Milagros, fotos y robots en Praga

Portal desde Chequia

Dispongo de una mañana en Praga y, para atacarla en condiciones, desayuno en un café clásico. Cada cual elegirá a su gusto, hay donde escoger. El mío cuenta con más de un siglo y me recibe con un camaleón en un terrario. La carta es extensa: diez clases de cafés, tres de chocolates, seis elaboraciones con huevos... 

No me atrevo a preguntar qué tomaba Franz Kafka cuando asistía a su tertulia. También se sentó aquí a debatir sobre mecánica planetaria y cálculo diferencial Albert Einstein. Y poco más tarde el local acogió la fundación del PEN Club checo, que elegiría como primer presidente a Karel Capek, a quien debemos, en una de sus obras de teatro, el uso de la palabra robot por vez primera. Sea como sea, con sus maneras elegantes, quien manda en este local amplio y distinguido es el camarero, largo mandil blanco, chaleco a rayas, camisa blanca y pajarita, y paciencia de santo, esperando a que despegue la nariz del escaparate de la Pavlova, el strudel, la tarta de queso con albaricoques y el gugelhupf.

Vistas al jardín y al patio exterior del histórico estudio de Josef Sudek en Praga

Vistas al jardín y al patio exterior del histórico estudio de Josef Sudek en Praga

Matthew Ragen

Salgo con energía renovada, bordeo el río Moldava y aprovecho que aún es temprano para cruzar el puente de Carlos sin atascos. Mi objetivo se encuentra en la orilla occidental: busco el estudio de un fotógrafo. La calle donde se encuentra corre paralela al río. Mientras la sigo, unas voces me llaman la atención. Un nutrido grupo entra en la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria. Picado por la curiosidad, los sigo. Su objetivo es una imagen del Niño Jesús. Dice la leyenda que santa Teresa lo regaló a una amiga que casaba a su hija en Praga. Y parece que la imagen tiene acreditados numerosos milagros, incluso la salvación de la ciudad durante un asedio de los suecos.

Me siento en un banco a observar la nave blanca, los altares barrocos, cómo las monjas arreglan las flores. La gente, después de rendir honores al Niño Jesús, husmean por todos los recovecos, y me sumo a la pesquisa. Mis pies me llevan hasta una puerta lateral, que conduce a un pasillo donde se expone la obra misionera de las carmelitas descalzas. Y en un rincón, bajo una ventana, encuentro un cuaderno, un bolígrafo y un cesto con un cartel donde pone “Peticiones”. Dentro del cesto hay un montón de papeles doblados. Vaya, pienso. Escribo lo que me urge en un retal, lo doblo convenientemente y lo añado a los otros.

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Luego retomo el rumbo y resulta que dar con la ubicación definitiva cuesta lo suyo. Porque, si bien en la calle una placa con el busto del fotógrafo indica dónde debo detenerme, para alcanzar el destino hay que pulsar un timbre, entrar en una portería, cruzarla y entrar en el edificio siguiente, que debe también cruzarse, para salir a un patio. Y no es en aquel patio, sino en la parcela que queda justo a su derecha, tras una verja.

 Allí hay una cabaña de madera envuelta por la vegetación. Desde 1927 Josef Sudek usó sus tres piezas como estudio, y también vivió allí durante treinta años junto a su hermana. En este estudio se refugió durante la Segunda Guerra Mundial, convirtiendo su entorno mínimo en objeto de excepcionales series de fotografías en blanco y negro. Le servía una ventana empañada por la lluvia, unos restos de nieve en una rama retorcida, un bodegón con un bote de cristal y una flor, o una pera en un plato. En sus obras, Sudek dota cualquier objeto de una textura, una vida, una magia, que se nos escapa al resto de mortales.

Y, aunque el estudio es una réplica del original, que ardió en 1985, algo del aliento del fotógrafo ha quedado prendido, porque basta con una foto por la ventana para que emerja su encanto. A quien lo dude, puedo mostrarle la foto que tengo en mi perfil del móvil: de espaldas, frente a su jardín, yo no parezco yo ni el jardín aquel jardín.

Ah, y de mi petición en Nuestra Señora de la Victoria debo decir que, como en las fotos de Sudek, nunca nada es exactamente lo que parece. Todo tiene su intríngulis, con zonas que ni son blancas ni negras. Pero en general, podría afirmar que sí, que las peticiones han sido atendidas. Aunque hay que esperar a ver…

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