Vaya por delante que he vivido parte de mi infancia y toda mi adolescencia en un piso bajo al lado de un colegio. Mis oídos se acostumbraron durante años a ese griterío tan habitual de los escolares y para que se hagan a la idea de la proximidad de mi casa y la escuela, más de una vez algún balonazo había alcanzado la ventana de mi cuarto. Hoy sigue la misma escuela y la única diferencia es que mi madre dispone de doble vidrio para que el ruido la moleste menos. Pero no recuerdo que nunca a nadie de mi entorno se le ocurriese protestar por el alboroto que sufrimos. Ni con el argumento de que nuestro bloque se construyó antes que la escuela. Nadie pensó en protestar. Seguramente porque se asume que forma parte de los inconvenientes de vivir en una gran ciudad.
Tampoco recuerdo que la convivencia entre vecinos y escuelas se convirtiese en noticia y llegase a las redacciones de los diarios. Hoy, sin embargo, destacamos en la primera página de la sección de Vivir que un grupo de docentes y familiares de alumnos de cuatro escuelas de Barcelona han acudido al Parlament para pedir que el ruido que generan no se considere un foco de contaminación acústica y evitar así que se restrinjan sus actividades. No es una tontería. Las actuales ordenanzas pueden facilitar el cierre o la paralización de algunas actividades en estos centros educativos a partir de las denuncias de particulares. Es lo que ha sucedido, por ejemplo, en un colegio del Eixample, que ha visto como se le ha precintado una pista polideportiva en un equipamiento que lleva un siglo abierto.
Niños jugando en el patio de una escuela
Lo que sí es cierto es que cada vez se producen más enfrentamientos entre vecinos a causa de problemas de convivencia, como los ruidos. Los promotores musicales podrían explicar también como llevan muchos años haciendo conciertos en determinados espacios sin que nunca se hubieran producido los problemas que existen hoy.
No me atrevo a hacer de sociólogo sin serlo, y es imposible hacer una generalización –cada caso tiene su idiosincrasia–, pero quizás deberíamos ser todos un poco más tolerantes y nos iría mejor.