Lavanda, historia y literatura: una ruta por Brihuega, la Provenza manchega

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Por una carretera que cruza un paisaje infinito se llega a la localidad, tierra de olor a esencia, a miel y a grandes viajeros y escritores

Los campos de Brihuega acogen en julio uno de los festivales más sorprendentes del planeta

Los campos de Brihuega acogen en julio uno de los festivales más sorprendentes del planeta

Irene González

Brihuega, ubicada en la provincia de Guadalajara y a menos de una hora de Madrid, es un regalo que se extiende entre páramos y que se despliega por los generosos valles de la Alcarria. Esta joya de la naturaleza y la historia, declarada Conjunto Monumental Histórico Artístico, tiene algo que atrapa. 

Miembro del selecto club de los Pueblos Mágicos de España, parte de su encanto seguramente radica también en la huella que han dejado en la villa grandes viajeros. Porque Brihuega fue empeño de Camilo José Cela en su Viaje a la Alcarria; aquí decidió quedarse también el Nobel de Literatura Ernest Hemingway por asuntos de guerra, y Manu Leguineche, uno de los escritores, viajeros y periodistas españoles más valientes, vivió, y escribió en el lugar La felicidad de la tierra, una obra que evoca la esencia del paisaje y del paisanaje alcarreños.

Brihuega y su impresionante casco histórico del medievo

La iglesia de San Felipe, de principios del siglo XIII tiene un bello rosetón de seis puntas

La iglesia de San Felipe, de principios del siglo XIII tiene un bello rosetón de seis puntas

Irene González

En este pueblo hay que perderse por sus rincones, porque destila historia a través de sus murallas, de su arquitectura popular, de sus fuentes, de sus muchas iglesias, y de su castillo, el de la Piedra Bermeja. Y es que Brihuega tiene un casco histórico muy potente cuajado de calles empedradas que transportan por la edad media entre soportales y cuevas árabes -y hasta por una real cárcel-, que la convierte en un auténtico laberinto donde perderse en un agradable paseo.

Pero antes de adentrarse en sus murallas, hay que admirar una de las construcciones más bellas de la villa, la iglesia de San Felipe, de principios del siglo XIII, y con un bonito rosetón de seis puntas sobre su portada. San Felipe, además de su belleza, tiene una tortuosa historia porque sufrió daños en la guerra de Sucesión, un incendio en 1904, y quedó casi derruida durante la Guerra Civil, cuando se utilizó como almacén. 

Brihuega es miembro del selecto club de los Pueblos Mágicos de España

Ya en los años 40 del siglo pasado, su techumbre colapsó, pero afortunadamente Bellas Artes la restauró, y en 1968 reabrió sus puertas. Junto a ella, no hay que perder de vista la torre de San Felipe, que se alzó como parte de la antigua muralla de Brihuega y que luego se adaptó como torre de iglesia.

Un recorrido entre callejuelas


Entrando por la amurallada puerta de la Cadena se llega a la plaza de Herradores, con su fuente de los Doce Caños y los antiguos lavaderos, imponentes pilones que muestran la riqueza de la zona en manantiales y aguas subterráneas. La fuente ha sido objeto de historias como la que apunta a que las jóvenes que beben de los 12 caños encuentran novio, u otras como la que relata que las mujeres que lavaban mal en los lavaderos públicos eran conducidas a la cárcel.

Santa María de la Peña es una de las iglesias medievales menos conocidas

Santa María de la Peña es una de las iglesias medievales menos conocidas

Irene González

Unos metros más abajo, aparece la iglesia de San Simón, de la que se cree que está construida sobre una mezquita. San Simón también ha vivido muchos avatares porque en la guerra contra los franceses su cripta fue el escondite de obras de arte y del ajuar litúrgico de otras iglesias de Brihuega. Tras la desamortización de Mendizábal se convirtió en vivienda particular y se compartimentó, por lo que permaneció casi oculta durante décadas, hasta que, durante unas obras en 2004, se descubrió con gran sorpresa su verdadero ábside. Ya rehabilitada, en 2023 se abrió a la ciudadanía, y hoy forma parte del proyecto Sostenibilidad Turística Alcarria Literaria.

Dejando atrás la azarosa vida de San Simón, se alcanza la plaza del Coso donde están las cuevas árabes, un laberinto subterráneo cargado de historia y misterio; todo un vestigio de la presencia musulmana en la península Ibérica. Se cree que tienen más de 800 años, y esconden unas galerías que superan los ocho kilómetros de longitud, aunque no han sido del todo exploradas. Su función original sigue envuelta de misterio, pero en lo que los expertos coinciden es que estas cuevas se usaron como almacenes de alimentos, como refugio y como vías de escape durante asedios.

En la plaza del Coso, también encontramos la Real Cárcel de Carlos III, que hoy alberga la oficina de turismo. Es pequeña y, en ella, la vivienda del vigilante ocupaba la planta baja y las celdas de los presos, las superiores.

Una iglesia, un castillo... y una sorpresa

Y siguiendo el camino se llega a la puerta de la Guía. Una vez se traspasa, aparecen nuevas e inimaginables maravillas. Al fondo, antes de subir al castillo de la Piedra Bermeja, está la iglesia de Santa María de la Peña, construida en el siglo XIII, en plena repoblación cristiana tras la Reconquista. Santa María de la Peña, que durante siglos fue la parroquia de la zona más humilde de Brihuega, es extraordinariamente bonita y sin embargo es uno de los templos medievales menos conocidos. Y, además, guarda sorpresas, porque saliendo por una pequeña puerta lateral, aparecen unas escaleras voladas con grandes vistas panorámicas que llevan a la gruta de Santa María de la Peña. La devoción que en la zona tienen a Nuestra Señora de la Peña procede de una leyenda medieval que narra que, bajo un gran resplandor, la Virgen se le apareció a la princesa mora Elima en una noche de verano. Desde entonces, es la más querida de Brihuega.

Las calles de Brihuega se engalanan en el mes de julio

Las calles de Brihuega se engalanan en el mes de julio

Irene González

A la izquierda de Santa María de la Peña sale el camino que lleva al castillo de la Piedra Bermeja construido sobre un espolón rocoso de color rojizo que se asoma al Tajuña. Con anterioridad, aquí hubo un castro, más tarde un poblado celtíbero y, posteriormente, fue usado por romanos y visigodos. En el siglo X, los musulmanes levantaron lo que en principio fue algo así como un palacio defensivo y, dos siglos más tarde, se transformó en un rico palacio-fortaleza, más propio de señores feudales que de guerreros. 

Tras mil y un avatares, a mediados del siglo XIX, el castillo se convirtió en el cementerio de la villa, uno de los camposantos más bellos del planeta. Nada más cruzar su gran arco de entrada flanqueado por restos de la muralla medieval, aparece el patio de armas donde descansan las lápidas de los que ya no están, al igual que en las habitaciones que lo rodean. Resulta una imagen única y sorprendente junto a su impecable recinto amurallado y su capilla decorada con motivos mudéjares.

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Y casi enfrente del castillo, no hay que perderse el convento de San José que, según se cree, podría haber sido ocupado en sus orígenes por monjes carmelitas, y al parecer fue durante siglos, uno de los centros espirituales más importantes de toda la Alcarria. También fue hospital durante la Guerra Civil, cárcel, escuela, y juzgado y hoy acoge el Museo de Historia y el primer museo mundial de miniaturas.

El refugio de Manu Leguineche

En el mismo recinto se encuentra la Escuela de Gramáticos donde vivió Manu Leguineche tras seducir al mundo con sus crónicas de guerra desde Vietnam, Argelia, Pakistán, Bangladesh, Líbano, Somalia o la Nicaragua sandinista. Esta discreta casa se construyó en el año 1612 gracias a la generosidad de un briocense indiano para alfabetizar a niños pobres, y como escuela de latín. La Casa de los Gramáticos, que guarda un gran legado cultural, fue diseñada con aulas modestas y cercanas al centro del pueblo, para facilitar el acceso a familias humildes.

La humilde Escuela de los Gramáticos fue el útimo refugio de Manu Leguineche

La humilde Escuela de los Gramáticos fue el último refugio de Manu Leguineche

Irene González

Pasado el tiempo su labor educativa decayó y el edificio pasó a manos privadas. Y una de sus moradoras ilustres fue Margarita de Pedroso, que estaba muy implicada en la cultura, la literatura y la restauración del patrimonio. Además, fue musa de Juan Ramón Jiménez, lo que añadió un aura literaria a la casa. Desde finales de los años 80 hasta su fallecimiento en 2014.

Leguineche convirtió esta casona en su refugio creativo donde escribió, además de La felicidad de la tierra, El Club de los faltos de cariño, dos de sus obras más íntimasEn La Casa de los Gramáticos, Leguineche creó un rincón propio frente al valle del Tajuña con estanterías repletas de libros de geopolítica y de fotografía, y de paredes adornadas con recuerdos de sus crónicas internacionales. Allí recibía visitas de sus colegas periodistas y hoy está previsto que acoja tanto la Casa Museo de Manu Leguineche como la sede física de la cátedra que lleva su nombre.

La Real Fábrica de Paños y sus jardines románticos

El hotel Castilla Termal Brihuega ocupa un edificio histórico de Brihuega

El hotel Castilla Termal Brihuega ocupa el edificio histórico de la Real Fábrica de Paños

Lutton Gant

Otra joya de Brihuega es la Real Fábrica de Paños, ubicada en la localidad porque era un eje estratégico entre Madrid y Barcelona, y porque el pueblo gozaba de una fuerte tradición textil, ya desde el siglo XIII. La factoría, que se dedicaba a la confección de tejidos para uniformes militares, llegó a tener más de 100 telares. Fue fundada en 1750 por el rey Fernando VI, y cesó la actividad en el reinado de Carlos III. En un principio, fue algo así como la sucursal de la Fábrica de Paños de San Fernando, pero cuando se desató la terrible peste, trasladaron toda la producción a Brihuega. 

Este singular edificio fue el primero de construcción circular de toda Europa, con el fin de que los trabajadores tuvieran una sana ventilación, cruzada y circular. Tiene un magnífico espacio, la icónica La Redonda, hoy cubierta por una sensacional cúpula de cristal, y que en el siglo XVIII estaba al descubierto. En la entrada de la Real Fábrica de Paños está la ermita de Santa Lucía, y las viviendas de los trabajadores. En 1840, el empresario briocense Justo Hernández la compró y la fabricación de mantas y tejidos para el ejército continuó hasta el comienzo de la Guerra Civil, en 1936, cuando cerró sus puertas definitivamente.

El jardín de la fábrica de paños está lleno de plazas circulares y fuentes de piedra delimitados por setos de boj

Justo Hernández mantuvo la esencia de la Fábrica de Paños, sus letreros de carboncillo, las antiguas y colosales tinajas, y los portones originales. Y además construyó el magnífico jardín romántico que rodea toda la fábrica como regalo para Josefa López, su esposa, la hija de quien fue tesorero de las Reales Fábricas de Paños de Brihuega. La intención del regalo era que su esposa tuviera un lugar de esparcimiento entre su arbolado y que disfrutara de las aves exóticas de la pajarera. 

El jardín está lleno de plazas circulares y fuentes de piedra delimitados por setos de boj, palmeras, laureles, almendros, cipreses, rosales, y varios tipos de árboles frutales. También tiene un cenador con un reloj de sol y las vistas más impresionantes de Brihuega y de su horizonte.

El mirador de Hemingway

Desde el mirador de Hemingway el periodista admiraba el valle del Tajuña.

Desde el mirador de Hemingway el periodista admiraba el valle del Tajuña.

Irene González

Por este jardín romántico paseó Leguineche, pero también Ernest Hemingway, que tiene su propio mirador. Al parecer, el escritor y corresponsal llegó al pueblo en 1937 como enviado especial de la North American Newspaper Alliance para cubrir la batalla de Guadalajara. El periodista se instaló en la Real Fábrica que por aquel entonces era un improvisado cuartel y refugio de periodistas internacionales que dormían en el suelo. 

Y, según cuentan, el mirador era su rincón favorito porque allí observaba el movimiento de tropas, escribía notas en su libreta, y se fumaba un puro al atardecer mientras miraba el valle del Tajuña. Hoy, la Real Fábrica de Paños acoge el Castilla Termal de Brihuega, el primer hotel balneario de cinco estrellas de la provincia. El establecimiento dispone de un horario de visita para disfrutar de los jardines románticos, aunque no se esté alojado.

Los campos de lavanda, de olor, color y sonido

Estas infinitas tierras se ha convertido en una de las mayores productoras mundiales de lavanda

Estas infinitas tierras se han convertido en una de las mayores productoras mundiales de lavanda

Irene González

Otro enorme placer de estas hermosas tierras son sus campos, que en verano se tiñen de perfume y de morado. Estas infinitas plantaciones de lavanda que florecen en la Alcarria, que nada tienen que envidiar a las francesas, se han convertido en una de las mayores productoras mundiales de lavanda. Los extensos campos, que durante el mes de julio se convierten en un gran espectáculo, se extienden en las inmediaciones de Brihuega, sobre todo en Malacuera, en Villaviciosa de Tajuña, o en Hontanares.

Los amaneceres y atardeceres en los campos de lavanda son mágicos, ya que en ellos se captar el color, el aroma del entorno, y el aletear de miles de abejas que producen parte de la magnífica miel de la Alcarria. Pasear por sus hileras, perfectamente delineadas, es una experiencia multisensorial. Y, además, estos millones de flores moradas serán recolectadas y pasadas por el alambique para extraer su esencia, formarán parte de los perfumes más exclusivos del mundo.  Su aceite esencial también se usará para cosmética, cremas, usos medicinales porque es calmante y antibacteriana, y con fines gastronómicos de donde se producirán deliciosos dulces, helados y zumos. 

Los amaneceres y atardeceres son mágicos para captar el color y el aroma del entorno

Los amaneceres y atardeceres son mágicos para captar el color y el aroma del entorno

Irene González

En julio Brihuega luce aún más bella si cabe, porque sus calles se llenan de puestecitos con productos de artesanía, gastronomía y decoración relacionados con la lavanda. Todo el pueblo se engalana de adornos violetas y morados, de flores y de ramilletes que desprenden su olor en un espectáculo para los sentidos.

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