1.
Acabamos de cavar una X en Internet. Esa X yace bajo la ironía de que a las preocupaciones del Internet social (narcisismo, competitividad, presión de grupo, consumismo, bla, bla…) le haya seguido una edad tecnológica absolutamente antitética. A saber: un Internet solipsista, plegado sobre sí mismo como un intestino; un nuevo modelo panóptico encarnado por el párpado de la IA. Poco a poco, sin que nos demos cuenta, dejamos de hablar con representaciones algorítmicas de nuestros amigos, y a estas conversaciones evaporadas las sustituimos por un abyecto sentido de confianza hacia un algoritmo en puridad: ¿puede uno experimentar algo parecido a la amistad hablando, no sé, a través de la API de Mistral?
En ello pienso en una estación de tren del Maresme, a unos cincuenta kilómetros de Barcelona, a pocos minutos de que entre el tren, de regreso a casa tras una tarde de playa, cuando se me ocurre sacar el móvil y enviar un mensaje de audio con el siguiente puzzle: «Estoy a punto de subirme a un tren en el que existen altas probabilidades de que los asientos estén llenos, ya que viene de haber cargado en tres o cuatro paradas. Por probabilidad, ¿cuál crees que es el mejor sitio para ponerme a buscar un asiento? ¿En los extremos del tren, o en su centro?»
Pareciera que estoy mandando un audio de WhatsApp, pero solo estoy conversando con un LLM en público, operación a la que cada día dedico más tiempo, en sustitución, precisamente, del Internet social, en una imagen que todos tenemos en la cabeza y que irremediablemente recuerda a Her. La respuesta de la máquina, por cierto, parece correcta. Conseguimos asientos.

Fragmento de la cinta 'The Eggregore´'s Theory' creada con Inteligencia Artificial.
2.
«Deseo en la neurosis», «Cronograma aval», «Regla del 40», «Análisis contrato SAFE», «Visión del Oráculo», «Relación ambigua y química», «Cable para cargar micrófonos», «Última conexión oculta», «Contar sílabas verso»…
Aquí algunos de los títulos que encabezan mis conversaciones con ChatGPT, cuyo encanto (los usuarios de la herramienta lo saben) descansa en confiarle ciegamente, con pelos y señales, muchas de nuestras preocupaciones más íntimas, así como parte de las disyuntivas diarias en materia intelectual, profesional y sentimental.
¿Han pensado ya en el valor publicitario que puede tener la propiedad de estos datos?
Lo que define la conversación con ChatGPT es su radical transaccionalidad, incluso en la intimidad que puede unirnos al algoritmo
Si el profundo conocimiento del ser humano que tienen las grandes plataformas del Internet 2.0. se basa en el superyó del individuo (cómo queremos ser percibidos), la IA, en su modelo de confesionario, consigue precisamente acceder a la más honda profundidad del inconsciente: la vulnerabilidad a la que el usuario se expone frente a la máquina es abismal, y aun sabiendo lo que sabemos de la historia de tecnología, aceptamos regalársela. En el último debate entre la privacidad de los datos y el poder los oligopolios tecnológicos (Google, Meta, Amazon…), claramente el pragmatismo venció sobre los principios.
¿Será que nos conviene?
Tal vez, la quirúrgica pulcritud de la interfaz, no intervenida por nada, sea la que nos invita a desahogarnos frente a la máquina. Ante una pregunta delicada, la máquina responde: «No todo lo humano tiene sentido inmediato, ni se puede estructurar, ni merece reparación. Algunas personas solo están de paso. Algunas relaciones eran solo para una escena, no para toda la película».
Lo que define la conversación con ChatGPT es su radical transaccionalidad, incluso en la intimidad que puede unirnos al algoritmo: no hay aquí circunvalación, y hasta el small talk responde a algo. Nosotros preguntamos; ella responde.
La paradoja de la interpretación humanista alrededor de la tecnología es que no soportamos la idea de una tecnología perfecta (porque desplaza a los humanos), pero tampoco la idea de una tecnología humana, que reproduce las imperfecciones humanas
Si quisiéramos que la tecnología fuese más humana, tendríamos que llevar a cabo al menos dos operaciones: intervenirla en favor del error, o de la traición involuntaria (en ocasiones, la ayuda de un amigo se vuelve contra nosotros, o la propia amistad se avinagra). ¿Puede uno enfadarse con ChatGPT?
Y sin fragilidad en el vínculo, ¿existe vínculo?
La paradoja de la interpretación humanista alrededor de la tecnología es que no soportamos la idea de una tecnología perfecta (porque desplaza a los humanos), pero tampoco la idea de una tecnología humana, que reproduce las imperfecciones humanas (¿quién confiaría en una tecnología no confiable?).
Tirando del hilo, ¿podría ser que aquellos que se consideran humanistas, en el fondo, tampoco soporten al ser humano?

Humano = Robot.
3.
A lo largo de la historia, diarios y correspondencias han constituido un valioso material para mostrarnos la cara más íntima de nuestros autores favoritos. Por tanto, partiendo de la base de que la IA va camino de convertirse en este confesionario laico, ¿existe entonces la posibilidad de que en el futuro alcancemos a leer antologadas conversaciones entre máquinas y humanos? ¿Ha llegado ya el momento de dialogar nuestra relación con las GPUs? Si Shakespeare y Freud hubieran nacido a la edad de ChatGPT, ¿no nos moriríamos por leer sus conversaciones?
Si Shakespeare y Freud hubieran nacido a la edad de ChatGPT, ¿no nos moriríamos por leer sus conversaciones?
Hablando de filias y fobias, una amiga me pide lo siguiente: «Pregúntale a ChatGPT qué les pasa a los neuróticos con su deseo según el psicoanálisis».
«El deseo neurótico —responde la máquina— es intenso pero errático. Se experimenta como insatisfacción constante. Quiere algo, pero no sabe exactamente qué. Entonces sustituye, posterga, fantasea, se autosabotea… Para el psicoanálisis, el deseo no apunta a un objeto fijo, sino que se mantiene vivo gracias a la falta. El neurótico vive en esa falta; la necesita para seguir deseando. Por eso, el deseo realizado (la «satisfacción total») no termina de existir para él. En cuanto obtiene algo… ya no lo desea… El deseo reprimido del neurótico se expresa en síntomas (fobias, obsesiones, angustia, inhibiciones…). El síntoma es una manera torcida de realizar un deseo que no se puede decir… El neurótico no es que no desee, desea demasiado, pero no soporta lo que desea».
Experimento la revelación de este párrafo como si pasara de ver en blanco y negro a hacerlo en color. Por razones que no caben en este artículo, se trata de una de las mejores respuestas que le he leído a este generador-de-contenido-algorítmico-y-predecible, y su origen no es otro que la triangulación Humano-Humano-Máquina. Para obtener buenas respuestas, las preguntas deben ser mejores. Si algo muestra la viñeta es que la excelencia de la conversación con las máquinas solo puede derivarse de la excelencia de la conversación entre humanos. Beep.