Para Sam Altman, CEO de OpenAI, hubo un momento en su carrera difícil de olvidar. Y, paradójicamente, ocurrió antes de que el mundo empezara a asociar su nombre al futuro de la inteligencia artificial. En una conversación con Ben Horowitz y Erik Torenberg para el pódcast a16z, Altman lo resume así: “Los primeros años de dirigir OpenAI fueron los más divertidos de mi vida profesional, con diferencia. Era como, increíble. Dirigir un laboratorio de investigación con las personas más inteligentes, haciendo un trabajo histórico... poder presenciar eso fue muy especial”.
El mejor momento profesional de su vida fue antes de cambiar la historia
Por aquel entonces, OpenAI todavía era un experimento ambicioso, lejos del huracán mediático en el que se transformaría poco después. “Estábamos creando algo enorme, sí, pero no nos miraban millones de ojos. No teníamos aún esa presión”, admite en el pódcast. Ese “momento dorado” lo vivió junto a un grupo reducido de investigadores muy comprometidos con una idea aún considerada por muchos como ciencia ficción: lograr la inteligencia artificial general (IAG). Y todo ocurría sin focos ni giras globales, sin selfies con primeros ministros, sin titulares en portada o largas entrevistas en el New Yorker.
El día en que OpenAI lanzó ChatGPT, en noviembre de 2022, todo cambió. El impacto fue inmediato. “Todo el mundo me felicitaba, pero yo pensé que mi vida estaba a punto de revolverse por completo”, confesó Altman en a16z. Según WIRED, ese lanzamiento desencadenó una explosión tecnológica no vista desde que internet irrumpió en nuestras vidas. De la noche a la mañana, Altman pasó a ser una especie de figura mitológica de Silicon Valley, al estilo Musk o Jobs, aunque mucho más discreto, casi tímido. Hizo una gira relámpago por 25 ciudades en seis continentes, se reunía con líderes mundiales como Macron o Rishi Sunak.
Altman llevaba años alimentando esta visión, impulsado por una convicción firme: la IA sería “el último invento de la humanidad” si se desarrollaba correctamente. Pero el salto entre liderar un laboratorio de investigación tranquilo y estar al frente de una organización que redefine el futuro del trabajo, la educación y hasta la política internacional es algo que, según sus propias palabras, “te pasa por encima, incluso cuando lo esperas”. En el pódcast, lo admite con naturalidad: “Ha sido una locura desde entonces. Creo que cada año se vuelve un poco más caótico, pero como que ya estoy más acostumbrado”. El vértigo, eso sí, no ha apagado su compromiso.


