Anna Figueras Salvat es una de esas personas invisibles que sostienen la ciudad desde los márgenes. Desde hace años, dedica buena parte de su tiempo, dinero y energía a cuidar de las colonias felinas comunitarias en Tarragona, junto a otras 250 personas más, una tarea altruista que ha cambiado sus vidas y, sin duda, la de miles de gatos. Lo hacen con compromiso, desde el anonimato, sin pretensiones ni protagonismos, por el bienestar de miles de gatos comunitarios repartidos por la ciudad. Hoy su voz toma fuerza, no por protagonismo, sino para visibilizar una realidad que aún necesita más reconocimiento social.
Todo empezó casi sin querer. “Desde pequeña he vivido rodeada de animales. En casa, los perros eran nuestros y los gatos, del entorno rural, de la calle; esa es su casa. Mi madre les ponía comida a todos, y yo crecí así: con esa sensibilidad hacia los animales.” Pero su implicación fue creciendo. “Rescataba perros perdidos en la carretera, gatos abandonados… hasta que un día me encontré alimentando a uno, luego a otro, y, de repente, estaba cuidando una colonia.” Después vinieron más gatos, y con ellos, la responsabilidad y el no poder mirar hacia otro lado.

La gestión ética de colonias felinas es una tarea esencial aún poco reconocida por la sociedad
Lo que muchos no saben es que, detrás de esa escena sencilla —alguien dejando comida en un rincón discreto— hay una red de personas que sostienen un trabajo invisible, vital y agotador. “La gente piensa que solo ponemos pienso, pero hay mucho más: observar, conocer cada gato, detectar si uno está enfermo, atrapar con paciencia para esterilizar… todo sin molestar a nadie y recibiendo, a veces, insultos o amenazas.” La tarea de una gestora no es romántica, aunque sí está llena de amor. Anna lo explica con claridad: “A menudo salimos muy temprano o por la noche, cuando hay menos gente, para poder alimentar en paz. Cada día temes que falte uno, que aparezca un gato herido, que tengas que correr al veterinario sin saber si podrás pagar la factura.”
“No alimentamos para atraer gatos, los gatos están en su territorio y seguirán allí. Alimentamos por bondad, por ética, por humanidad y para poder esterilizar/castrar, para cuidar su salud y reducir su número. Una colonia cuidada no molesta: evita camadas indeseadas, peleas, enfermedades”, recalca.
Las dos caras de la humanidad
Uno de los lugares donde Anna acude regularmente es el entorno del anfiteatro romano. “Ver gatos ahí me conecta con otras ciudades como Roma, donde conviven con el patrimonio, son respetados y tienen su espacio.” Aquí, pese a los esfuerzos del consistorio, se observa con tristeza cómo algunos vecinos animan a sus perros a ahuyentar gatos, o dejan veneno, o directamente los animales desaparecen sin más. “Es tremendo: un espacio declarado Patrimonio de la Humanidad lleno de deshumanidad.”
Pero más allá del centro histórico, la situación se repite por toda la ciudad: atropellos, gatos heridos, camadas no deseadas… y vecinos que observan de manera impune estos hechos sin más, incluso celebrando que “por fin no tendré gatos en mi jardín”. La otra cara es la red de gestoras y gestores, muchas personas mayores, algunas de más de 80 años, que intentan alimentar como pueden a decenas de animales tirando de su carrito de la compra, repleto de comida y agua, muchas veces acompañadas por familiares. Personas que ayudan a la supervivencia de las familias felinas.

Tarragona podría ser un referente en bienestar animal… si se escucha a quienes ya lo practican
“Las leyes no sirven si no se aplican”
Con la entrada en vigor de la Ley 7/2023 de Protección de los Derechos y el Bienestar de los Animales, muchas esperaban un cambio de rumbo. La norma reconoce a los gatos comunitarios como responsabilidad de los ayuntamientos y exige su gestión ética. Pero, como dice Anna, “las leyes están muy bien, pero si nadie las exige, se quedan en un cajón.”
Reconoce avances recientes: “Desde el área de Bienestar Animal del Ayuntamiento se han abierto canales de diálogo con las entidades, reconociendo el valor que aportamos desde hace años. Además, ahora contamos con una entidad como Mishilovers para coordinar y mediar, para asesorarnos y formarnos, y eso puede marcar la diferencia. Porque para gestionar necesitamos distribuir muy bien el presupuesto y que exista una colaboración real entre áreas como Urbanismo, Patrimonio o la Policía Local. También dejar de enfrentarnos a la dureza de conflictos con vecinos o recoger un animal sin vida sin saber qué hacer.”
Anna también alerta sobre los riesgos de que algunos ayuntamientos deleguen esta tarea en empresas de control de plagas que dicen aplicar el método CER. “No se puede gestionar una colonia sin conocer el terreno ni hablar con quienes la cuidan cada día. El CER no puede ser una etiqueta vacía que encubra capturas y desapariciones. Gestionar implica vínculo, conocimiento, respeto y control.”
Un trabajo invisible… y esencial
Anna y sus compañeras y compañeros no solo alimentan. Gestionan. Por eso insiste en usar correctamente la terminología: no somos alimentadoras, somos gestoras de colonias. Capturan, esterilizan, acogen cuando pueden, construyen refugios con materiales reciclados, y hacen malabares para pagar el pienso o las facturas veterinarias. “Ya hemos conseguido una asignación de pienso y que se atienda el pago de algunos gastos veterinarios. Estamos en vías de recibir más ayuda y esperamos que en breve esta situación revierta con la aportación del Ayuntamiento en este aspecto. Se reconoce nuestro trabajo y la necesidad de cubrir costes que no son nuestra responsabilidad.”
Recuerda con rabia y tristeza episodios recientes: “Gatos enfermos que no pudimos atender a tiempo, otros que desaparecieron, camadas abandonadas en cajas… No llegamos a todo. Muchos ciudadanos abandonan a sus animales domésticos, que enferman en muy pocos días al no sobrevivir en la calle… o son atropellados, dado que no están acostumbrados a un entorno brusco y muy peligroso como es la calle… Otros ciudadanos abandonan a los bebés en bolsas y cajas, todavía vivos, recién nacidos, y tenemos que ocuparnos de la mayoría de casos haciendo de mamis nodrizas y viendo cómo muchos bebés mueren en nuestras manos porque no han sobrevivido a la separación de su madre”, explica Anna con el corazón roto.

Desde la invisibilidad, cientos de personas construyen una ciudad más humana para todos, también para los gatos
Una ciudad con y para los gatos
Su sueño es claro: “A todas y todos nos gustaría que Tarragona, de aquí a cinco años, fuera una ciudad referente. Que los gatos comunitarios vivieran en espacios verdes, con refugios, alimentación controlada y respeto. Que fueran parte del paisaje, como en Malta, Roma o incluso en el Museo del Hermitage.”
Un ejemplo real y cercano le sirve de inspiración: “He visto cómo en otras ciudades los turistas sonríen al ver a los gatos sobre las ruinas. Aquí, muchos aún los ven como una molestia.”
Un mensaje claro para quien quiera ayudar
A quienes deseen empezar, les lanza un mensaje sencillo: “Que se acerquen a las asociaciones, que hablen con una gestora o contacten con Mishilovers. Y que no tengan miedo. Necesitamos manos, corazones y también voces que defiendan a estos animales.” También añade una advertencia: “Cuidar no es solo alimentar. Es compromiso, paciencia, responsabilidad y muchas veces, tristeza. Pero ellos lo merecen todo.”
“Si alguien quiere ayudar, que se acerque. Si no puede alimentar, que apoye, que difunda, que respete. Los gatos llevan siglos con nosotros. Solo piden un rincón tranquilo, comida y no ser tratados como un estorbo. Tarragona puede ser un referente. Y esa es la voluntad.”
Para Anna Figueras Salvat y sus compañeras gestoras, los gatos son parte viva de la ciudad. Y cuidarlos no es solo un acto de amor, sino un compromiso ético. “Una ciudad que cuida a sus animales, cuida a su gente.”