No fue solo la primera mujer en recibir un premio Nobel. Tampoco la única persona galardonada en dos disciplinas científicas distintas. Marie Curie fue, ante todo, una pionera radical que trabajó con materiales invisibles que brillaban en la oscuridad… y que mataban lentamente. Su legado no se limita a los libros de historia, sino que sigue iluminando nuestras pantallas, sanando nuestros cuerpos y dejando su huella en los huesos de nuestra tecnología.
A comienzos del siglo XX, Marie y su esposo, Pierre Curie, extrajeron dos nuevos elementos —el polonio y el radio— a partir de toneladas de pechblenda. Fue un hallazgo extenuante, químico y físico, pero también existencial. Aquella mujer que, como diría más tarde, “no se le puede tener miedo a la vida, hay que comprenderla” (citada en Pierre Curie, 1923), no solo cambió el rumbo de la ciencia. Cambió nuestra forma de ver —y tratar— el cuerpo humano. Gracias a su intuición y a su obstinación, la radioactividad pasó de ser un fenómeno extraño a convertirse en una herramienta transversal. Tanto para bien como, bueno, ya sabéis.
Lo paradójico es que, mientras abría los caminos hacia la medicina nuclear, Curie trabajaba sin protección. Manipulaba muestras de radio con las manos desnudas, guardaba tubos en los bolsillos de su bata... Sus cuadernos de laboratorio, hoy conservados en la Biblioteca Nacional de Francia, permanecen encerrados en cajas de plomo, porque siguen siendo peligrosamente radiactivos. Ella misma moriría en 1934 de una anemia aplásica provocada por la exposición prolongada a la radiación. “He sido enseñada que el camino del progreso no es ni rápido ni fácil”, escribió al respecto en una de sus cartas.
Pero lo que más impresiona no es el riesgo, sino el alcance de sus descubrimientos. Sin Curie no habría radiografías en las salas de urgencias, ni tratamientos de radioterapia, ni relojes que brillan en la oscuridad. Tampoco detectores de humo en nuestras casas, ni pantallas fluorescentes, ni mapas isotópicos para fechar restos arqueológicos. Cada una de esas tecnologías —cotidianas y fundamentales— contiene una chispa de su trabajo, de su mirada sobre lo invisible.

Marie Curie (1867-1934). Descubridora del radio y el polonio. Dos veces premio Nobel.
Durante años, su figura fue tratada como la de una ayudante brillante. La prensa hablaba de Pierre Curio... y los premios, también. Sin embargo, fue Marie quien formuló el concepto de “radioactividad”. Fue ella quien propuso, en su tesis doctoral de 1903, que ciertos átomos emiten energía espontáneamente. Fue ella quien empujó la ciencia hacia lo intangible, hacia esa zona límite donde lo que no se ve transforma lo que somos. Como afirmaría décadas después en un discurso en la Sorbona: “Nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Ahora es el momento de comprender más, para que podamos temer menos”.
Hoy, cuando muchas científicas siguen luchando por el reconocimiento, su historia brilla con una nueva luz. Marie Curie mostró que el conocimiento puede brotar de quien menos se espera. Y que lo invisible —una partícula, una mujer o una idea— puede tener el poder de moldear civilizaciones.