Nikola Tesla inventó el “rayo de la muerte” pero eliminó toda la documentación justo antes de morir: “Puede destruir todo lo que esté en un radio de 300 kilómetros”

Tesla

En 1934, el inventor serbio anunció que había desarrollado una tecnología capaz de destruir ejércitos enteros a cientos de kilómetros. Pero su intención no era conquistar el mundo, sino erradicar la guerra para siempre

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Nikola Tesla inventó un rayo de la muerte que, irónicamente, quería acabar con las guerras.

Nikola Tesla inventó un rayo de la muerte que, irónicamente, quería acabar con las guerras.

Diseño: Selu Manzano

Durante toda su vida, Nikola Tesla, el inventor del primer motor eléctrico y quien dio nombre a la empresa más popular de Elon Musk, persiguió una idea que parecía de ciencia ficción incluso para los estándares de su tiempo: la transmisión de energía sin cables. Su visión logró cambia el mundo por completo a través de sus grandes inventos. Pero su obsesión iba más allá. Quería concebir un sistema capaz de enviar electricidad a larga distancia por el aire, sin postes ni líneas de cobre, aprovechando principios electromagnéticos.

Durante toda su vida, Tesla lo intentó con torres, bobinas, generadores y experimentos públicos que asombraron al mundo. El más llamativo fue la construcción de la célebre torre Wardenclyffe, que pretendía transmitir energía desde Nueva York al Atlántico sin cables, pero que nunca se completó por falta de fondos. Sin embargo, Tesla no se detuvo hasta el final de su vida. Siguió trabajando en secreto, convencido de que estaba a las puertas de un descubrimiento trascendental que podía cambiarlo todo.

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Así, en 1934, ya con 78 años, anunció al mundo que había alcanzado su objetivo… aunque no del modo que muchos esperaban. En una entrevista con Liberty Magazine, Tesla sorprendió a la comunidad científica al declarar que había creado un dispositivo capaz de proyectar un haz de partículas cargadas a través del aire, capaz de destruir cualquier cosa en un radio de 322 kilómetros. Pero su intención no era aterrorizar al mundo, sino prevenir guerras. Así lo declaró:

“Mi invento requiere de una gran instalación pero, una vez establecida, es posible destruir todo lo que esté en un radio de 200 millas (322 km), ya sean hombres o máquinas”.

Tesla llamó a su invención Teleforce, pero pronto los medios la bautizaron como “el rayo de la muerte”, algo que no le gustó en absoluto. Él insistía en que no se trataba de un rayo en el sentido convencional —ni óptico ni eléctrico—, sino de un flujo de partículas microscópicas aceleradas, invisibles al ojo humano, que actuaban como una barrera impenetrable para cualquier fuerza militar.

Nikola Tesla en su laboratorio de Palm Springs

Nikola Tesla en su laboratorio de Palm Springs.

Getty Images

Su idea era, de hecho, utópica: si todos los países dispusieran de esta valla energética, ningún enemigo podría atravesar sus fronteras por tierra, mar o aire. Y las guerras, razonaba Tesla, se volverían inútiles.

Años antes de su revelación pública, Tesla ya habría puesto a prueba su invento. Según algunos biógrafos, en 1908 dirigió un haz experimental hacia el Ártico, donde el explorador Robert Peary intentaba llegar al Polo Norte. Tesla esperaba que el impacto fuera detectado y que Peary confirmara la recepción del rayo. Pero nunca llegó respuesta.

Sin embargo, poco después, a miles de kilómetros de allí, en Tunguska (Siberia), ocurrió una explosión devastadora. Más de 2.000 km² de bosque fueron arrasados, se derribaron 80 millones de árboles y cientos de animales murieron. La versión oficial habló del impacto de un meteorito o un fragmento de cometa. Pero muchos seguidores de Tesla creen que ese fue el verdadero primer experimento del Teleforce, desviado por error de su destino original. No hubo pruebas concluyentes. Pero el misterio, como tantos otros en la vida del inventor, persiste.

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Nikola Tesla.

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A pesar de sus declaraciones, Tesla nunca logró que ningún gobierno apoyara el desarrollo del Teleforce. Ni Estados Unidos, ni el Reino Unido, ni siquiera la Unión Soviética mostraron interés real en su invento. Eso de acabar con la guerra, en plena ebullición del conflicto bélico más importante del siglo XX, se ve que no era demasiado popular. Pero en 1937, durante una recepción en la embajada yugoslava, Tesla volvió a insistir: el prototipo estaba construido, solo necesitaba financiación para escalarlo. Y prometió una demostración pública inminente.

Sin embargo, esa presentación nunca llegó. Tesla murió en 1943, a los 86 años, solo, en una habitación del Hotel New Yorker. Y poco antes, temiendo que su invento cayera en manos equivocadas, destruyó toda la documentación relacionada. El FBI confiscó sus pertenencias, y nunca se encontró rastro físico del rayo de la muerte. ¿Lo seguirán manteniendo bajo llave en El Pentágono?

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Tras la transformación de los descubrimientos de Albert Einstein en bombas nucleares, surge la pregunta de si un arma destructiva puede ser un instrumento de paz. Pero, quizás por el papel de Tesla, fue precisamente por lo que nunca se llevó a cabo tal experimento. Porque Tesla nunca fue un inventor pragmático que quisiera enriquecerse. Soñaba con energía libre para todos, con barcos teledirigidos por voz, con iluminación inalámbrica global. El Teleforce fue, quizás, su último grito desesperado por demostrar que la ciencia puede adelantarse a la violencia… aunque nadie quiera escucharla.

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