Mientras los turistas se entretienen en su safari personal a la caza de ricos y famosos, en esa sábana de asfalto —sacudida por el bramido ocasional de un superdeportivo— que es Montecarlo; abajo, en los muelles del Port Hercule, descansan obras maestras de la navegación, testigos de un siglo de travesías entre lujos, guerras y grandes amores. Son las hermosas damas del mar, veleros y yates centenarios que, cada dos años, regresan a Mónaco para el gran baile marítimo mundial: la Monaco Classic Week - La Belle Classe.
Del 10 al 13 de septiembre, el principado acogió la 17ª edición de la cita que se ha convertido en el Pebble Beach del yachting clásico, es decir, el equivalente náutico del legendario concurso californiano donde cada verano desfilan los automóviles históricos más bellos del planeta. Bajo la silueta de la roca se gesta un espectáculo de paños que crujen, maderas que huelen a sal, nombres grabados en bronce que cuentan un siglo de hazañas por los siete mares, en el marco de un evento creado en 1994 por el impulso del príncipe Alberto II y del Yacht Club de Mónaco (YCM).
 
            Las Riva 50, durante el desfile
“Este es el único encuentro por invitación en el mundo clásico, lo que garantiza calidad y diversidad”, asegura Bernard d’Alessandri, secretario general del club desde hace más de cuatro décadas, impecable en su traje nautical chic y con un cierto semblante a Burt Lancaster. En los pantalanes, la puesta en escena es tan importante como la navegación. Tripulaciones uniformadas con camisetas marineras a rayas rojas y blancas —como la bandera del principado— y sombreros de paja impecablemente alineados recuerdan que aquí la etiqueta es también tradición.
De hecho, la Classic Week es el enlace natural entre el glamur de los últimos setenta años y el alma marinera más auténtica del principado, antigua protagonista antes de que la estrella de Grace Kelly iluminara este peñón mediterráneo con la luz hollywoodiense. Aquí, las regatas son reales y competitivas, pero el objetivo principal es mostrar que estas embarcaciones siguen vivas y con la misma fuerza de hace un siglo.
La Classic Week es el enlace natural entre el glamur de los últimos setenta años y el alma marinera más auténtica del principado
Con este cometido, y durante cuatro días, en las aguas monegascas se sucedieron pruebas náuticas, concursos de elegancia y veladas sociales. En esta edición participaron más de 150 barcos: 40 veleros clásicos (la mitad de ellos, centenarios), 15 yates a motor de época y nada menos que 70 lanchas vintage, entre ellas un récord de 50 Riva de caoba, la flotilla de la dolce vita italiana.
No sorprende que el evento incluyera también una exposición sobre náutica y cine, al acoger yates como el Kalizma (1906), refugio de amor de Richard Burton y Elizabeth Taylor; el Zaca (1928), que tuvo como padrinos de lujo a Errol Flynn y Orson Welles; el Manitou (1937), apodado la “Casa Blanca flotante” de JFK; o el imponente Creole de 65 metros, propiedad de la familia Gucci. Pero la protagonista de 2025 fue sin duda una goleta de líneas puras y casco azul oscuro: la Mariette of 1915.
 
            Las Riva 50 de caoba participantes
Nadie conoce mejor a esta étoile de los mares que su capitán, Charles Wroe, un inglés alto y rubio, de rostro anguloso y voz grave, que la comanda desde 2005. “He recorrido más de 175.000 millas con ella —ocho vueltas al mundo— y puedo decir que sigue siendo fantástica: competitiva en regata y confortable en travesías. Pero mantener una dama de 110 años exige tres cosas: amor, tiempo y dinero”, confiesa. Su tripulación permanente de ocho marineros, jóvenes de todo el mundo formados a bordo, se ocupa de casi todo: desde la carpintería hasta el aparejo. “Nada te prepara para trabajar en un barco así, salvo hacerlo de verdad”, añade Wroe.
Amor y tiempo entonces, pero el dinero lo pone su armador, Patrice Mourreau, un reservado veterano francés, menudo y con gafas, cuya mirada se ilumina cuando sube a cubierta con su equipo. Lleva cuatro décadas al timón financiero y emocional del velero: “No quería un barco moderno que se maneja con un joystick. Aquí todo es manual, como en 1915”. En efecto, el salón tapizado en cuero rojo, la boiserie de nogal, la chimenea abren un umbral temporal hacia la belle époque.
Diseñada por Nathanael G. Herreshoff, el Mago de Bristol, y votada en Rhode Island en 1916, la Mariette costó entonces 75.000 dólares, una fortuna. Su historia es digna de una novela: rebautizada Cleopatra’s Barge II, requisada en la Segunda Guerra Mundial, degradada a chárter caribeño, casi desguazada… hasta ser rescatada en los años ochenta y restaurada en Italia. Desde entonces, sucesivos reacondicionamientos han devuelto su esplendor, manteniendo su identidad original. Con estas credenciales, la goleta estaba destinada a ganar el premio principal de un concurso que, más que al mejor barco, distingue a la mejor máquina del tiempo.
El veredicto llegó en la última jornada, cuando las embarcaciones desfilaron en el concours d’élégance ante el jurado de estilo, con Allegra Gucci al frente, y el jurado técnico, a cargo de Sir Robin Knox-Johnston —el primer hombre en circunnavegar el globo sin escalas—, encargado de valorar la autenticidad de los veleros antes de lanzarse al campo de batalla. Los tripulantes, firmes y alineados en cubierta, saludaron con un gesto ceremonial entre cantos marineros y aplausos del público, y pasaron del compañerismo alegre a una concentración tensa y palpable. Porque sí: es un concurso de elegancia, pero sigue siendo una regata.
 
            La elegancia tiene formas propias durante el certamen monegasco
La Classic Week es también escaparate del propio Yacht Club de Mónaco, fundado en 1953 por el príncipe Rainiero III y hoy presidido por su hijo, Alberto II. Su sede, diseñada por Norman Foster en forma de transatlántico futurista, simboliza la mezcla de tradición y vanguardia que el principado cultiva desde hace más de un siglo. De hecho, Mónaco fue pionero ya en 1904 al organizar los primeros encuentros internacionales de motonáutica, cuando probar automóviles en carretera estaba prohibido y los constructores aprovechaban las aguas de la Costa Azul. “Queremos seguir siendo un laboratorio del yachting del futuro, con proyectos como el Monaco Energy Boat Challenge para probar soluciones de navegación sostenibles”, explica Alessandri, quien asevera: “lo fundamental es conocer tus raíces para poder diseñar el futuro”.
Por la noche, cuando las velas ya están arriadas y los trofeos entregados, queda la otra regata: la de los saludos, las sonrisas y las fotos en la terraza del club. En la ceremonia final, los vestidos largos y las chaquetas azul marino con botones dorados parecen perfectamente coordinados, como en una película de Jacques Tati, pero con champán de verdad llenando generosamente las copas. Entre armadores veteranos, jóvenes tripulantes y un enjambre de rostros difíciles de ubicar —pero ansiosos por estar en la foto—, Mónaco recupera su papel más conocido: un escenario con el mar como telón de fondo y la presencia como verdadera competición.

 
            
