El número de incendios forestales ha disminuido en España desde 2010 y además se han reducido las hectáreas totales, según el informe anual de WWF sobre los bosques. Sin embargo, en las últimas dos décadas, crece la proporción de incendios en los que arden más de 500 hectáreas. La preocupación nace sobre todo por el hecho de que el número de incendios de gran intensidad y peligrosidad va a más. El primer gran incendio forestal del verano en Lleida fue el primer aviso del nuevo de tipo de incendios: cada vez más grandes, simultáneos y con potencial de quemar miles de hectáreas en pocas horas.
El cóctel nocivo que genera la crisis climática (con campos secos y picos de calor), y el abandono de los montes incrementan ese riego
Los expertos han identificado desde 2017 la aparición de un nuevo tipo de incendios, catalogado como de “sexta generación”, que se caracteriza por su extrema virulencia. Estos incendios son capaces incluso de modificar las condiciones meteorológicas locales al desbordar los sistemas tradicionales de extinción.
Combustible seco
Se trata de incendios mucho más peligrosos que los registrados anteriormente, pues están alimentados por la acumulación de combustible vegetal seco y potenciados por los efectos de la crisis climática, lo que los convierte en fuegos explosivos capaces de generar pirocúmulos: grandes nubes de gases y vapor de agua que pueden derivar en tormentas de fuego.
Según el documento, este nuevo comportamiento extremo de los incendios es el resultado de una combinación de crisis ecológicas, climáticas y territoriales que se están intensificando cada año.
Ha aumentado la superficie forestal
Los territorios desempeñan un papel clave en lo que WWF llama el “crecimiento de la destrucción”. En España, aunque ha aumentado la superficie forestal en un 7% en las últimas décadas (en 2.840 km²) este crecimiento no se ha traducido en una mejora de la salud de los ecosistemas boscosos. Más bien, al contrario: han proliferado paisajes forestales estresados, mal gestionados y poco resilientes.
“Estamos generando masas forestales muy vulnerables”, señala Lourdes Hernández, técnica especialista en incendios forestales de WWF España.
De hecho, el último informe del Gobierno sobre el estado de conservación de los hábitats de la red Natura 2000 muestra que, entre 2013 y 2018, hasta el 89 % de los bosques españoles se encontraba en estado “desfavorable”.
Además, el 24 % están enormemente estresados y debilitados, claro indicador del deterioro en su capacidad de resiliencia y en su potencial inflamable.
Abandono del mundo rural
A esto se suma el abandono progresivo del medio rural. La pérdida de los usos agrarios tradicionales y la caída de la ganadería extensiva han contribuido de manera decisiva a la transformación del paisaje.
Hernández explica que “la desaparición de la actividad humana en el territorio deja tras de sí un combustible perfecto para los grandes incendios”. Según las previsiones, para el año 2030 alrededor del 10 % de la superficie agraria útil podría estar en riesgo alto o muy alto de abandono debido a la falta de rentabilidad económica, la burocracia y la ausencia de relevo generacional.
Informe de la WWF
Un paísaje transformado
El abandono de los usos agrarios y el descenso de la ganadería extensiva son claves para entender la transformación del paisaje que ha sufrido España en estos últimos 20 años y, que, de continuar así, podría agravarse aún más. En 2019, se estimaba que al menos 2,32 millones de hectáreas estaban abandonadas o sin aprovechamiento agrario. Para 2030, se proyecta que cerca del 10 % de la superficie agraria podría estar en riesgo alto o muy alto de abandono debido, entre otros, a la falta de rentabilidad o a la ausencia de relevo generacional. Mientras, hay un preocupante declive de la cabaña ganadera de ovino de casi el 40 % en los últimos 30 años. Y en este mismo periodo, el número de cabras ha descendido alrededor del 30 %.
Huecos para situaciones concretas
Con motivo del 20 aniversario del trágico incendio de Guadalajara en 2005 -en el que murieron once personas y que marcó un punto de inflexión en la historia de la lucha contra el fuego en nuestro país- WWF recuerda que a raíz de aquel evento se produjeron avances legislativos y un aumento en la concienciación social. No obstante, advierte de que muchas de esas reformas han sido parciales y reactivas. “Las modificaciones normativas han venido a tapar huecos ante situaciones concretas, pero sin resolver el problema estructural que sufre nuestro territorio”, apunta Hernández.
Desde la organización se insiste en la necesidad de una estrategia integral que no solo contemple la extinción, sino que ponga el foco en la prevención activa, la recuperación del paisaje agrario y el impulso del desarrollo rural.
Compensar la protección
WWF propone establecer un marco regulatorio común para todas las comunidades autónomas, con criterios claros para los planes de prevención. Además, aboga por una política fiscal ambiental bajo los principios de “quien contamina paga” y “quien conserva recibe”, así como por una mayor inversión pública en investigación, innovación y adaptación climática.
Como concluye Hernández: “Para frenar los grandes incendios no basta con apagar fuegos. Hay que adaptar los territorios, recuperar el medio rural y aplicar políticas estructurales y valientes. En lugar de combatir las llamas, tenemos que combatir el abandono. Si no lo hacemos, los impactos ambientales y sociales seguirán agravándose cada verano”.