La primera novela de ciencia ficción tiene cuatro siglos y está escrita en latín: así imaginábamos el futuro y la exploración espacial en 1634

Somnium

'In Somnium Astronomicum' es la primera novela de ciencia ficción que se recuerda y fue escrita por el astrónomo Johannes Kepler

Primera novela de ciencia ficción.

Primera novela de ciencia ficción.

Diseño: Selu Manzano

La primera novela que podemos encuadrar en el género de ciencia ficción no es moderna. Tiene cuatro siglos y está escrita en latín, el idioma de la ciencia durante el Renacimiento. Se titula In Somnium Astronomicum, aunque se la conoce mejor como Somnium. Su autor es uno de los grandes titanes de la astronomía, Johannes Kepler.

La novela en sí es un relato muy corto, de apenas 30 páginas. Arranca con un narrador sin nombre que no es otro que un alter ego del propio Kepler, quien se queda dormido mientras lee un libro sobre una legendaria reina de Bohemia, experta en artes mágicas. Magia, hechicería y sortilegios se entremezclan con observaciones astronómicas reales a lo largo de toda la narración.

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En su sueño, Kepler imagina la historia de Duracoto, el verdadero protagonista de la aventura. Natural de Islandia, la antigua Thule, es hijo de un padre casi siempre ausente y una madre, Fiolxhilde, que se gana la vida vendiendo hierbas medicinales. En un momento determinado, el niño rompe un saquito de hierbas que ella pretendía endosar a un marinero e, indignada, no tiene mejor ocurrencia que completar la transacción entregando a su hijo en lugar de la bolsa. El marino se lleva consigo a Duracoto y así es como llega, al cabo de unas semanas de navegación, a Dinamarca, donde su propietario, en vista de que el chico se marea en el mar, lo abandona.

Sin que se explique muy bien el porqué, nuestro héroe es portador de una carta de recomendación de un obispo islandés al célebre astrónomo Tycho Brahé. Este, impresionado por la inteligencia de aquel mozalbete de 14 años, lo toma a su servicio y lo instruye en el conocimiento de los astros. Y también en otras funciones, como la confección de horóscopos, que era parte fundamental de sus obligaciones para con la corte.

'Somnium', de Johannes Kepler.

'Somnium', de Johannes Kepler.

Wikimedia Commons

Esta parte del relato es fiel reflejo de la realidad. Su padre, Heinrich Kepler, abandonó el hogar cuando él apenas tenía cinco años para enrolarse como mercenario en el ejército del Duque de Alba contra los rebeldes de los Países Bajos; su madre era realmente conocedora de las hierbas medicinales y él mismo trabajó durante un año a las órdenes de Tycho Brahé.

A la muerte de su mentor, heredó las notas que este había acumulado durante años de concienzudo trabajo. Aún no se había inventado el telescopio, pero incluso sin ayuda óptica, Tycho era un extraordinario observador que disponía de los mejores y más precisos instrumentos de la época. Gracias a este caudal de información, Kepler podría deducir sus leyes que definen el movimiento planetario, complementando y mejorando así el modelo heliocéntrico de Copérnico.

Ilustración inspirada en los alienígenas de 'Somnium'.

Ilustración inspirada en los alienígenas de 'Somnium'.

Tangent Realms

Kepler sucedió a Tycho en el cargo de matemático imperial en la corte de Rodolfo II en Praga Duracoto sigue un camino distinto: Se añora de su Islandia natal y al cabo de cinco años regresa a casa donde se reencuentra con su madre. Esta, ya anciana, ha progresado mucho en sus conocimientos esotéricos y desea transmitírselos. En concreto, le desvela la existencia de un lugar llamado Levania, que solo algunos privilegiados han podido visitar gracias a la ayuda sobrenatural de ciertos demoniejos.

Para conseguirlo, invoca a uno de nueve espíritus malignos que ella conoce, en el que confía “por ser el menos dañino de todos”. Este se ofrece para llevar a Duracoto hasta allí. Él y sus compañeros lo han hecho otras veces, pero siempre evitan a los humanos “o muy gordos o muy canijos”, y también a los propios alemanes, poco dados a los largos viajes. En ese sentido, prefieren a los aventureros españoles, más sufridos y acostumbrados a las privaciones que suponen sus expediciones hacia las Indias en las que “sobreviven a base de galletas, ajo, cecina y otros alimentos repugnantes”.

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La isla de Levania está a cincuenta mil millas alemanas de distancia, “en las profundidades del éter”. La milla alemana eran 7.42 kilómetros, así que la cifra equivale a unos 370.000 kilómetros, justo la separación entre la Tierra y la Luna. Aquí empiezan a notarse los sólidos conocimientos de Kepler en Astronomía.

Duracoto viaja a Levania empujado por las posaderas por el complaciente demonio, ayudado por un tropel de espíritus. El viaje le lleva 4 horas y no es cómodo: Lo adormecen con un narcótico para que no note el frío del espacio. Y, en cuanto a respirar, el problema se solventa poniéndole unas esponjas húmedas en las narices, un remedio que ya había sugerido Aristóteles muchos siglos atrás para quienes pretendieran escalar una montaña.

Retrato de Johannes Kepler.

Retrato de Johannes Kepler.

Wikimedia Commons

Eso sí, los demonios sólo pueden viajar por las tinieblas, así que se desplazan aprovechando la sombra que proyecta la Tierra. Nunca en la fase de plenilunio, salvo en las contadas ocasiones en que ocurre un eclipse. Esa es la razón —aclaran— por la que tales fenómenos causan tanto pavor a los hombres. Una vez en la Luna, se refugian en cuevas o aprovechan los periodos de noche para “hacer lo que más les agrade: charlar con los demonios de aquella región, hacer amistad con ellos o pasear por la sombra…”

La llegada de Duracoto a su destino es violenta. Los demonios, que ya tienen experiencia en ello, se colocan frente a él para amortiguar el impacto, pero eso no evita que luego necesite un largo rato para recuperarse (más del efecto de los opiáceos que del golpe) y poder volver a caminar.

A partir de este punto de la narración es cuando brillan los conocimientos de Kepler sobre astronomía y la geografía lunar. Estaba familiarizado con los accidentes del terreno que ha podido estudiar, quizás utilizando un telescopio de diseño propio, ideado en 1611, tan solo un par de años después de las revolucionarias observaciones de Galileo.

Portada de la versión podcast de 'Somnium'.

Portada de la versión podcast de 'Somnium'.

Storytel

Kepler-Duracoto se extiende en explicar los movimientos de la Luna, su relación con las coordenadas astronómicas, la eclíptica y los puntos equinocciales, la duración de su año y sus largos días de casi un mes terrestre. Y también detalla cómo se observan desde allí las evoluciones de los cinco planetas: Venus, Mercurio, Júpiter y Saturno (Urano, Neptuno y Plutón no habían sido descubiertos todavía). Todos los datos que facilita son esencialmente correctos, como cabe esperar de un observador avezado.

Kepler apunta que la Tierra —a la que denomina 'Volva'— solo es visible desde un hemisferio de Lenavia, la región llamada —lógicamente— 'Subvolva'. El otro es 'Privolva', y allí durante su larga noche de 15 o 16 días reina la más espantosa oscuridad, sin una Volva que atenúe las tinieblas.

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En cambio, en Subvolva, nuestra Tierra es visible de forma permanente, como “clavada en una posición fija del firmamento”. Además, es cuatro o cinco veces mayor que la Luna que vemos nosotros y —error— contribuye a enviar luz y algo de calor a ese hemisferio. Continentes y océanos forman un espectáculo siempre cambiante a medida que el planeta gira sobre su eje.

La altura de la Tierra sobre el horizonte subvolvano depende de dónde se encuentre el observador. Si está en el centro del disco lunar, el planeta aparece en el cénit; si en los polos, se ve pegado al horizonte, como un “monte ardiendo que de lejos se divisa”. Pero siempre en el mismo sitio. El Sol, en cambio, sí que sale por el este, culmina y se pone por el oeste, a lo largo de un ciclo día-noche similar al de la Tierra, aunque allí dura casi dos semanas. Tales observaciones, rigurosamente exactas, reflejan el interés de Kepler por divulgar sus conocimientos de una forma asequible. De hecho, esos detalles resultaban insólitos para su época; incluso hoy puede que alguno sorprenda a más de un lector.

Ilustración de 'Somnium'.

Ilustración de 'Somnium'.

Seti

Kepler comenta también que la sucesión de fases por las que pasa Volva constituye un magnífico reloj para los subvolvianos. El “plenivolvio” corresponde a su media noche y el “novivolvio”, a su mediodía. Además, el cíclico cambio de las manchas ocres o azules en Volva les facilita una medida más precisa, calibrada a intervalos de 24 horas.

También se extiende en explicar en detalle el mecanismo de los eclipses. El Lavania, los eclipses totales de Sol son mucho más largos que en la Tierra, debido al mayor tamaño del disco del planeta.

En las dos o tres últimas páginas de su narración, Duracoto cede a especulaciones o puras fantasías. Apunta —correctamente— que existen altísimas montañas y simas profundas, pero luego se embarca en quimeras. Asegura que Lavania posee grandes lagos, sujetos a intensas mareas, consecuencia del tamaño de la Tierra y se su mayor atracción. Y que el flujo y reflujo deben ser mucho más acusados, arrastrando las aguas de un hemisferio a otro, con lo que las llanuras de Subvolva —lo que Galileo asimiló a “mares”— quedan al descubierto en las fases de luna llena.

Ilustración de 'Somnium'.

Ilustración de 'Somnium'.

Gerard Moran

Según él, los privolvianos no tienen nido ni albergue fijo. En el transcurso de un día lunar recorren todo el globo gracias a sus largas piernas, mayores que las de un camello. Quizás es un rasgo fisiológico consecuencia de la baja gravedad lunar. Igual que el hecho de que algunos habitantes posean alas para desplazarse o que las plantas crezcan con gran rapidez y hasta alturas desmesuradas.

Ya hacia el final de la narración, da crédito a las observaciones de otros astrónomos, apuntando que la Luna está rodeada de una atmósfera que soporta nublados e incluso lluvias que refrescan el calor imperante en Subvolva. De cuando en cuando, asegura, manchas grises oscurecen algunos accidentes de la cara visible, debido, sin duda, a espesas nubes que descargan lluvias torrenciales. Y ahí es donde el autor despierta de su sueño.

Kepler escribió Somnium en 1608, cuando ya tenía 37 años de edad y había publicado otras obras fundamentales para la Astronomía, como Astronomia Nova. Pero no lo mandó imprimir de inmediato, sino que con el tiempo fue añadiendo comentarios, aclaraciones y un apéndice sobre geografía lunar (y más especulaciones referentes a sus hipotéticos habitantes). En total, estos complementos más que duplican la extensión del relato original. Una edición moderna del Somnium con anotaciones pasa de las doscientas páginas.

Ilustración de 'Somnium'.

Ilustración de 'Somnium'.

@artadigalaxia

El libro definitivo fue publicado un par de años después de la muerte de Kepler. Pero mucho antes ya había circulado en borrador, por lo que su contenido era conocido en algunos círculos. Esto provocaría un gravísimo incidente que pudo haber tenido consecuencias trágicas.

En 1615 Katharina Kepler, la madre de Johannes, fue acusada de brujería por una vecina quien afirmó que Katharina le había envenenado su bebida y la estaba sometiendo a hechizos que la hacían enfermar. Estas acusaciones se inscriben en un contexto de intensa caza de brujas, alimentada por tensiones religiosas, superstición, miedo y marginación social.

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El caso concreto de Katharina Kepler, se complicaba debido a sus conocimientos sobre hierbas para preparar remedios caseros, lo cual era de dominio público y fácilmente podía asimilarse a la preparación de conjuros y bebedizos. Pero también en el relato casi autobiográfico que su propio hijo había escrito. Las similitudes con Fiolxhilde y su supuesta familiaridad con sortilegios, embrujos y ayudantes demoníacos era un argumento de peso. Sobre todo, al considerar que el juez del tribunal ya tenía en su haber a otras ocho brujas quemadas, probablemente con menos pruebas.

Katharina, una viuda analfabeta de 68 años, fue encarcelada bajo durísimas condiciones (estuvo encadenada al suelo durante más un año) y sometida a repetidos interrogatorios, aunque su fuerte carácter le hizo mantener siempre su inocencia. Kepler, ya un matemático de renombre, interrumpió su trabajo y se dedicó por entero a la defensa de su madre. Contrató abogados, revisó personalmente los documentos del proceso, presentó argumentos legales y científicos y escribió cartas a las autoridades refutando las acusaciones. Entre ellas, por ejemplo, el detalle de no haber llorado durante el juicio apoyaba las sospechas de culpabilidad.

Esta imagen del telescopio espacial Hubble de la NASA/ESA muestra la galaxia remota HerS 020941.1+001557, que aparece como un arco rojo que rodea parcialmente una galaxia elíptica en primer plano.

Esta imagen del telescopio espacial Hubble de la NASA/ESA muestra la galaxia remota HerS 020941.1+001557..

ESA/HUBBLE & NASA, H. NAYYERI, L. MARCHETTI, J. LO / Europa Press

Kepler, en particular, temía que el Somnium resultase una prueba irrefutable a ojos del tribunal. Aunque no se había editado, sabía que el barbero de su patrón, el emperador Rodolfo había tenido acceso al borrador y se lo había comentado con su hermana, Ursula Reinbold, que justo era la vecina promotora de la primera acusación contra Katharina. Tal vez por eso decidió retomar el original y añadir todas las notas explicativas al final, en un intento de justificar científicamente aquellas afirmaciones que podían atribuirse a intervención diabólica.

Tras seis años de batalla legar, Katharina fue absuelta. Era una conclusión rara en los procesos por brujería, que solían terminar de forma mucho peor. Sin embargo, las penurias sufridas minaron su salud y murió poco después de ser puesta en libertad. 

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