Sasha, víctima de violencia de género, 42 años: “Cuando lo vi hacerlo, me rompí por dentro. Sentí que no solo me atacaba a mí, sino también al amor que me sostenía a través de mis gatos”

Historia de valentía 

Una historia de valentía: cuando la violencia de género también afecta a los animales de compañía

Cómo el maltrato animal se convierte en una herramienta de control

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En medio del bullicio de Barcelona, Sasha intenta reconstruir su vida. Su historia es una de supervivencia, pero también de pérdidas irreparables. Sasha tenía siete gatos. Eran su refugio emocional, su compañía diaria, su calma frente a una relación marcada por el control y el miedo. Pero un día, uno de ellos fue asesinado por su expareja como castigo. Lo hizo delante de ella, fríamente, argumentando que “el gato le hacía más caso a ella que a él”.

Este acto atroz fue solo una de las muchas formas de violencia que Sasha sufrió. Como ocurre con tantas otras mujeres, el maltrato no solo se dirigía hacia ella, sino también hacia los seres que amaba. Los gatos se convirtieron en una herramienta de control más, una forma cruel de dominación.

Escapar del miedo, salvar a quienes amas

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“Cuando lo vi hacerlo, me rompí por dentro. Sentí que no solo me atacaba a mí, sino también al amor que me sostenía”, cuenta Sasha, vecina de Barcelona.

Durante demasiado tiempo vivió atrapada por el miedo. Dormía mal, siempre en estado de alerta, con el temor constante de perder a otro de sus gatos. Hasta que un día encontró el valor para huir.

Supervivencia y resiliencia: la fuerza de un vínculo irrompible

Hoy, Sasha vive con su nueva pareja y sus seis gatos supervivientes en un entorno seguro. Teletrabaja, lo que le permite pasar muchas horas en casa, observándolos y creando rutinas que favorecen su bienestar emocional. Este vínculo cotidiano, basado en la atención plena y la estructura, ha sido clave para superar el trauma compartido.

Pero las secuelas persisten: los animales no toleran la presencia de figuras masculinas con bigote o calvicie. Entran en pánico, se esconden, tiemblan. El trauma también se ha instalado en ellos.

“La violencia no desaparece cuando te vas. Se queda en los cuerpos. En los nuestros y en los suyos. Tuve la suerte de conocer a Montse, de Mishilovers, quien me ayudó en el proceso de adaptación de los gatos a un espacio más reducido y con mayor densidad que el anterior. Había algunas peleas, no muy fuertes, pero me preocupaban. Ellos son mi vida y su bienestar me recuerda la felicidad que debo conservar. Si tus gatos cambian su comportamiento, no los abandones, por muchos problemas que tengas. Busca siempre a alguien que te ayude a encauzar de nuevo la situación para una convivencia feliz y armónica. Es imprescindible conocerlos y entender qué les está pasando.”

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El caso de Sasha no es aislado. Según estudios recientes, el 80% de las mujeres que sufren violencia de género también denuncian amenazas o daños a sus animales de compañía. Este fenómeno se conoce como maltrato animal instrumental y tiene un único fin: someter emocionalmente a la víctima a través del sufrimiento de los animales que ama.

Afortunadamente, en los últimos años se han dado pasos importantes a nivel legal. El Código Civil español ya reconoce la relación entre violencia machista y maltrato animal, y prohíbe la custodia compartida de menores a quienes hayan maltratado animales. No obstante, todavía queda mucho por hacer.

“Uno de mis mayores miedos era tener que huir y dejar a mis gatos atrás. Sabía que si me iba, él se vengaría con ellos. Y si me quedaba, lo haría conmigo”, confiesa Sasha.

El vínculo invisible: las secuelas del maltrato en mujeres y animales de compañía

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Recep Buyukguzel

En este contexto, iniciativas como Viopet han marcado un antes y un después. Se trata de un programa pionero en España, impulsado por el Ministerio de Derechos Sociales, que ofrece acogida temporal para animales de mujeres víctimas de violencia de género que se encuentran en una vivienda catalogada como social. Gracias a esta red de hogares de acogida y centros especializados, muchas mujeres pueden huir sabiendo que sus animales estarán protegidos hasta que puedan reunirse con ellos en un entorno seguro.

Cuando lo vi hacerlo, me rompí por dentro. Sentí que no solo me atacaba a mí, sino también al amor que me sostenía

Sashavíctima de violencia de género

Para Sasha, también fue esencial contar con una red de apoyo emocional. Encontró ese espacio en la comunidad Mishilovers, formada por gestoras de colonias y mujeres vinculadas al bienestar de familias felinas. En estos entornos, Sasha descubrió que no estaba sola y que otras mujeres también habían encontrado refugio en el amor hacia los animales.

“Compartir con otras mujeres que han pasado por lo mismo me salvó. Las llaman ‘locas de los gatos’, pero son las más cuerdas que he conocido. Han elegido una forma de vida libre, sensible y comprometida.”

Este tipo de mujeres, cuidadoras de seres vivos, suelen ser objeto de estigma social. Se las juzga por no encajar en los modelos tradicionales, por no haber formado una familia clásica, por priorizar el cuidado de los animales. Pero ese amor —profundo, genuino, desinteresado— debería ser reconocido como una forma de resistencia y humanidad.

La violencia no desaparece cuando te vas. Se queda en los cuerpos. En los nuestros y en los suyos

Sashavíctima de violencia de género

Los efectos psicológicos de la violencia también dejan huellas en los animales. Gatos que han convivido en entornos de maltrato pueden desarrollar estrés postraumático, alteraciones del comportamiento, miedo extremo o pérdida del apetito. Diversos estudios veterinarios lo confirman: la respuesta emocional de los animales ante la violencia es muy similar a la de los humanos.

“Cuando alguien dice que ‘son solo animales’, pienso: no ha amado nunca como ellos aman. Ellos lo sienten todo. Y también necesitan sanar.”

Con el tiempo, Sasha ha aprendido a prever. Ha redactado un testamento donde deja a sus gatos al cuidado de dos personas de confianza, que los aman y se han comprometido a cuidarlos si algún día ella falta.

“Cualquier precaución es poca cuando se trata del bienestar de tu familia elegida. Sé que suena fuerte, pero no quiero que la vida les vuelva a fallar. Ellos me salvaron. Ahora es mi deber asegurar su futuro.”

El miedo de huir y la culpa de quedarse: una historia de supervivencia

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Hoy, Sasha vive en paz. Pero sabe que aún queda mucho por hacer. Reclama más recursos, más formación para profesionales del ámbito social y jurídico, y más espacios seguros donde las mujeres no tengan que elegir entre salvarse o proteger a sus animales.

“Porque las mochilas del maltrato no solo las cargamos nosotras. También las llevan ellos. Y ellos, como nosotras, también merecen una segunda oportunidad.”

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