Donald Trump 2.0

La cena de corresponsales de la Casa Blanca es el gran evento político mediático del año en Washington. Centenares de periodistas, políticos, empresarios y famosos se mezclan con un compadreo que incluye la autoflagelación del presidente. En abril del 2011, entre los invitados que compartían mesa, estaba un empresario de Nueva York de un extraño color zanahoria. Popular porque presentaba un programa de televisión y por sus líos de faldas y con la justicia, Donald Trump ya descollaba también por sus astracanadas. La última, asegurar que Barack Obama, aquellos días presidente, no había nacido en Estados Unidos y por tanto su elección era ilegítima. En su intervención, el presidente sacó todo su arsenal retórico para ridiculizar al magnate, que se iba hundiendo a medida que aumentaba el voltaje de la humillación y los asistentes se desternillaban de risa.

Aquella noche, algunos comensales aseguran haber oído a Trump mascullar entre dientes que se vengaría de Obama y de los demócratas. Cierto o no, lo ha hecho a conciencia. La inesperada candidatura a las primarias republicanas del 2017, su victoria contra la conspicua Hillary Clinton, los cuatro años de tierra quemada en la oposición y la reelección para un nuevo mandato forman parte del manual revanchista que quizás se empezó a escribir aquella noche en un hotel de la capital norteamericana.

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AP

La versión Trump 2.0, hasta el momento, augura que la operación “pasar cuentas y os vais a enterar” no solo no está acabada, sino que se recrudece a medida que se acerca el 20 de enero, cuando tomará posesión en las escalinatas del Congreso. Lo demuestra la elección de los componentes de su nueva administración, un batiburrillo de radicales, negacionistas, militaristas y fundamentalistas que parece más una brigada de demolición del Estado que un equipo encargado de gestionarlo. El único nexo que les une es la obediencia al líder, la aceptación indiscutible de su palabra como dogma de fe y la aversión cerval a las élites que exhiben su supremacía moral.

Por todo ello, el segundo mandato de Trump es mucho más incierto que el anterior. Será un presidente resabiado y desconfiado, con el que nadie se atreverá o querrá colarle papeles falsos para evitar un desmán como hacían sus colaboradores durante su anterior presidencia.

Visto lo visto, qué gran ocasión desaprovechó aquella noche Obama para haberse callado y guardarse las bromitas para sus amigos de jubilación. Quizás hoy no estaríamos con el corazón en un puño.

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