Descubren una proteína que permite vivir a las ballenas de Groenlandia más de 200 años
Biodiversidad
Un estudio revela el secreto del mamífero más longevo de la Tierra: es capaz de autorreparar las mutaciones de su ADN a lo largo del tiempo, lo que retrasa su envejecimiento y lo protege del cáncer
Ballena de Groenlandia o ballena boreal 'Balaena mysticetus'
La larga esperanza de vida de las ballenas boreales, incluso más de 200 años, podría deberse a su mayor capacidad para reparar mutaciones que con los años se producen en el ADN de todos los seres vivos, gracias a una proteína que las protege frente al envejecimiento y enfermedades como el cáncer, según una investigación publicada en Nature esta semana. Estos hallazgos, aunque referidos a estos longevos cetáceos, amplían el conocimiento sobre mecanismos biológicos que también podría ser de utilidad en el caso de los humanos. Alargar la vida es un asunto que, como se ha visto recientemente, despierta de interés general, incluidos de líderes mundiales como Vladimir Putin y Xi Jinping, quienes en su último encuentro comentaron la posibilidad de vivir hasta los 150 años.
La ballena boreal, también llamada de Groenlandia, es uno de los mamíferos más grandes que vive en la Tierra, con unas 80 toneladas de peso en edad adulta. También es el que tiene la esperanza de vida más larga, superando los dos siglos. Dado su tamaño y su larga vida, se esperaba que la probabilidad de tener mutaciones en su ADN fuera muy elevada. El ADN muta con la edad debido a que a mayor acumulación de años hay una mayor cantidad de errores en la replicación celular de los organismos. Esto hace que se supere la capacidad de reparación de las células, lo que acaba generando cambios genéticos que, con el tiempo, afectan la función celular, contribuyendo a la aparición de enfermedades relacionadas con la edad y, en última instancia, al envejecimiento e incluso el cáncer.
CIRBP
El secreto: una proteína que permite a las ballenas regenerar sus células
Una ballena en las aguas de Disko Bay, en la costa oeste de Groenlandia.
Sin embargo, el caso de las ballenas boreales los datos no concuerdan con este proceso debido a que se “autorreparan” esas mutaciones. Así lo han comprobado los científicos dirigidos por Jan Vijg, un destacado genetista molecular y biólogo neerlandés, conocido por su investigación sobre el envejecimiento desde la Facultad de Medicina Albert Einstein de Nueva York. Junto a Vera Gorbunova y otros colegas experimentaron con células de esta especie de la ballena ártica para comprobar si mutaban a células tumorales malignas al aplicarles un estímulo cancerígeno como es la radiación ultravioleta. Los científicos comprobaron que en esta ballena había menos cantidad de mutaciones que en las de nuestra especie, lo que indicaría que, pese a que su ADN también es susceptible de dañarse, logra repararse tanto en mayor número como en la calidad de esas reparaciones.
En diferentes análisis comprobaron la clave de ese proceso: una proteína que está asociada a esa autorreparación, la CIRBP. El siguiente paso fue aplicarla a células de otros seres vivos para ver si funcionaba. Las pruebas las realizaran con mosca de la fruta, descubriendo que la sobreexpresión de esta proteína prolonga la esperanza de vida en estos insectos. Apuntan también que mejora la reparación del ADN en células humanas, al promover la estabilidad del genoma, si bien reconocen que tiene una limitación por el tipo de células utilizadas de nuestra especie.
Esta investigación pone de manifiesto cómo muchas especies tienen claves que pueden ser de gran importancia para la salud humana. Las terapias basadas en la estrategia evolutiva de la ballena boreal, que aumentan la actividad o la abundancia de proteínas como la mencionada, creen que podrían algún día permitir el tratamiento de la inestabilidad del genoma, “algo importante para los pacientes con una mayor predisposición genética al cáncer, o de forma más general, para las poblaciones que envejecen y que tienen un mayor riesgo de desarrollar esta enfermedad”.
El método para averiguar la edad avanzada que pueden llegar a alcanzar estos grandes cetáceos se sospechaba hace tiempo. Ejemplares encontrados en el pasado se supo que tenían más de 100 años por las puntas de arpones hechas de piedra que se encontraban incrustadas en la piel, fruto de intentos fallidos de caza. Desde hace unas décadas se utiliza la datación por ‘racemización del ácido aspártico (AAR), basada en un cambio químico que se produce en los organismos a lo largo del tiempo. Estas técnicas son las que han ayudado a averiguar que ejemplares de ballena boreal, encontrados o cazados, tenían más de 200 años. A la más antigua registrada que se conoce se le estimó una edad de 211 años al morir. Es el resultado de un trabajo publicado en el año 1994 en el que también se encontraron varias con cerca de un siglo de vida. Para esa investigación se estudiaron tejidos de los cristalinos oculares de 48 ballenas que habían sido capturadas por los inuits de Alaska en las décadas anteriores.
Especie amenazada
La situación de la ballena en el Ártico
Los inuit son los únicos con permiso para pescar ballenas en el Ártico
En la actualidad, solamente este pueblo del Ártico tiene permiso para cazar ejemplares de esta especie, que se caracteriza por no tener aleta dorsal, una adaptación que le permite moverse mejor entre las placas de hielo. Las estimaciones más recientes indican que la población de ballenas boreales es de unos 30.000 ejemplares. La mayor parte, unos 20.000, están en el Mar de Bering, Chukotka y Beaufort, la parte canadiense.
El retroceso del hielo marino, debido al calentamiento global generado por la actividad humana, es hoy su principal amenaza, según expertos en estos cetáceos. Por un lado, las deja en situación más vulnerable frente a las orcas, que son sus depredadores, y a la vez permite el aumento del tráfico marítimo, como se ha visto recientemente con el viaje de un gran portacontenedores por el mar Ártico, el primero que hace un viaje de Europa a China. Si ha dejado de ser un problema su caza comercial, que a comienzos del siglo pasado casi acaba con su población, que llegó a ser de unos pocos miles. Su capacidad para tener crías cada tres o cuatro años y para alargar la vida ‘autorrepararando” el ADN, les convierte en seres muy prolíficos. Pueden parir hasta los 80 años, lo que supone que pueden tener 25 o más crías, lo que ha permitido recuperar sus poblaciones.