Ni el palo, ni las orugas, ni siquiera el coche al sol. El mayor riesgo de muerte para un perro grande o mediano puede estar en su comedero. Un simple cuenco de pienso antes de salir a pasear puede acabar en una torsión gástrica, una dolencia que bloquea el estómago y que puede matar al animal en cuestión de horas.
El divulgador especializado en salud canina Ninja Skadi recomienda cambiar la rutina de alimentación del animal para evitar sustos innecesarios: primero paseo y luego comida, siempre dejando pasar al menos quince minutos tras volver a casa.
Durante el juego o una carrera repentina, el estómago lleno puede desplazarse y girar sobre sí mismo. Al hacerlo, interrumpe el flujo de sangre y retiene gases y líquidos. No hay un síntoma único que lo delate, pero si el animal comienza a mostrarse inquieto, intenta vomitar sin éxito o se le hincha el abdomen, hay que actuar de inmediato. La operación puede salvarle la vida, aunque el margen de tiempo para hacerlo es muy limitado.
Pequeños cambios
Proteger antes de que lleguen los peligros es la mejor prevención
Pero no todo depende de lo que coma. En primavera y verano, los riesgos aumentan también por lo que ni se ve ni se huele. El experto explica que hay que prestar atención a los mosquitos, ya que algunos pueden contagiar enfermedades graves, como la lesmaniosis o la filariosis, también conocida como gusano del corazón.
Según detalló en uno de sus vídeos, es importante actuar antes de que llegue el calor: “Hay que vacunar al perro contra la lesmaniosis antes de que empiece la primavera, y también es recomendable usar collares o pipetas porque la vacuna no es cien por cien eficaz”.
El paseo por el monte puede esconder otro peligro del que cada vez más gente está al tanto. Las orugas procesionarias, habituales en los pinares y en muchos parques, están cubiertas de pelos urticantes que pueden producir necrosis en la lengua del perro si este las lame. En los casos más graves, puede llegar a causar asfixia o incluso la muerte. Por eso conviene llevar siempre al animal atado en zonas de riesgo y evitar que se acerque a estos insectos.
Tampoco los clásicos juegos de lanzar palos son tan inocentes como parecen. Un rebote mal calculado o una astilla pueden dañar gravemente la boca o los ojos. Y si hace calor, lo más prudente es espaciar los juegos y evitar las horas centrales del día. Los perros no sudan como los humanos, y si se agotan pueden colapsar en apenas unos minutos.