Hasta los años 30 del pasado siglo los principales núcleos del Principado de Andorra no estaban unidos por carretera con España y Francia. La comunicación con sus vecinos era escasa y a través de duros puertos de montaña. Sobre todo, para salvar la frontera gala, ya que la unión con La Seu d’Urgell por la parte sur era más sencilla. En definitiva, Andorra era un lugar aislado y pobre. Gentes que vivían de la ganadería y de unos pocos cultivos, casi como en la edad media.
Sin embargo, el año 1933 marcó un nuevo rumbo para el diminuto país de los Pirineos. Fue entonces cuando se realizó la ansiada carretera. Quedaba abierto el camino a la prosperidad y al turismo. La Andorra actual no sería posible sin esa vía que todo lo transformó y modernizó.
La gastronomía se ha convertido paulatinamente en un aliciente más para visitar Andorra
Fue un cambio visible hasta el exceso en las grandes poblaciones del principado, pero sin embargo hay reductos donde se ha sabido combinar la modernidad y las infraestructuras turísticas con la conservación del patrimonio histórico y natural. Así ocurre en Canillo, una de las siete parroquias que articulan el territorio andorrano.
Aquí todavía es posible recorrer el valle de Incles y hacerse idea de cómo era Andorra hace no demasiadas décadas. Basta con seguir el agradable camino de l’Obac d’Incles para descubrir un valle donde toda la vida ha pastado el ganado y donde se ha cuidado la hierba como un tesoro para alimentar a los animales durante el invierno. Unas fechas de frío y nieve en los que tocaba refugiarse en bordas, las casas de labor típicas del país caracterizadas por su resistencia a las inclemencias climáticas.

Las bordas son las construcciones más típicas de la montaña andorrana
Todavía se ven esas bordas repartidas por el valle y también algunas junto a la carretera. Pero ya no son viviendas agrícolas y ganaderas. Ahora muchas son establecimientos turísticos. Es el caso de la Borda de l’Hortò, un restaurante que ha transformado los antiguos establos de la planta baja en un acogedor salón para servir lo mejor de la gastronomía tradicional, por supuesto dominada por la carne. Aunque no falta el pescado local en forma de truchas capturadas en los ríos andorranos.
De hecho, la gastronomía se ha convertido paulatinamente en un aliciente más para visitar Andorra. Cada vez existe más variedad y sobre todo ha aumentado la calidad. Un par de muestras se disfrutan en la propia localidad de Canillo. Ahí abre sus puertas el Racó del Simó con su ambiente y cocina de montaña, en la que cobra un protagonismo especial la carne de caza. Y también en Canillo, a un paso de la oficina de turismo y la iglesia parroquial está el Blót, con una apuesta muy reconfortante para los amantes de las hamburguesas hechas sin prisas y regadas con cervezas artesanales.
Todo parece que sean propuestas gastro con la contundencia necesaria para quienes salen a la montaña, auténtico leitmotiv de cualquier viaje a Canillo. Lo saben bien los esquiadores que acuden cada invierno a las pistas que parten de los núcleos de El Tarter o Soldeu. Pero el buen tiempo cierra las pistas y abre los senderos que ascienden a los lagos de Salamandra o de Joclar, alcanzan el circo de Pessons o remontan el valle de Ransol hasta el Pic de la Serrera.
Todas estas y muchas más excursiones requieren de cierto nivel montañero. Pero en los últimos años, Canillo se ha esforzado en lograr que la belleza de la montaña sea más accesible para todos. Y que incluso sea espectacular. En ese sentido hay que entender el Roc del Quer, colgado literalmente sobre la población y que invita a contemplar el panorama, emulando a la gran escultura asomada al precipicio. Eso sí, se trata de una experiencia no apta para quien sufra de vértigo, ya que esta plataforma vuela sobre un abismo de 500 metros de caída libre.

El puente tibetano de Canillo se prolonga durante 603 metros de longitud
Y aquellos con pánico a las alturas tampoco deben acudir al cercano puente tibetano. Es una versión metalizada de los puentes del Himalaya, la cual aquí se prolonga durante más de 600 metros de longitud sobre el valle del Riu. Las vistas son preciosas y la experiencia de cruzar la pasarela mientras oscila a cada paso es muy sugerente.
Pero si alguien desea sensaciones más fuertes, debe saber que hay una empresa que ofrece la oportunidad de hacer jumping desde el centro del puente para saltar a toda velocidad a un vacío de 125 metros de altura. ¡Los niveles de adrenalina que alcanzan los saltadores difícilmente se olvidan!
Es una muestra de lo importante que es la industria turística para Andorra, donde no cesan de inventar y proyectar propuestas novedosas que capturen más y más visitantes. Pero en Canillo eso se trata de conjugar con sus esencias naturales e históricas. No sólo manteniendo sendas que parecen alejarse miles de kilómetros del bullicio que se palpa en las grandes poblaciones del principado. También conservando un rico patrimonio histórico que traslada al visitante a la época del medievo que tantos siglos perduró entre montañas.
En la parroquia de Canillo se descubre una arquitectura de piedra en forma de iglesias únicas. Está la iglesia de Sant Miquel de Prats que resume el arte románico más esencial y rural. O se puede ver la ermita de Santa Creu, que todavía es una de las preferidas de la población para celebrar sus ceremonias íntimas. Y por supuesto, está Sant Joan de Caselles, joya del país tanto por su arquitectura como por las pinturas y esculturas que cobija en su interior.

La ermita de Santa Creu es uno de los monumentos emblemáticos de la parroquia
Y mención aparte merece el santuario de la Virgen de Meritxell proyectado por Ricardo Bofill en los años 70 del pasado siglo tras el incendio de la vieja ermita románica. Este santuario guarda la patrona de Andorra, así que es el punto de encuentro de todo el principado.
Pero más allá de su aspecto devocional y religioso, el lugar es una metáfora perfecta de lo que es Canillo y toda su parroquia en la actualidad. Un territorio donde se mira al futuro turístico, pero sin olvidar sus esencias más antiguas y naturales.
Dónde dormir
Hotel Nòrdic
Varios núcleos aparecen repartidos por la extensión de la parroquia de Canillo, algunos de ellos desarrollados al amparo del turismo, sobre todo invernal. Es el caso de El Tarter, una población al pie de las pistas de esquí. Así que ahí han proliferado los apartamentos turísticos y los hoteles. Uno de ellos es el hotel Nòrdic, de 4 estrellas. El Nòrdic alcanza su punto álgido con la nieve, pero también abre durante la temporada estival cuando se convierte en un enclave ideal para emprender numerosas excursiones por la zona más norteña del Principado de Andorra.