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Esto es lo que nunca deberías hacer si detectas que tu gato ha hecho sus necesidades fuera de su arenero: “Algunos podrían asociarlo con miedo o dolor”

Memoria emocional

El miedo hace que algunos mininos eviten a la persona que les ha reprendido o que asocien el arenero con una experiencia negativa, hasta el punto de dejar de usarlo

Raquel Pavo, nutricionista canina: “Si tu gato deja de comer y parece no tener hambre, en realidad puede estar enfermo, débil o con dolor; en esos casos, una sonda puede salvarle la vida”

Cuando un gato experimenta un cambio en su comportamiento, hay que buscar el origen.

Los gatos tienen una memoria emocional mucho más duradera de lo que muchas personas creen. No olvidan fácilmente los episodios de tensión, sobre todo si provienen de alguien con quien conviven. Esa sensibilidad influye en su conducta diaria y puede alterar su comportamiento de forma evidente.

En animales tan observadores y reservados, un gesto brusco o una voz elevada bastan para que cambie por completo su actitud. Y es precisamente en esos momentos, cuando aparece un problema de convivencia, cuando su reacción nos pone a prueba.

No lo hagas

Regañar a un gato puede romper el vínculo de confianza

Cuando un gato orina fuera del arenero, lo primero que muchos dueños hacen es levantar la voz. El impulso de reprenderlo puede parecer una respuesta natural, pero ese enfado solo rompe la confianza del animal. El veterinario Mark dos Anjos explicó en Pethelpful que “si te enfadas y gritas a tu gato, dejará de confiar en ti”.

Esa desconfianza no se corrige fácilmente, porque un gato no reacciona igual que un perro: mientras un can suele olvidar pronto una bronca, un gato puede recordarla durante mucho tiempo. Algunos incluso desarrollan conductas de miedo o agresividad que agravan el problema.

Los castigos agravan el problema y pueden alterar sus hábitos

Getty Images

La consecuencia más habitual de una reprimenda es que el animal evite al dueño o huya cada vez que lo ve. En casos más serios, puede reaccionar con arañazos o mordiscos por miedo, o empezar a asociar el arenero con dolor y ansiedad. Eso provoca que deje de usarlo del todo. Por eso, gritar o castigar al gato es lo peor que se puede hacer en una situación así: convierte un contratiempo puntual en un conflicto continuo dentro de casa.

La alternativa más sensata empieza por algo tan simple como respirar hondo y mantener la calma. Esa pausa evita reacciones impulsivas y permite observar qué puede estar ocurriendo. El propio dos Anjos recomienda “tomarse un respiro, llamar al veterinario y buscar una solución con ayuda profesional”.

Consultar con un especialista ayuda a descartar causas médicas, como una infección urinaria, y orienta sobre los factores ambientales que pueden estar detrás. Además, conviene revisar el arenero: muchos gatos rechazan usarlo si está sucio o si el tipo de arena no les gusta. Mantenerlo limpio y en una zona tranquila suele bastar para recuperar la normalidad.

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También es útil analizar los cambios recientes en la casa. La llegada de otro animal, una mudanza o ruidos extraños pueden alterar al gato más confiado. En esos casos, preparar un lugar tranquilo y accesible donde se sienta seguro resulta fundamental. Ofrecerle escondites o zonas elevadas reduce el estrés y, poco a poco, el comportamiento mejora. No se trata de tolerar el problema, sino de entenderlo y resolverlo con paciencia. Al final, la calma del cuidador es lo que más ayuda al gato a recuperar la suya.