En la historia de la carrera espacial, los nombres de los astronautas se grabaron en la memoria colectiva, pero no fueron los únicos que hicieron que lográsemos surcar la galaxia y llegar hasta la luna. Detrás de los astronautas había mentes brillantes de matemáticos y científicos que sentaron las bases de lo que después se consiguió.
Entre todas estas mentes, una brilló con una precisión inigualables: la de Katherine Johnson, la matemática afroamericana que calculó las trayectorias de las misiones Mercury y Apollo de la NASA. Sí, también cuando llegamos a la luna.
“Las niñas son capaces de hacer exactamente las mismas cosas que los hombres. A veces, incluso tienen más imaginación que ellos”, dijo una vez Johnson, según The Conversation, resumiendo en una sola frase toda una vida que estuvo dedicada no solo a romper las leyes de la física, sino también de la desigualdad. Pero ¿quién fue esta mujer y por qué tiene tanta importancia histórica?
Katherine Johnson siendo besada por Barack Obama.
Los pasos de Katherine Johnson
Lucha intensa contra la segregación
Katherine Coleman nació en 1918 en White Sulphur Springs, un pequeño pueblo de Virginia Occidental. Hija de un leñador y una maestra, creció en una América dividida por las leyes de segregación racial. En su condado, la educación para niños negros terminaba a los diez años. Pero su padre, convencido de que el talento no debía tener fronteras, decidió mudarse parte del año para que su hija pudiera seguir estudiando en el West Virginia State College.
A los quince años ya cursaba estudios universitarios y a los dieciocho se graduaba con honores en matemáticas y francés. Su mentor, el profesor William Schieffelin Claytor —uno de los primeros afroamericanos con doctorado en matemáticas—, la animó a apuntar tan alto como sus cálculos le permitieran.
Haced que la chica revise los cálculos. Si ella dice que está bien, entonces estoy listo para salir
Pero, a pesar de su talento, su primer trabajo fue como profesora. En aquellos años, ser una mujer negra con un título en matemáticas les abrió las puertas del aula, pero no las del laboratorio. Sin embargo, no se rindió, y en 1953 ingresó en el National Advisory Committee for Aeronautics (NACA), precursor de la NASA, en el área reservada a mujeres afroamericanas: el West Area Computing Unit.
Allí, bajo la dirección de Dorothy Vaughan, comenzó a trabajar como uno de los llamados “ordenadores humanos”, que eran mujeres encargadas de realizar manualmente los cálculos que los primeros ordenadores apenas podían ejecutar.
Katherine Johnson en los Oscars de 2017.
A pesar de que la segregación racial era alta, Johnson sobresalía tanto que la acabaron teniendo en cuenta para todo. Y cuando la NASA sustituyó las divisiones raciales en 1958, su nombre ya era sinónimo de perfección. Su trabajo fue decisivo para el vuelo suborbital de Alan Shepard en 1961 y, sobre todo, para la misión Friendship 7, que convirtió a John Glenn en el primer estadounidense en orbitar la Tierra en 1962.
Glenn, desconfiado de los recién estrenados ordenadores electrónicos, pronunció entonces una frase que marcaría la historia: “Haced que la chica revise los cálculos. Si ella dice que está bien, entonces estoy listo para salir”.
En los años siguientes, Johnson participó en las misiones Gemini y Apollo. Para el histórico Apollo 11, que llevó al hombre a la Luna en 1969, fue la responsable de calcular la trayectoria que permitió a los astronautas regresar a la Tierra. Y aquellas fórmulas —que determinaban el ángulo exacto de reentrada en la atmósfera— no admitían error alguno.
Su aportación científica fue tan impecable como su discreción. “No hago más que trabajar. Sigo preguntando, sigo aprendiendo”, solía decir, consciente de que su mayor logro no era la fama, sino la exactitud.


