Para muchos estudiantes, enfrentarse a los deberes se convierte en un suplicio. La sola idea de pasar la tarde con cuadernos abiertos y ejercicios pendientes les genera una pereza enorme, hasta el punto de que cualquier excusa sirve para retrasar el momento de ponerse a trabajar.
Los deberes, sin embargo, han sido durante décadas una parte central del aprendizaje: una práctica pensada para afianzar lo aprendido en clase y fomentar la disciplina de estudio. Aunque a menudo son vistos como una carga, también funcionan como un entrenamiento constante que prepara a los alumnos para futuros retos académicos y profesionales. Esa dualidad entre obligación y utilidad ha marcado generaciones enteras.
IA para resolver ejercicios
Un proyecto universitario se convierte en una empresa millonaria
En ese escenario aparece Chungin “Roy” Lee, un emprendedor de 21 años que creó Cluely, una startup de inteligencia artificial diseñada para resolver deberes. La herramienta, que según su propia descripción es una “IA indetectable que piensa por ti”, alcanzó una valoración de siete millones de dólares y acabó costándole a Lee y a su socio Neel Shanmugam la expulsión de la Universidad de Columbia.
El propio Lee, en una intervención en la red social X recogida por medios estadounidenses, reconoció que “la educación tradicional es la primera industria que la inteligencia artificial ha alterado de verdad”. Al mismo tiempo admitió que no tiene claro qué alternativa podría reemplazarla, más allá de su convicción de que existe “un sistema mucho mejor que servirá mucho mejor a la gente de hoy”.
En la web de Cluely aparece otra idea que resume su planteamiento: “Pensar es lo más lento que haces, deja que la IA lo haga por ti”. Con frases de este tipo, Lee defiende abiertamente que está acelerando el derrumbe del modelo educativo actual, aunque lo considera un sector condenado de antemano.
Para justificar su visión, explicó que “las menores capacidades de atención, la creciente disposición a usar atajos poco éticos para tareas que consideran inútiles y unos niveles nunca vistos de fluidez cultural no son necesariamente cosas malas”. En esa misma línea, respondió a las críticas señalando que lo único que hace es “acelerar el colapso de una industria condenada”.
La paradoja está en que alguien que ha sacado partido económico de un sistema al que llama industria defiende su hundimiento sin ofrecer alternativas claras, más allá de insistir en que todo debe ser distinto.

