Las calles esconden historias que pocas veces se cuentan. Algunas se pierden entre el ruido del tráfico; otras, en los ojos atentos de un gato que observa desde un rincón sombrío. Chema y su Manada no solo los ve: ha hecho de su cuidado una misión vital. Desde Santander, esta asociación trabaja en la protección, gestión y adopción responsable de gatos comunitarios, luchando por darles el lugar que merecen en nuestras ciudades.
¿Por qué un día decides que no puedes mirar hacia otro lado y empiezas a cuidar gatos callejeros?
Porque ellos nunca han mirado hacia otro lado. Siempre han estado ahí, viviendo entre nosotros, sobreviviendo a la indiferencia. Un día te fijas, al siguiente les das de comer, y cuando te das cuenta, te han cambiado la vida. Solo vives para cuidarles y rescatarles. Es un trabajo durísimo, en el que nos implicamos hasta lo más hondo del corazón. Sabemos que no los podemos salvar a todos, pero cada vez es más grande la ayuda que recibimos. Es un orgullo contar con alianzas con personas que ni siquiera nos conocen, pero que entienden nuestro trabajo y la necesidad de respetar su convivencia con los humanos.
Dices que vuestra labor va más allá de alimentar a gatos abandonados. ¿Qué implica realmente cuidar una colonia?
Es un trabajo de fondo, casi de espionaje. Primero hay que identificar la colonia, conocer a sus miembros, ver quién es sociable y quién no, quién está enfermo, quién necesita ser esterilizado. Luego, ganarse su confianza. Que formen parte de la ciudad sin que la ciudad los expulse. Lo hemos logrado: muchas gatas han visto cómo sus bebés salían del entorno hostil. Otras prefieren esa vida libre a estar encerradas. Hay que respetarlas. Son animales sintientes. Un gato agresivo no es “malo”, es un gato herido. Solo pide ayuda. Y nosotros se la damos.

Del abandono a la dignidad: una revolución silenciosa
¿Y los ayuntamientos colaboran o ponen trabas?
Depende. Algunos comprenden que el método CER (Captura, Esterilización y Retorno) es la solución más ética y efectiva. Otros siguen ignorando la Ley 7/2023, que les obliga a gestionar estas colonias. No nos conformamos. Si hace falta, denunciamos. Exigimos que cumplan su deber. Con el apoyo de entidades que ayudan a gestionar, planificar y coordinar legalmente con ayuntamientos, avanzamos. Muchas veces, los consistorios necesitan profesionalidad y guía porque van muy perdidos.
¿Qué pasa cuando un ayuntamiento incumple la ley?
Se lo recordamos: con informes, quejas formales y presión pública. No buscamos confrontación, pero no vamos a tolerar que se vulneren los derechos de los animales. La ley ha salido para protegerles, no para permitir su maltrato. Cada vez hay más noticias que visibilizan sanciones por muertes de animales. Se están frenando las masacres y la falta de control censal en muchos municipios donde aún se cree que eliminarles es la solución.
Puedes decir que amas a los animales, pero si ves un gato enfermo y sigues caminando, ¿qué has hecho realmente?
¿No os sentís a veces como unos Quijotes luchando contra molinos?
Sí, pero al menos Quijote tenía caballo. Nosotros tenemos gatos… que son más listos. (Ríe). Ellos son nuestra fuerza. Apoyamos todos los proyectos que los cuidan: desde operativos de campo hasta formaciones, mediación en conflictos, coordinación de los planes CER, apoyo para redacción de programas y protocolos con la intención de obtener subvenciones, actualización de censos y, cómo no, cubrir gastos veterinarios. El amor y el cariño son gratis, y de eso nos sobra.
¿Cuál es el mayor reto de gestionar una colonia felina?
La educación. Mucha gente ve un gato en la calle y piensa que está abandonado o enfermo. No siempre es así. Tienen su jerarquía, su espacio. La naturaleza no se puede domesticar, pero sí respetar. Hay tragedias, como cuando se recogen camadas creyendo que están abandonadas y se separan de la madre, que solo estaba buscando comida. Esa gata sufre un estrés tremendo. Tuvimos una que tardó tres meses en comer sin mirar a su alrededor con miedo. Todos los disgustos les pasan factura. Cuidarles es un acto de humanidad.
¿Y las supersticiones, como la de los gatos negros?
Son tan absurdas como crueles. Los gatos negros son los últimos en ser adoptados. A nosotros nos encantan. Hay prejuicios, incluso hacia los animales. Se espera que sean tranquilos, adorables y pequeños. Pero un gato es un cazador, curioso, necesita estímulo. Si se le encierra sin interacción, se apaga. Se enferman con la edad porque reciben atención solo cuando son pequeños. Hay muchos esperando su oportunidad. Un gato te cambia la vida, transforma tu energía.
¿Todos los gatos callejeros deberían ser adoptados?
No. Algunos son felices en la calle, si tienen seguridad, comida y atención veterinaria. No podemos forzar su domesticación. Hay que evaluar caso por caso.
¿Qué pueden hacer las personas que sienten esta causa pero no saben por dónde empezar?
Observar. Preguntar si alguien cuida a los gatos del barrio. Si no, se puede ayudar con comida, voluntariado o simplemente difundiendo la causa. Es sencillo: dadles voz para que se les quiera y dejen de matarles.
No los podemos salvar a todos, pero cada vez es más grande la ayuda que recibimos
Una última reflexión...
Los gatos callejeros son el alma invisible de nuestras ciudades. No piden mucho: solo ser reconocidos como lo que son, vecinos de cuatro patas y una mirada que lo ha visto todo.
Vuestro lema es: “El mundo cambia con tu ejemplo, no con tu opinión”. ¿Cómo aplicáis esta filosofía cada día?
La protección animal no puede quedarse en palabras bonitas. Puedes decir que amas a los animales, pero si ves un gato enfermo y sigues caminando, ¿qué has hecho realmente? Nosotros actuamos. Rescatamos, alimentamos, educamos y exigimos que se cumpla la ley. No basta con querer un mundo mejor, hay que hacerlo mejor.