Kamakura: un sendero sagrado entre bosques, templos y el gran buda

Postal desde Japón

Busco cómo escapar una mañana de Tokio y tomo el tren, que me aleja apenas cincuenta kilómetros y me deja en la estación de Kita-Kamakura. Debo hallar entonces un callejón que se dirige hacia el sur, siempre hacia el sur. Para más datos, donde se encuentra el templo budista Jochiji, construido en 1281, un remanso de silencio, con madera añeja, musgo y flores. Y allí, junto a su acceso, están los escalones donde se inicia la ruta.

Entro en el bosque. Las raíces cuartean el suelo. Dos ardillas se encaraman por un tronco. La ruta evita la población. Pasa por detrás de una casa antigua protegida por una cerca de bambú. En invierno, pero sobre todo en primavera, florecerán las camelias; luego, los narcisos. Alguna piedra labrada jalona el camino. Y las encuentro unidas con una soga roja, como símbolo del amor, en el santuario Kuzuharaoka.

Zeniarai Benten es una cueva donde, si se lava el dinero en el agua de primavera, se doblará su valor

Una desviación permite acceder al parque Genjiyama, que custodia la estatua de Yoritomo Minamoto. Él fue quien estableció en Kamakura el gobierno del sogún. En teoría el sogún detentaba la autoridad del país en nombre del emperador. A la práctica, el emperador quedaba relegado a un cargo meramente simbólico. Durante un siglo y medio el país se gobernó desde Kamakura. Luego el poder cambió de manos y también cambió la capital. Pero el sogunato como institución se mantuvo hasta fines del siglo XIX.

Sigo adelante. Diversas puertas torii (los arcos de madera que preceden un templo sintoísta) conducen a Zeniarai Benten, una cueva donde, si se lava el dinero en el agua de primavera, se doblará su valor.

Gran Buda de Kamakura

Gran Buda de Kamakura

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El camino ondula por las colinas y ofrece alguna vista panorámica, del bosque, la población, el mar al fondo. Y se puede añadir una variante con la ascensión entre cedros japoneses, pasando bajo sucesivos arcos torii rojos, hasta alcanzar un templo de Inari. Diosa del arroz, la fertilidad, los zorros y el éxito, parece que se apareció en un sueño de Yorimoto Minamoto instándole a formar un ejército. Tras la victoria, el sogún decretó sagrado el lugar.

Y la caminata alcanzará por fin la pieza principal: el Daibutsu, el gran buda. En el lugar, antaño se erigía una sala enorme que resguardaba la imagen. Pero la sala ya no existe. La atacaron tifones y terremotos, y desapareció en 1495, cuando un tsunami barrió con todo, salvo con la estatua. Claro que el gran buda de la luz ilimitada, de la vida y la compasión infinita, no es cualquier cosa. La figura está hecha de bronce, su altura supera los once metros y pesa más de cien toneladas. Y, desde aquel tsunami, ha permanecido más de siete siglos a cielo abierto.

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Es un buda sentado, orientado al mediodía. Se presenta con los pulgares tocándose, también los nudillos de los otros dedos. Muestra unos lóbulos de las orejas extensos, un tercer ojo sobre el entrecejo, los párpados cerrados. Su expresión refleja una calma absoluta. Está dispuesto para guiar a la tierra pura a creyentes e incrédulos, sin distinciones. No sé si será por este desprendimiento que hasta se puede acceder a su interior.

Y ya solo queda acabar de descender hasta la playa. Allí se encontrará algún restaurante donde reconstituirse. Eso sí, manteniéndose alerta, porque, como advierten algunos carteles, voraces gaviotas asaltan sin previo aviso a los más despistados.

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