Cuando ChatGPT irrumpió en nuestras vidas en noviembre de 2022, pocos imaginaban que detrás de ese chatbot había una historia de ambición, rivalidad y sueños utópicos que se remonta más de una década atrás. El nuevo libro Supremacy, de Parmy Olson, publicado recientemente en EE UU, desvela por primera vez los entresijos de la mayor carrera tecnológica de nuestro tiempo: la batalla por crear la primera inteligencia artificial general del mundo, protagonizada por dos hombres excepcionales con visiones radicalmente diferentes del futuro.
Sam Altman y Demis Hassabis no podrían ser más distintos. Sin embargo, los dos comparten una obsesión: construir una IA que supere a la inteligencia humana. Altman, el carismático líder de OpenAI, creció en Missouri como un activista LGTBQ que se fascinó tempranamente con el potencial transformador de la tecnología.
Su filosofía se resume en una frase: «salvar a la humanidad» a través de la abundancia económica que promete la IA. Por su parte, Hassabis, el prodigio londinense del ajedrez convertido en diseñador de videojuegos, fundó DeepMind, de Google, con una misión igualmente grandiosa: «resolver la inteligencia y luego resolver todo lo demás».
El libro 'Supremacy' revela por primera vez la intensa rivalidad personal y profesional entre Sam Altman (OpenAI) y Demis Hassabis (DeepMind), dos visionarios cuya competencia aceleró el desarrollo de la inteligencia artificial hasta crear ChatGPT y cambiar para siempre nuestra relación con la tecnología.
Lo que comenzó como una colaboración entre visionarios pronto se transformó en una intensa competencia. Elon Musk, inicialmente inversor en DeepMind, llegó a confesar a los investigadores de OpenAI: «No confío en Demis». Esta desconfianza mutua alimentó una carrera que aceleraría vertiginosamente el desarrollo de la IA. Cuando Google adquirió DeepMind por 650 millones de dólares en 2014, prometió crear un consejo de ética independiente para supervisar el desarrollo de la AGI. Esa promesa nunca se cumplió, marcando el primer gran compromiso ético en esta historia.
Paradójicamente, algunos de los avances más revolucionarios nacieron del descuido de las propias gigantes tecnológicas. El arquitectura Transformer, la tecnología que hace posible ChatGPT, fue inventada dentro de Google Brain en 2017. Su paper «Attention Is All You Need» se convertiría en uno de los más citados de la historia de la IA.
Sam Altman.
Sin embargo, Google, atrapada en su propia burocracia y temerosa de canibalizar su lucrativo negocio publicitario, fue incapaz de capitalizar su propio invento. Como revela Olson, «de los ocho investigadores que inventaron el transformer, todos han abandonado Google». OpenAI, más ágil y hambrienta, se apropió de esta tecnología y la transformó en los modelos GPT que conocemos hoy.
La historia toma un giro fascinante cuando ambas organizaciones, nacidas con ideales altruistas, se ven obligadas a comprometerse con las realidades comerciales. OpenAI, concebida como una organización sin ánimo de lucro para democratizar la IA, tuvo que crear una estructura de «beneficio limitado» y aliarse estrechamente con Microsoft tras la salida de Musk. «Simplemente vamos a necesitar recaudar mucho más dinero del que podemos como organización sin ánimo de lucro», admitió Greg Brockman, cofundador de OpenAI. «Muchos miles de millones de dólares».
Google, atrapada en su propia burocracia y temerosa de canibalizar su lucrativo negocio publicitario, fue incapaz de capitalizar su propio invento
Semejante transformación no estuvo exenta de tensiones internas. El libro relata cómo Dario Amodei, jefe de investigación de OpenAI, y su hermana Daniela abandonaron la compañía preocupados por el conflicto entre la misión original y los intereses comerciales de Microsoft, fundando posteriormente Anthropic como alternativa «más segura». Mientras tanto, DeepMind luchaba por mantener su independencia dentro del gigante Google, perdiendo progresivamente autonomía hasta su fusión con Google Brain en 2023.
El momento más dramático llegó en noviembre de 2023, cuando la junta directiva de OpenAI intentó despedir a Sam Altman por preocupaciones sobre transparencia y seguridad. La revuelta de los empleados y la presión de Microsoft forzaron su reincorporación en menos de una semana, demostrando definitivamente quién tenía el verdadero poder. Como observa Olson, este episodio «destruyó la ilusión de que una junta sin ánimo de lucro podría controlar efectivamente una empresa de IA con tanto valor comercial».
Lejos de ser una historia de villanos corporativos, Supremacy presenta una narrativa sobre cómo la búsqueda de objetivos nobles puede verse moldeada por fuerzas más grandes. Los verdaderos riesgos de la IA, sugiere Olson, no son los apocalípticos escenarios de ciencia ficción, sino problemas más mundanos pero urgentes: sesgos algorítmicos, concentración de poder, impacto laboral y falta de transparencia.
«Los ganadores en los próximos dos años no van a ser laboratorios de investigación», predice un ex científico de OpenAI. «Van a ser empresas construyendo productos, porque la IA ya no trata realmente de investigación».
Antonio J. es escritor y cofundador y director editorial de www.rrefugio.com, agencia especializada en contenido, ecommerce, estrategia digital y branding.


