Álex Gómez-Marín, experto en neurociencia: “Si el cerebro es un órgano productivo, con su muerte todo termina. Pero si es permisivo, la consciencia puede sobrevivir y continuar después de la muerte”

Filosofía con instinto

El neurocientífico y físico teórico reflexiona sobre los chimpancés y la inmortalidad del alma según el filósofo alemán Moses Mendelssohn: entre la biología, la consciencia y el misterio de la muerte

El físico teórico y neurocientífico Álex Gómez-Marín tuvo una ECM.

El físico teórico y neurocientífico Álex Gómez-Marín tuvo una ECM.

Álex Gómez-Marín

Los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, comparten aproximadamente el 98% de su ADN con los humanos. De rostro expresivo y orejas prominentes, destacan por su inteligencia, incluida la emocional, y por la complejidad de su organización social.

Capaces de aprender el lenguaje de signos, utilizar herramientas como piedras para romper nueces, hojas para recoger agua o palos afilados para extraer termitas, habitan en las selvas tropicales, sabanas y bosques húmedos de África central y occidental.

Los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, comparten aproximadamente el 98% de su ADN con los humanos

Los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, comparten aproximadamente el 98% de su ADN con los humanos

Getty Images

Viven en comunidades jerárquicas donde los machos establecen relaciones de dominio, pero en las que la cooperación y las alianzas juegan un papel fundamental para la resolución de sus conflictos. Las hembras, en cambio, tienden a integrarse en grupos distintos a lo largo de su vida para asegurar la diversidad genética de sus crías. Dentro de estas comunidades, el vínculo entre la madre y los hijos es especialmente estrecho y duradero. La transmisión de conocimientos de una generación a otra es fundamental para su supervivencia.

Los chimpancés se comunican a través de vocalizaciones, desde gritos de alarma hasta risas y sonidos que acompañan el juego. También se sirven de gestos y expresiones faciales, como levantar un brazo o mantener la mirada fija para denotar amenaza. Pero lo que más nos fascina es su aparente capacidad de sentir y expresar emociones como la empatía, la alegría, la tristeza, el miedo o el enfado.

Algunos científicos sostienen que los chimpancés experimentan emociones comparables a las humanas, aunque menos complejas, debido naturalmente a las diferencias a nivel cognitivo y en la capacidad de abstracción. Otros piensan que son producto del instinto más que de una conciencia emocional plena.

Algunos científicos sostienen que los chimpancés experimentan emociones comparables a las humanas, aunque menos complejas

Algunos científicos sostienen que los chimpancés experimentan emociones comparables a las humanas, aunque menos complejas

Guenter Guni

Uno de los aspectos más sobrecogedores de los chimpancés es su reacción ante la muerte. Se ha observado que no solo muestran interés por sus compañeros fallecidos, a quienes acarician o vigilan antes de alejarse de ellos, sino que también son capaces de guardar un duelo prolongado.

Un caso conmovedor es el de Natalia, la chimpancé que perdió a una de sus crías de solo dos semanas de vida en BIOPARC, Valencia, en febrero de 2024. Su comportamiento impactó profundamente a sus cuidadores y dio la vuelta al mundo.

Durante meses, Natalia llevó consigo el cuerpo inerte de su cría, negándose a soltarlo. Lo protegía y lo acicalaba, resistiéndose a aceptar la realidad de su muerte. Solo tiempo después, en un acto cargado de solemnidad, Natalia dejó el cuerpo en el suelo y se alejó lentamente. Fue entonces cuando, tal vez, comprendió que su cría ya no estaba con ella.

Este tipo de comportamiento sugiere que la reacción de los primates ante la muerte no es solo biológica, sino también emocional y social.

La historia de Natalia y su cría nos pone ante la cuestión más peliaguda y definitiva a la que nos enfrentamos todos los seres vivientes, también los humanos: la muerte. ¿Supone esta la aniquilación total y definitiva o abre camino a la esperanza de que algo de nosotros perdura más allá de la desaparición física?

En este punto, podemos recurrir al pensamiento de Moses Mendelssohn y su concepción de la inmortalidad del alma. Este filósofo alemán del siglo XVIII defendió la continuidad del alma más allá de la muerte desde una perspectiva racional y metafísica. En su obra, Fedón o sobre la inmortalidad del alma, inspirada en el diálogo platónico, Mendelssohn argumenta que el alma es una sustancia simple e indivisible, lo que significa que no puede descomponerse ni extinguirse. Por eso considera que para el alma, la muerte del cuerpo no es un final, solo supone un tránsito hacia un misterioso estado superior de conocimiento y plenitud.

Moses Mendelssohn, filósofo alemán del siglo XVIII

Moses Mendelssohn, filósofo alemán del siglo XVIII

Uwe Zänker

Esta visión refuerza la idea de que la vida tiene un propósito y que la muerte no significa una ruptura absoluta, sino una transformación dentro de un orden cósmico más amplio.

Hoy tengo el honor de entrevistar al físico teórico y neurocientífico Álex Gómez-Marín (Barcelona, 1981), investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Instituto de Neurociencias de Alicante, cuyo trabajo aborda los límites de la consciencia humana en el mundo real, un campo de conocimiento donde desafortunadamente el enigma convive todavía con el estigma.

Álex Gómez-Marín, físico teórico y neurocientífico

Álex Gómez-Marín, físico teórico y neurocientífico

Álex Gómez-Marín

Rosa: A lo largo de la historia, las distintas culturas han intentado comprender este tránsito, desarrollando mitos, rituales religiosos y reflexiones filosóficas que buscan darle sentido. Parece que la ciencia se desentendió del tema, a veces desdeñosamente, porque lo que ocurría más allá de la muerte escapaba a toda forma de comprobación científica. ¿Te parece justa esta apreciación o crees que la ciencia también abordó este tema?

Álex: La ciencia empezó su exitosa andadura por lo real investigando esa porción de la naturaleza que se deja medir y matematizar más fácilmente. Se hizo una suerte de reparto de bienes, un pacto de no agresión: para los científicos el mundo material, para la religión el alma humana. La física clásica triunfó, luego la química, y después la biología, ¡aunque la vida sigue siendo un gran misterio! Cuando llegó la hora de la psicología —que etimológicamente significa el estudio del alma—, volvimos a meter el alma, la mente y la consciencia, todas debajo de la alfombra. Las grandes revoluciones de la física estaban ya en marcha, pero los psicólogos conductistas, incapaces de medir el alma, decidieron que no existe. Hubo que esperar hasta los años noventa para retomar el estudio ortodoxo de la consciencia humana y animal en los laboratorios. Un premio Nobel le dio la bendición y el tema dejó de ser tabú (sí, la ciencia también funciona así). Hoy, por fin, parece que podemos hacernos científicamente con más normalidad esa pregunta que todas las tradiciones han planteado (y respondido): ¿sobrevive la consciencia a la muerte del cuerpo físico?

Rosa: En 1767, frente al embate de la ciencia de entonces que socavaba las visiones míticas sobre el destino después de la muerte, Mendelsshon escribe Fedón o sobre la inmortalidad del alma, al hilo de una vieja reivindicación platónica. Es un intento de defensa de la inmortalidad por la vía de la filosofía. Cuatro años antes la Academia de Berlín le había premiado Sobre la evidencia en las ciencias metafísicas, un trabajo de aplicación de las matemáticas a la metafísica. Nadie plantearía hoy una discusión en estos términos. ¿Por qué? ¿Qué ha cambiado en la ciencia y en el pensamiento?

Álex: Los términos cambian, pero las cuestiones fundamentales permanecen. Antes le llamaban el problema cuerpo-alma, hoy hablamos de la relación mente-cerebro. A los académicos anglo-estadounidenses les encanta hablar del hard problem de la consciencia: ¿cómo puede ser que de nuestras neuronas brote la experiencia subjetiva? Millones de dólares para buscar la respuesta dentro del cráneo con tecnología avanzada. Yo creo que la pregunta está mal planteada (del agua no sacaremos vino, sino más bien al revés). Propongo revisar el meta-modelo que tenemos del cerebro. Ya nos lo avisó William James hace más de un siglo: no hay duda de que el cerebro juega un papel principal en todo lo que tú quieras (pensamiento, percepción, atención, etc); la cuestión central es si la naturaleza su función es productiva o permisiva. ¡La encrucijada de las dos Ps! Si el cerebro es un órgano Productivo, cuando el cerebro se mue-re, se acabó todo. Pero si el cerebro es un órgano Permisivo, entonces es posible la supervivencia y continuidad de la consciencia después de la muerte. Digo “posible”. Habrá que investigarlo, ¿no?

Rosa: Hoy parece que las narrativas míticas no manifiestan pretensiones dogmáticas y las ciencias entran en este tema acotando más cautelosamente el alcance de sus afirmaciones. El tema de discusión no es tanto la inmortalidad del alma como la posible consciencia después de la muerte clínica. ¿Es el camino realista para avanzar jun-tos en este asunto o supone la renuncia a abordar el asunto nuclear, la vida después de la muerte?

Álex: La ciencia ha sido muy cautelosa, yo diría que incluso temerosa (¡a veces cobarde!), a la hora de meterse en estos temas, pero también irresponsablemente dogmática. Se nos ha dicho por activa y por pasiva que “no somos más que” complicados mecanismos de relojería, que el alma está en el cerebro, que el gen de la infidelidad existe, que nuestro cerebro “no es más que” un ordenador, que es una estupidez creer en el cielo, que para ser buen científico mejor ser ateo, que no hay vida después de la muerte. En el nombre de la ciencia, se ha tratado a quienes compartían experiencias anómalas sobre el “más allá” como a chiflados del “más acá”. Y a quienes han tratado de investigarlas científicamente, jugándose sus carreras y su reputación, como a pseudo-científicos. Es cierto que hay mucho charlatán, pero también son charlatanes (y de lujo) esas celebrities científicas y divos de la divulgación patrocinadas por el status quo que nos han dicho hasta la saciedad que “sabemos que NO” cuando lo que en realidad tendrían que habernos dicho es que “NO sabían”. Confundieron la ciencia con su ideología, a menudo arrogante, hortera, cascarrabias, y anti-espiritual. Ahora ladran porque otros cantan. Han confundido ortodoxia con ortopedia. Les toca ponerse a la cola, escuchar y aprender.

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Rosa: Una investigación en marcha, Proyecto Luz, pretende demostrar que somos más que materia. La doctora Comas, una de sus portavoces, afirmaba hace unos días en este mismo diario, “tenemos un concepto materialista de la existencia. Es decir que, cuando se para el cerebro, se acabó todo. Pero parece que experiencias cercanas a la muerte (ECM) registradas en hospitales nos dicen lo contrario”. ¿Somos más que materia?

Álex: Mis hijas, desde luego, ¡son más que materia! Pregúntale a un materialista de esos de carné qué es la materia. Después de tanto sermón, ahora resulta que no saben lo que es. O, peor, siguen atrapados en la concepción del mundo que reinaba en el siglo XIX. Esa en la que el universo está hecho de bolitas de billar que chocan las unas con las otras. Esa en la que todo pasa por ninguna razón. Es decir, que por un lado han sobrevalorado la materia y por otro la han infravalorado. Les llamo cariñosa-mente “materialistos”, pues son tan listos… Lo que sucede es que si hay vida después de la muerte, si algo sobrevive a la muerte del cuerpo físico, entonces el materialismo se les muere. Se les cae el mundo. El destino al parecer no está carente de cierta ironía…

Rosa: ¿Y qué puedes decirnos entonces del Proyecto Luz y las ECMs respecto a esta cuestión?

Álex: El Proyecto Luz de la Fundación Icloby (en el que por cierto tengo el honor de participar como investigador) es un esfuerzo titánico por replicar los resultados del cardiólogo holandés Pim Van Lommel y su equipo publicados en 2001 en la revista The Lancet, un estudio prospectivo (en vez de retrospectivo) sobre las características de las ECM de supervivientes de paro cardíaco reanimados (¡resucitados!) en el hospital. Una ECM por sí sola no demuestra nada pero, cuando se analizan con rigor cientos o incluso miles de ellas, entonces constituyen anomalías replicables sobre la consciencia humana que la ciencia puede y debe estudiar. Quizás no debamos empezar por el estudio científico del alma en el cielo, sino por la vida después de la muerte clínica en los hospitales. Se ha abierto un campo bien difícil ,pero a la vez fructífero. Son tiempos increíbles para investigar lo desconocido.

Rosa: Esos mismos estudios parecen apuntar a la existencia de una consciencia no local, a la que se le puede llamar supraconsciencia, campo cuántico, alma… ¿Existen en la neurociencia hipótesis sobre si la consciencia se extingue o hay algún tipo de continuidad después de la muerte?

Álex: Cuando se habla de campo cuántico en ese sentido, la mayoría de físicos se espantan, y con razón. La física cuántica nos ha traído increíbles paradojas respecto al comportamiento de la materia y ha puesto patas arriba nuestra concepción clásica del mundo. Por ello algunos la utilizan a modo de analogía para expresar que “lo imposible” sucede también en el mundo de la mente. Al decir que la consciencia es no-local, tratamos de enfatizar que hay toda una serie de fenómenos —avalados con evidencias científicas (que no deben confundirse con pruebas irrefutables)— que apuntan a inter-acciones mente-materia que parecen ir más allá de nuestra concepción clásica del espacio y del tiempo. Eso es todo, ¡que no es poco! Luego cada uno lo llamará como quiera o pueda. Y se causará confusión, pues todos estos nombres, apellidos, motes, alias y pseudónimos son intentos para nombrar algo que todavía escapa a nuestro vocabulario científico. Estamos muy al principio del camino.

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Álex Gómez-Marín investigador del CSIC

Álex Gómez-Marín

Rosa: Àlex, la historia de Natalia nos muestra un duelo. El duelo implica una transición emocional y psicológica. ¿Podemos decir que los chimpancés atraviesan un proceso similar o su forma de afrontar la muerte responde a otros mecanismos? ¿Si su cerebro tiene similitudes con el nuestro, podría haber una base biológica que explique la manera en que los chimpancés procesan la pérdida y el duelo?

Alex: Por supuesto. No hay que olvidar que nosotros también somos animales. Como ha mostrado brillantemente la filósofa española Susana Monsó, tener un concepto de muerte, lejos de ser una hazaña exclusivamente humana, es una característica bastante común en el reino animal. Además, investigaciones publicadas recientemente por el biólogo inglés Rupert Sheldrake en colaboración con Pam Smart y Michael Nahm sugieren que nuestras mascotas también saben cuándo están a punto de morir y que se despiden de nosotros. A fin de cuentas los seres vivos formamos una ecología de mentes maravillosas, cada una única e irrepetible, pero también en sintonía con la Vida (y la Muerte) en mayúsculas.

Rosa: Moses Mendelssohn, más en la línea platónica que en la de la tradición judía de la que él procedía, hablaba de alma. ¿Sería asimilable ese concepto al de consciencia o supraconsciencia del que hoy se habla? ¿Qué se puede decir desde una perspectiva neurocientífica?

Álex: Deja que te responda de otra manera. Hay una forma simple, aunque profunda, de decirlo en clave filosófica: la consciencia es condición de posibilidad de la ciencia. Es decir, sin consciencia, no podríamos hacer ciencia. Por lo tanto, es exagerado pedirle a las neurociencias que, por sí solas, resuelvan el problema de la consciencia. Sería como pisarse un pie y luego sorprenderse de no poder andar. Ahí está la clave de una verdadera neuro-fenomenología. Empezar por reconocer que la consciencia es el punto ciego de la ciencia: es lo que nos permite ver pero, al mismo tiempo, escapa sistemáticamente a nuestra vista. Por eso yo le doy la vuelta: creo que el estudio cien-tífico de la consciencia va a transformar la ciencia y a los propios científicos que la practiquen honestamente. Es un proceso de metamorfosis. La ciencia se vuelve mística.

Rosa: Las experiencias cercanas a la muerte han sido interpretadas desde la neuro-ciencia como fenómenos cerebrales producto de la hipoxia o la activación de ciertas redes neuronales, pero también han sido vistas como evidencia de una posible continuidad de la consciencia. ¿Cómo lo ves tú?

Álex: Si eres “materialisto”, no te queda otra opción. Tiene que ser una alucinación. O algo que suceda estrictamente dentro de tu cráneo y que no tenga implicaciones físicas ni metafísicas más allá de él. Y quizás tengan algo de razón pues, a fin de cuentas, obviamente el cerebro se ve muy afectado durante el proceso de morir. Pero tan-tos intelectos bien dotados acaban cayendo en una suerte de “rigor mortis” donde no se produce nuevo conocimiento sino que se da vueltas, eso sí, muy sofisticadas, sobre lo ya conocido. Yo vuelvo a la hipótesis del cerebro como órgano Permisivo. Y vuelvo a plantear el “¿y si…?”. Como creo que sabes, yo tuve una ECM en marzo de 2021. Desde entonces estoy tratando de integrarla no sólo en mi vida personal, sino también en mi profesión, preguntándome qué dicen (y qué callan) la física y la neurociencia, los dos pilares sobre los que me he formado como científico, sobre ello. Esto me ha llevado a estudiar estas (¡y otras!) experiencias en “los márgenes” de la consciencia que sugieren que, a diferencia del cerebro, la mente no vive confinada dentro de la cabeza y apuntan a lo que nos han dicho desde siempre todas las tradiciones (excepto la cien-tífica-materialista). Somos mucho más de lo que creemos que somos. He descubierto también la tentación de convertir “la ciencia” en la nueva religión. No olvidemos que la ciencia ofrece verdades móviles e ignorancia de mejor calidad. No olvidemos tampoco que hay vida antes de la muerte.

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