durante la edad media como acredita su sala gótica.
La torre del Pretorio tiene origen romano pero también tuvo vida en la edad media
Teatros y foros
Estos lugares, o las ruinas del teatro, las del foro y distintas excavaciones en el centro de la ciudad han proporcionado infinidad de tesoros arqueológicos. E igualmente se han hallado en los alrededores, donde hay maravillas como el acueducto de Les Ferreres, la torre de los Escipions o una necrópolis paleocristiana. Una riqueza de materiales históricos y artísticos que configuran la colección del Museu Nacional d'Arqueologia de Tarragona.
Si bien, semejante museo está inmerso en una profunda renovación y no abrirá durante los actos del 25 aniversario de la declaración de la ciudad como patrimonio de la humanidad. Pero por fortuna parte de sus fondos se exponen en el Tinglado 4 del puerto de Tarragona, o sea en la antigua estación marítima. Y quizás no haya mejor sitio para ver las esculturas y mosaicos clásicos que este emplazamiento vecino al Mediterráneo, el Mare Nostrum que fue el origen y la vía para el desarrollo de Tarraco.
Una cita imprescindible
Festival Tarraco Viva
El festival romano de Tarraco Viva es incluso más antiguo que la declaración de patrimonio mundial, lo que evidencia la identificación de la urbe con sus orígenes. En el mes de mayo de 2025 celebrará su edición XXVII y de nuevo estará colmado de actividades inspiradas en el pasado. No faltarán las recreaciones históricas, la proyección de documentales, charlas o teatro, al igual que habrá visitas especiales a los monumentos romanos. Una inmersión en la cultura antigua para todos los gustos. Nunca mejor dicho, porque un exitoso apartado del festival es Tarraco a Taula. Se trata de una propuesta de varios restaurantes que ofrecen menús uniendo la gastronomía romana y los productos estrella de la cocina local, muchos ya saboreados antaño como la gamba roja de Tarragona o los vinos de la zona que hace dos milenios ya viajaban a múltiples puertos del Mare Nostrum.


