¿Hemos matado la magia del viaje?

Serendipias

¿Hemos matado la magia del viaje?
Alberto Piernas

Durante estas semanas de viajes masivos, se despliegan los itinerarios y no puede faltar el monumento de rigor, y esa cala que descubrimos en Instagram, el restaurante que nos recomendaron o ese coqueto spa. No hay más tiempo y tenemos que verlo todo. Punto por punto.

En el mundo actual, podemos “descubrir” un territorio en siete días, mientras que muchos años atrás, exploradores se enfrentaban a las inclemencias de un nuevo ecosistema con machetes, anotaban cada nuevo árbol y trataban de entenderse a través de señas con las personas nativas.

No hay nada como el entorno a la hora de condicionar aquello que pensamos, sentimos y hacemos en todo momento

En las peregrinaciones, el propio acto de transición, caminando durante días para llegar al destino, define el acto de fe de los creyentes. Y la figura literaria del flâneur, ese “paseante” parisino del siglo XIX que sucumbía a descubrimientos aleatorios como el aroma procedente de una panadería o una puerta olvidada. Para algunos, el viaje simboliza esa transición.

A partir de esta percepción surgió la psicogeografía, del filósofo francés Guy Debord, un concepto que estudia los efectos del medio en el comportamiento afectivo de las personas. A través de mapas situacionistas, se describe el espacio conectando fragmentos por su carácter emocional, enlazando con la ilusión de ese niño que recolecta hojas y guarda piedras en los bolsillos durante un camino que se alarga sin ninguna presión. Es decir, la antítesis a los mapas que ofrecen las oficinas turísticas.

Avión

Avión

Alberto Piernas

Porque no hay nada como el entorno a la hora de condicionar aquello que pensamos, sentimos y hacemos en todo momento.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, cuando tomamos un avión para recorrer largas distancias alrededor del mundo, aterrizamos y, solo en ese momento, descubrimos que dos ciudades separadas por miles de kilómetros parecen iguales desde el aire. Es el viaje no transitorio que suprime las diferencias del paisaje, el paso de las tierras áridas a otras más verdes, las hortensias azules que se asoman al camino o la sonrisa de una persona que nunca se fue de la tierra a la que pertenece.

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Pero quizás esta teoría de las ciudades idénticas sea solo un ejemplo más en una sociedad capitalista donde buscamos que todo llegue antes: lo que compramos, los ascensos, el primer te quiero, el primer SÍ.

En un mundo donde podemos viajar de Madrid a Estambul en cuatro horas, comprar comida china que alguien nos traerá a casa en 40 minutos en lugar de prepararla nosotros mismos, o coleccionar amantes a través de aplicaciones de ligue sin sumergirnos bajo la superficie, algunos procesos quizás sí merezcan ser vividos.

Porque nunca será lo mismo ver el mar a lo lejos, entre las montañas y tras un largo peregrinaje, que hacerlo a las 7 de la mañana tras buscar desesperadamente la última plaza de parking de esa cala para estar lo más cerca posible.

Quizás el trayecto no signifique consumir el tiempo de un punto a otro, sino una forma de habitar la transición. De ser como el niño que se detiene a lo largo del camino a recolectar hojas y piedras. 

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