“Aquí los humanos supervisan, las máquinas hacen casi todo lo demás”: entramos en una fábrica de móviles de China para ver cómo se construye el smartphone que llevas en el bolsillo
Reportaje
La planta de ensamblaje de Oppo está automatizada en un 95% para que todos los móviles que salgan de allí sean idénticos y perfectos
Llegan los audífonos con IA y sensores 4D “para escuchar con el cerebro, que es quien selecciona, organiza y da sentido a los sonidos que nos rodean”
La cadena de montaje trabaja con una precisión nanométrica.
Hace unos días, tuve la oportunidad de visitar la línea de montaje que tiene Oppo en Shenzhen, China. Un edificio enorme, más limpio que un quirófano y con centenares de máquinas coordinadas para crear, desde cero, los smartphones de la marca que vemos en el mercado. Sale uno cada nueve segundos. Es una línea de producción misteriosa, casi mágica, donde robots en silencio ensamblan miles de dispositivos por minuto.
Durante la visita guiada pude observar desde dentro el proceso que convierte un trozo de plástico en toda una placa base, para irse rodeando de componentes y más componentes, hasta obtener el producto final, en este caso, el Oppo Find X9. Un recorrido que transcurre entre hornos de nitrógeno, brazos robóticos y un laboratorio de fiabilidad donde los teléfonos sufren más en un día que muchos en toda su vida útil.
La visita arranca donde termina cualquier móvil antes de salir al mercado: el laboratorio de fiabilidad. Es fácil olvidar que, antes de que un teléfono llega a una tienda, ha sido arrojado, doblado, mojado, calentado y conectado miles de veces. Aquí, los técnicos explican que “cada dispositivo tiene que ganarse su salida al mercado”, y lo dicen literalmente. Más de 180 pruebas distintas y más de 1.000 pruebas de materiales deciden si un modelo será capaz de sobrevivir a la vida real.
La placa base pasa por centenares de procesos antes de estar terminada.
Cadena de montaje
SMT: la autopista silenciosa donde nace el cerebro del móvil
La primera gran parada del recorrido es la línea SMT, la tecnología de montaje superficial con la que se fabrican las placas base. La guía nos detiene frente a una línea de unos cien metros, donde apenas trabajan entre tres y cinco personas. “La automatización es del 95%”, explica. “Aquí los humanos supervisan, las máquinas hacen casi todo lo demás”.
Aquí los humanos supervisan, las máquinas hacen casi todo lo demás
Todas las máquinas tienen una lucecita que hace de chivato: verde si todo va bien, azul si algo requiere atención. Por las pequeñas cintas transportadoras circulan placas base vírgenes que primero se limpian y después se les imprime una capa con pasta de soldadura en los puntos exactos donde van a ir los componentes. Esta soldadura será el pegamento que fijará desde diminutos condensadores hasta la CPU o el almacenamiento principal.
Entre cada fase hay montadas unas máquinas de inspección que escanean la superficie, buscan excesos de soldadura, fallos en la impresión o componentes fuera de sitio (tienen una tasa de error del 0,2%). Los errores que antes requerían cientos de ojos humanos hoy se detectan por luz estructural y algoritmos que analizan el relieve de cada pieza.
La placa base se compone de tres piezas superpuestas.
Cuando llega el turno de colocar los componentes, entra en acción la que probablemente es la máquina más impresionante de toda la fábrica: un módulo capaz de montar hasta 500.000 componentes por hora sobre la placa base. En esta nueva serie, Find X9, han diseñado un sistema de apilamiento de componentes, de modo que la placa base está hecha de tres capas distintas, lo cual reduce el espacio que se ocupa en un 13%. En esta parte del proceso, la guía lo resume de forma elocuente: “La placa base es como un bebé recién nacido: aquí empieza a aprender a ser un teléfono”.
El horno de nitrógeno y la obsesión por la calidad
Una vez completado el mosaico de componentes, la placa viaja por un horno de reflujo dividido en doce zonas térmicas. Allí, la soldadura se funde hasta los 245 grados para unir definitivamente cada pieza al circuito. El interior del horno está salpicado de sensores que monitorizan cualquier variación mínima. Si uno detecta un problema, detiene toda la línea y envía una alerta al centro de control. No es casualidad: si en algún punto falla esta unión microscópica, el teléfono puede morir nada más sacarlo de la caja.
Después de pasar por el horno de reflujo, se le carga la parte básica del sistema operativo a la placa base.
La fábrica utiliza nitrógeno en vez de aire, porque el oxígeno podría oxidar o dañar componentes sensibles. Otra decisión milimétrica que, sumada a muchas otras, determina que un móvil pueda sobrevivir a miles de ciclos de carga o mantenga su rendimiento con el paso del tiempo. Tras las pruebas eléctricas y de conectividad —Wi-Fi, Bluetooth y calibraciones de frecuencia, entre otras— las placas base reciben el sistema operativo y sus primeras líneas de código. Como explican los ingenieros: “Aquí los teléfonos reciben su identidad”.
Del esqueleto al teléfono completo: el ensamblaje final
Si la zona SMT es precisión quirúrgica, la línea de ensamblaje se coordina con una coreografía industrial perfecta. Aquí conviven humanos y robots, cada uno con unas funciones concretas. Como dice la guía, “las tareas sencillas las hacen personas; las que requieren más fuerza, precisión o repetición, las máquinas”.
El proceso arranca con la unión entre la pantalla y el marco central, un paso crítico que requiere aplicar pegamento láser, presionar durante varias horas y comprobar que no haya fugas ni imperfecciones. Aquí se ve el trabajo en equipo entre robots y personas: un brazo robótico coloca la pantalla, un operario revisa fugas mínimas, otro aplica silicona…
Un operario supervisa los detalles durante el ensamblaje.
Después llega la integración de la vibración háptica, altavoces, sensores de huella, cámaras y, finalmente, la placa base ya programada. Uno de los momentos más delicados es conectar el cableado interno entre pantalla y placa base: una tarea que puede provocar fatiga en los dedos si la realiza una persona miles de veces, razón por la cual se reserva a la maquinaria de mayor precisión.
Cada línea puede producir entre 12.000 y 13.000 teléfonos al día, una cifra que impresiona más al saber que cada unidad se inspecciona manualmente en algún punto. A diferencia de otras partes del proceso, aquí los humanos son insustituibles: detectar arañazos, microfugas o un ensamblaje imperfecto requiere ojos entrenados.
Obligados a renovarse constantemente
Cada 3 a 6 meses, la línea de ensamblaje se actualiza. La tecnología avanza tan rápido que la fábrica entera debe adaptarse a nuevos materiales, sensores, chips o geometrías internas. Ese dinamismo se percibe en cada área, desde el control de trazabilidad hasta los robots que giran placas o aplican presión uniforme.
Al final de la cadena, el móvil sale en su caja y precintado.
La fábrica tiene un objetivo claro: reducir fallos antes de que los usuarios los encuentren. La guía lo remarca: “Si un teléfono falla en manos del usuario, algo hicimos mal. Por eso cada unidad que sale de aquí es la suma de miles de controles”.
La cara invisible del móvil que usas cada día
Salir de una fábrica así es comprender que un smartphone moderno no es solo un pedazo de cristal y aluminio, sino el resultado de un ecosistema industrial inmenso. Miles de decisiones técnicas, automatización casi total y trabajo humano especializado convergen en un dispositivo que llevamos en el bolsillo casi sin pensarlo.
La cámara teleobjetivo del Oppo Find X9 Pro.
Las cámaras periscópicas, la inteligencia artificial y las baterías de larga duración son temas habituales en este mundillo. Pero es fácil olvidar el esfuerzo invisible que hay detrás de cada componente. Basta una visita como esta para tomar conciencia de que cada móvil es una historia de ingeniería, precisión y control obsesivo.
Una historia que empieza en líneas SMT de 100 metros como la de Oppo que pude visitar, continúa en robots que giran placas base con mimo quirúrgico y termina en laboratorios donde cada teléfono debe demostrar que sobrevivirá a la vida real.