Luis se ha escapado un rato del plató de La que se avecina para hacer esta entrevista. Justo cuando charlamos están rodando el capítulo 200, que se dice pronto: “Esto es una ampliación de mi familia, de mi casa, porque desde hace 20 años estoy con este equipo, desde que hice Aquí no hay quien viva. Y aquí me siento muy bien, muy a gusto”, me cuenta.
Imposible es, por tanto, desligar a Luis de Mauri, su personaje en ANQV, y de Bruno en LQSA, así con las siglas con las que todo el mundo conoce ya a este par de popularísimas series de la televisión. Imposible es, también, recordar El Internado sin pensar en Héctor, o Canguros, sin Micky. “Y luego, en el teatro trabajo siempre”, dice. Porque lo que sí sería inviable es separar a Luis Merlo de sus amantísimas tablas, donde se crió entre su abuelo, padre y madre, y donde se forjó como el actor que es hoy, con obras desde Salomé hasta El método Grönholm pasando por Calígula, Séneca, o el beneficio de la duda, Las amistades peligrosas o Los 80 son nuestros y otras tantas. De casta le viene al galgo y de galgos va la cosa, porque Luis es muy de galgos y actualmente su corazón lo ocupa una perra de esta raza, ciega de nacimiento. Ella y unos cuantos perros más.
Estos días está con la representación de Conspiranoia en el Teatro Alcázar, junto a Natalia Millán, Juanan Lumbreras y Clara Sanchis, y empieza los ensayos de la reposición de Un Dios Salvaje que hicieron en su día Aitana Sánchez-Gijón, Maribel Verdú, Pere Ponce y Antonio Molero, y que estrenará a mediados de agosto en el Teatro Alcázar, me explica en exclusiva.

Luis no contempla su vida sin animales
¿Cuántos perros tienes?
Ahora tengo cuatro, pero he llegado a tener hasta ocho, todos recogidos. Aunque la realidad es que son ellos los que me tienen a mí, no yo a ellos (risas). Me tienen y me enseñan algo nuevo cada día, aspectos de la vida que a las personas se nos olvidan. Desde la cosa más bonita a la más egoísta o infantil. Lo más importante que he aprendido de ellos es que no miran si tienes dinero o eres pobre, si eres guapo o feo, alto o bajo… Esto es algo que en las personas pudo suceder en tiempos pretéritos, pero ahora, desgraciadamente, ya no. Te pondré el ejemplo de la galguita ciega que he recogido.
¿Qué le pasó?
Nació ciega como su hermano por una malformación. Los recogí a los dos porque me cambié de casa. Quería crear un hogar con animales; eso me da mucha energía. Estoy soltero desde hace muchos años y soy más que feliz con mis animales, mi familia, mis amigos. Adopté a los dos hermanos ciegos, y el perro, desafortunadamente, se quedó en una operación de urgencias antes de que llegara a Madrid. La galguita llegó a casa y se adaptó. Es impresionante la naturalidad y la falta de tragedia con la que ella vive su ceguera. Nosotros somos ciegos y es una limitación grande para determinados aspectos, la sociedad te ve de otra manera, te impide hacerte sentir como parte productiva. Con todos mis respetos por las personas ciegas y huyendo de comparaciones, los animales se mueven por instinto y por eso, de repente, no hay drama, dicen “me he adaptado” y son uno más entre sus compañeros peludos. Imagínate que la mastín que tengo le hace de perra lazarilla.
Salvar animales es salvarte a ti mismo; salvar siempre, no comprar, es salvarte a ti mismo
¿Qué me dices? ¿Salió espontáneo?
Sí. Es una perra mezcla de mastín con cualquier cosa, que también tuvo unas circunstancias muy muy precarias y tiene mucho miedo a las personas porque la trataron muy mal. De repente, un día vi que Ivete, la galga, se apoyaba en ella para poder correr por el jardín. Y ahora, cada vez que suena el timbre, la mastina busca la puerta y la cieguecita busca a la mastina para que la acompañe. Es algo muy especial. A mí los miedos me han llegado a paralizar y al contemplar a los animales te das cuenta de que nada puede acabar contigo, de que los derrotismos no sirven de nada. Te hago esta reflexión para decirte que, quizá, los peludos, a mí, lo que me enseñan y me recuerdan permanentemente es a mirar. Y a mirarlos a ellos, me divierte observar cómo se comportan todo el rato. Esto es lo que me enseñan los perros, y también ese amor tan incondicional: sólo te dicen “quiéreme mucho” porque el animal se empeña en ser amado. Y te abre completamente el corazón, insisto, sin condiciones, seas como seas.

El actor siente pasión por sus perros Perla, Lobita, Meta e Ivete
Decía un amigo mío que cuando comprendes el código animal, aprendes un nuevo idioma. Eso es una fuente de riqueza si los observas todo el rato. Yo no me separo de ellos por la casa, estamos siempre juntos. Si estoy en el salón, están conmigo; voy al jardín y salen conmigo; si voy a dormir, duermen conmigo. Soy un perfecto mal educador de perros porque nunca he establecido esa barrera entre ellos y yo. Los perros son los amos de mi sofá, de mi cama.
¿Y te dejan dormir con los ronquidos?
En todo caso, el que no los dejará dormir soy yo con los míos (risas). Soy muy cariñoso y, de repente, me da por abrazar a una perra y seguir durmiendo así. A estas alturas, como comprenderás, me da igual lo que piensen de mí porque he hecho cosas mucho peores que éstas (risas).
Qué gracia. ¿Cómo se llaman los perros?
La mastina mezcla con cualquier cosa se llama Perla. Después hay una husky que también fue abandonada por guapa que es y se llama Lobita. Luego está Meta, que es un cachorro que hacía falta acoger. E Ivete, que es la niña de mis ojos por el amor que da. Es muy bonito ver cómo ha encontrado su sitio, cómo lo ha conseguido por la carencia de ese intelecto que tenemos las personas, que nos da la vida pero también nos la quita al mismo tiempo por tener en la cabeza tantas ideas preconcebidas. A mí me hace muy feliz vivir con esta comunidad de peludos, me ayuda mucho. Me siento muy lleno con ellos. Yo acabo de trabajar y digo: “éstos me están esperando en casa”. Eso es una realidad cada día para mí y es muy bonita.
Es impresionante la naturalidad y la falta de tragedia con la que mi perra Ivete vive su ceguera
Cuando regresas debe ser una fiesta, con tanto perro recibiéndote.
Una fiesta absoluta. Esto, si no tienes animales, dices: “qué pena, este chico, qué mal está de la cabeza”. Pero no me importa mucho lo que digan, la verdad. El que no ha vivido esto se está perdiendo algo importante.
Totalmente de acuerdo contigo. ¿Cómo te organizas para trabajar y cuidarlos?
Me ayuda a cuidarlos la misma persona desde hace muchos años, siente pasión por ellos y sabe que ellos son la prioridad de la casa. Siempre le digo que los perros tienen que ir por delante de mí en todo; si yo me quedo sin comida, me da igual. Pero ellos no (risas). Soy muy friki.
Qué va. Eso dice mucho de ti. Si para mí ya eras un grande de España, ahora viendo el amor que sientes por los animales, pues eres más grande aún.
Con eso de “grande de España” lo que veo es que ya soy muy mayor (risas). Y es que hace nada, ¡no era mayor! Ya cumplo “cincuentaytodos” y eso de entrar en la tercera edad impresiona, pero si te digo la verdad, me gusto más que antes porque con los años aprendes a vivir otra historia, ya no tienes tiempo para tonterías. No daría un paso para atrás ni para coger impulso.
La realidad es que mis perros son los que me tienen a mí, no yo a ellos
¿Alguna vez te la han liado los perros en casa, al ser tantos?
Tuve una perra que era escapista. Y Lobita, la husky, una noche robó una pata de jamón, pero después vino hacia mí y me ofreció lo que quedaba de ella. Fue muy tierno.
Y no la pudiste reñir.
Nunca los riño, les hablo alto.
¿Les explicas cosas también?
Pues claro. Les digo: “fíjate lo que me ha pasado hoy en el rodaje con éste” (risas). Me dan tanta paz, mis perros. Los perros son los compañeros de vida. La pena es que duran menos de lo que deberían.

Luis Merlo nos habla de una de las partes más importantes de su vida: sus cuatro perros, todos acogidos
¿Te los llevas también a todas partes?
No me los puedo llevar a todos cuando me voy de gira, pero intento que siempre me acompañe alguno de ellos.
¿Siempre has tenido perros en casa?
Con mi exmarido teníamos gatos y un día leímos una noticia muy triste de una perrita abandonada que estaba en Alcobendas. Entonces pensamos en cómo no se nos había ocurrido antes salvar animales. Y resulta que al final salvar animales es salvarte a ti mismo. Salvar siempre, no comprar, es salvarte a ti mismo.