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Aix-en-Provence: el sur de Francia que inspiró a Cézanne

Escapada

La primera capital de la Francia actual fundada por el imperio romano susurra una carta de amor al color, el arte y el equilibrio entre modernidad y tradición

Aix-en-Provence es una de las localidades con más encanto de la Provenza

Getty Images

“Cuando estaba en Aix, me parecía que estaría mejor en otro lugar; ahora que estoy aquí, echo de menos Aix. Cuando uno ha nacido allí, está perdido: nada más le dice nada”, dijo una vez Paul Cézanne, pintor que marcó la transición entre el arte decimonónico y la vanguardia del siglo XX, aunque nadie lo reconociera hasta sus últimos días.

Nacido en Aix-en-Provence, Cézanne convirtió su ciudad natal en baluarte de la calidez y el color, una identidad que hoy supone una reverencia a esta ciudad de la Provenza francesa que bien merece unas horas (o unos días) de visita.

Fontaine de la Rotonde en Aix-en-Provence

Jacques van Dinteren

Desde sus bulevares hinchados de árboles hasta plazas atemporales, pasando por los leones de piedra que custodian el Cours Mirabeau, los cafés refinados y los mercados sugerentes, Aix-en-Provence invita a abrazar ese charme del sur de Francia a ritmo relajado. Una ciudad que huele a lavanda y sabe al mejor calisson d’Aix en forma de almendras y melón.

Aix-en-Provence: todas las pinceladas del sur de Francia

En la Place de l’Hotel de Ville siempre hay gente, ya sea martes o viernes. El ambiente universitario de Aix-en-Provence - cuyos 75.000 estudiantes nacen de la fusión de sus tres universidades - late entre las plazas y bulevares de una ciudad donde siempre apetece detenerse a tomar un típico pastis o perderse entre mercados donde coexisten el saucisson provenzal y los libros vintage.

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Vigilada por la montaña Sainte-Victoire, Aix-en-Provence es uno de esos lugares del sur de Francia donde bullicio y calma, pasado y futuro, arte y costumbrismo dialogan, realzando un legado que se lee con los pies y se persigue entre callejuelas floridas.

El kilómetro cero lo encontramos en Cours Mirabeau, un enorme bulevar donde los árboles plátano forman túneles de verdes vibrantes que separan el casco antiguo del barrio Mazarin, más moderno. Aquí las mansiones erigidas entre los siglos XVII y XVIII evocan ese aire elegante que hoy vigila el trasiego de sus habitantes, algunos cargados con baguettes, otros disfrutando del apéro, o aperitivo francés.

Aix-en-Provence es una ciudad con mucha animación, en buena parte gracias a sus más de 15.000 universitarios

Getty Images

A partir de aquí nos sumergimos en el Vieil Aix, o casco antiguo, un laberinto de calles estrechas, tiendas de artesanía o panaderías donde degustar los éclairs, similares a las cañas de crema. Un paseo que nos lleva hasta la Place d’Albertas, con su fuente barroca y perfecto preámbulo de la catedral de Saint-Sauveur, el gran icono de la ciudad. Construida sobre un antiguo foro romano, la catedral combina elementos románicos, barrocos y góticos que envuelven su Tríptico de la Zarza Ardiente, obra de Nicolas Froment en el siglo XV.

Al mediodía, el sonido de las fuentes te confirma que te encuentras en una de las mejores ciudades para perderte entre estas joyas acuáticas, con más de un centenar de fuentes, entre ellas la majestuosa Fontaine de la Rotonde, situada en el Cours Mirabeau; o la Fontaine des Quatre Dauphins, en el barrio Mazarin. Esta zona de Aix - como empiezas a llamarla cuando ya te ha conquistado - fue concebida en el siglo XVII para albergar a la aristocracia local y destaca por la presencia de sus mansiones, especialmente el Hôtel de Caumont, hoy convertido en epicentro artístico.

También los mercados suponen perfectas estampas en las que perderse en Aix, ya que aquí se entrelazan creaciones jaboneras típicas de la Provenza con materia prima de productores locales. Un buen referente es el mercado de la Place Richelme, el cual se celebra a diario y cuyo recorrido siempre termina en un picoteo de aceitunas provenzales.

Espacios sombreados por los árboles plátano, pero también la estela de Paul Cézanne, el artista sin el que Picasso no podía concebir el arte y a quien se le atribuye la transformación del arte entre los siglos XIX y XX. Cézanne nació y vivió en Aix, una ciudad a la que profesaba amor y odio por igual, pero a la que siempre volvía para habitar espacios como su atelier, donde podemos descubrir algunos de sus últimos bodegones y material de trabajo.

Un mercado de alimentación de Aix-en-Provence, con los típicos 'saucissons'

Maria Pavlova

Además, tampoco puedes perderte la Bastide du Jas de Bouffan, finca familiar y epicentro de la obra del artista; o les Carrières de Bibemus, antiguas canteras a 5 kilómetros de Aix, donde Cézanne pintó gran parte de su obra cubista entre 1895 y 1904, motivo por el que hoy cuenta con un espacio-museo dedicado al refugio del artista.

A medida que avanza el día, el murmullo universitario se apodera del centro, algo susurra entre los túneles verdes y la historia parece confundirse entre tiendas hipsters y fuentes antiguas. Solo entonces, nos da la sensación de que hay algo de Aix en Provence que también evoca nuevas pinceladas en el alma.