Samye es un valle descarnado. La absoluta falta de vegetación y un territorio batido por el viento con un cielo límpido por la altitud y la pureza del lugar le dan un aspecto irreal. Para decorar todavía más el escenario, a su paso, el río Yarlung Tsanpo (Brahmaputra) se despedaza en bancos de arena y brazos que parecen deshilacharlo. El agua busca recovecos por los que seguir avanzando en su largo camino hacia el golfo de Bengala.
En tan hermoso aunque inclemente emplazamiento se halla el monasterio más antiguo del Tíbet. Su primera construcción se data en el año 779 y aseguran las crónicas que fue fundado por el mismísimo Padmashambava, el introductor de esa filosofía vital en el Tíbet, y a quien en aquel país se le conoce más como Gurú Rinpoche.
En una inspección poco minuciosa, podría parecer que el monasterio de Samye está fortificado por una muralla que dibuja un cuadrilátero sobre el terreno. Pero al traspasar la entrada principal y ver la disposición del resto de los edificios monásticos enseguida se percibe que se trata de un mandala arquitectónico.
El mandala es la representación gráfica de la cosmogonía budista. En el caso de Samye, el monasterio central, que es de planta redonda, simboliza el monte Meru, la montaña mítica que los budistas consideran el centro del universo. Alrededor de él se erigen unos templos de tamaño menor, que parecen dispersos, pero que vistos desde un punto elevado se advierte que trazan dos círculos concéntricos que representan los océanos y los continentes.

Monjes budistas tibetanos en el interior del monasterio de Samye
El oratorio central se llama Ütse, y es el polo sobre el que gira todo. Al norte está el templo de la Luna, y, al sur, el templo del Sol (que ofrece un aspecto nuevo, pues fue reconstruido tras la destrucción de la revolución cultural china). Las edificaciones con forma de bóveda sobre un plinto escalonado son los chorten que representan a los cuatro colores (rojo, verde, negro y blanco) que se corresponden, en la imaginería tibetana, con los elementos básicos del universo.
Samye tiene el típico aspecto de la arquitectura religiosa tibetana. Los edificios están encalados, brillan como montes nevados. Compitiendo con las principales paredes, los adornos dorados de las zonas más altas de los oratorios. Las banderas multicolores, que elevan prédicas a la vez que son movidas por el viento, les dan su singular hechura, además de las figuras que suelen culminar los puntos más altos, como la rueda del Dharma.
Es de sobras conocido que durante la fiebre destructora de la revolución cultural china, los guardias rojos llegaron a saquear y arrasar hasta 8.000 templos en el Tíbet. Una vez Pekín censuró esa etapa y la consideró un error, muchos de ellos han sido reconstruidos, por lo general ateniéndose fielmente a su aspecto original.
Menos publicitado ha sido que Samye sufrió una mutilación traumática en mayo de 2007, tres décadas después de la depredación sistemática de obras de arte religiosas que acaeció durante el mandato de Mao Zedong. En fecha tan reciente del presente siglo, una estatua de diez metros de alto de Gurú Rinpoche fue destruida por el ejército y sus trozos recubiertos de láminas de oro y cobre se evacuaron de la zona en camiones, para asegurarse de que ni los fieles ni las organizaciones internacionales de defensa del patrimonio cultural se pusieran a rehacerlo.
El destrozo tuvo lugar en las fechas del Saga Dawa, el festival religioso más importante del año, en la que suelen producirse manifestaciones en contra de la presencia china. La destrucción de la gigantesca estatua fue uno más de los episodios de humillación que los tibetanos han debido sufrir desde la invasión de 1950.
Cómo llegar
Samye sigue siendo, pese a su mutilación parcial, centro de peregrinaje predilecto de los budistas tibetanos, que acuden masivamente a lo largo del año. Se halla a 120 kilómetros de la capital, Lhasa. Numerosos autobuses cubren el trayecto en un par de horas. Los visitantes extranjeros deben asegurarse de que las autoridades chinas les permiten el acceso, circunstancia cambiante según la atmósfera política del momento.