Puede que el nombre suene bonito, pero llamarse santuario no convierte a un sitio en un refugio ético. Hay lugares con ese cartel enorme en la entrada y elefantes obligados a hacer reverencias delante de grupos de turistas, justo al lado de la tienda de recuerdos.
No todo lo que lleva una etiqueta de conservación lo es, y ahí empieza el problema. Lo fácil es dejarse llevar por la foto; lo complicado, mirar más allá. El turismo con animales tiene trampa, y lo mínimo es saber en qué estás participando.
Decorado con naturaleza
La cara turística del maltrato
Mariangel, una turista que viajó a Laos, no fue allí a ver elefantes pintando con la trompa. Antes de elegir un lugar, se dedicó a investigar con calma, alejándose de todo lo que oliera a espectáculo.
Fue así como acabó en el Elephant Conservation Center, donde no hay interacciones, ni baños con cubos de agua, ni selfies. “Si puedes tocar, alimentar o bañar un elefante, eso no es un santuario. Para que un animal se deje, primero lo quebraron”, explicó, apuntando al proceso conocido como phajaan, que consiste en someter al animal mediante castigos y aislamiento hasta que obedece.
En este centro los animales no están allí para entretener a nadie. De hecho, lo que ofrecen es exactamente lo contrario: silencio, observación y aprendizaje. “ECC tiene un programa real de rehabilitación y reinserción en su hábitat natural”, añadió, subrayando que los esfuerzos van más allá del simple cuidado. El contacto humano se reduce al mínimo necesario y todo está enfocado a la recuperación del animal, no a su domesticación para el turismo.
A muchos les basta con que el lugar tenga apariencia de jungla y que los animales estén sueltos para dar por hecho que todo es perfecto. Pero eso no garantiza nada. “Que se llame ‘santuario’ no quiere decir que realmente lo sea, es tu responsabilidad informarte, hacer turismo consciente y consecuente”, insistió. No hace falta ser un experto, basta con prestar atención: si los elefantes están haciendo cosas para entretener, algo no va bien.