Una vida que valió por tres

la comedia humana

John Kennedy, el presidente de Estados Unidos cuya vida acabó demasiado pronto, ironizó una vez con que Washington tenía “el encanto del norte y la eficiencia del sur”. Ha mejorado un poco, pero cuando viví ahí en los años noventa seguía siendo una ciudad sosa y mal administrada.

De Washington me vine a vivir a Bar­celona, un salto cualitativo en bienestar urbano. Constaté, y sigo constatando hoy, que es una ciudad con el encanto del sur y la eficiencia del norte. Se vive consciente de que la vida es corta y hay que disfrutarla y, a la vez, herencia quizá de su antigua tradición como centro de comercio mediterráneo, la maquinaria urbana funciona bien.

Hay un equilibrio en Barcelona que no he encontrado en ninguna de las otras ocho ciudades en las que he vivido. Se demuestra en su gente. Nunca he coincidido en el mismo lugar con semejante densidad de personas que hayan logrado esa serena armonía que recomendaban los filósofos de la antigua Grecia como receta para una buena vida.

opi 3 del 22 desembre

Isak Andic 

Oriol Malet

Muchos nombres me vienen a la mente, pero hoy quiero destacar el de uno que llevó la combinación del principio del placer y de la eficiencia a extremos heroicos, y que lo hizo con una ejemplar elegancia y amabilidad. Me refiero a otro presidente cuya vida acabó demasiado pronto, el enormemente rico fundador y dueño de la enorme empresa global Mango.

Isak Andic tenía 71 años cuando murió por una caída el sábado pasado en Montserrat, la montaña mágica que custodia la principal entrada terrestre a Barcelona. Llegó a Barcelona con su familia de Estambul, su ciudad natal, a los 15 años. En el barco conoció a un marinero que tenía la costumbre de traer una maleta llena de ropa nueva a Barcelona para hacer negocio.

Isak le compró el cargamento y recorrió las tiendas de Barcelona hasta venderlo todo. Mantuvo la relación con el marinero y pronto le empezó a comprar no una maleta de ropa, sino dos. Le fue bien, formalizó su negocio, aumentó el volumen de importaciones y abrió una pequeña tienda. Luego se compró una furgoneta y empezó a vender su mercancía por toda España.

Isak Andic fue un emblema de la ciudad: único, brillante, mesurado, amable con todo el mundo

Hoy Mango tiene 2.800 tiendas en 120 países, más de 15.500 empleados, e Isak es, o era hasta su muerte (me cuesta muchísimo creer que ya no está), el hombre más rico de Catalunya, y uno de los cuatro o cinco más ricos de España.

Nada de esto sabía el día que lo conocí. Fue en una cena de unas diez personas a principios del año pasado. Él estaba sentado a mi derecha. Nada más lejos de la caricatura del poderoso magnate que se siente –que exhibe que se siente– importante. Bueno, ni se me pasó por la cabeza que lo fuera. Risueño y manso, hablaba poco
–más bien para hacer preguntas– y escuchaba con cortés atención las bobadas que este servidor soltaba. Lo mejor, se reía de mis bromas.

Al final de la cena me pidió mi número de teléfono y yo, faltaría más, le pedí el suyo. Perdón, le dije, “¿cómo era que te llamabas?”. Un par de personas a mi alrededor sonrieron. Este Carlin no se entera, habrán pensado. Sentado toda la noche al lado de la estrella de la cena y no sabe quién es. Pero Isak no se ofendió. Respondió con naturalidad cuando le pedí que, por favor, me deletreara su nombre, con la misma humildad y cortesía que me cuentan que demostraba a los empleados de su empresa, cualquiera que sea su nivel.

Después de la cena pasamos por su casa, me enseñó su extraordinaria colección de vinos y me regaló una botella. Nunca había tenido en mis manos un líquido tan caro.

Unas semanas después, cena en su casa, donde descubrí que su exquisito gusto no se limitaba a los mejores vinos franceses. Cuadros de Miró y Picasso, esculturas de Jaume Plensa decoraban el comedor y el salón. Me atreví a proponerle que yo le invitase a una cena en un restaurante y tuvo la generosidad de decir que sí. (Como escribió alguien, uno debe tener no solo la vanidad de dar, sino la generosidad de recibir.)

Él reciprocó un par de veces y fue entonces cuando me contó la historia de la llegada de su familia a Barcelona, emigrantes judíos –más bien pobres– probando suerte. Me dijo también que su principal criterio a la hora de elegir personal para su empresa no eran las calificaciones sino si eran buena gente. Ah, y descubrí que tenía un fallo importante: no le interesaba el fútbol.

Se lo perdoné porque era un tipazo y porque coincidimos en lo más cercano que tengo a una religión, el convencimiento de la centralidad del azar en la vida. Lo típico con gente muy exitosa es que te digan que de suerte nada, todo se debe a su inusual talento y feroz capacidad de trabajo. Les gusta citar al golfista que dijo que cuanto más se entrenaba, más suerte tenía. Isak no.

Hubo algo poético en que Montserrat fuese donde dio su último suspiro

Él reconoció que la suerte viene primero. Después, solo después, la sabes aprovechar o no. Hubiera deseado que su muerte –por resbalón y caída al vacío– no nos hubiera dado la razón. Isak fue lo que llamamos un hombre afortunado, hasta que dejó de serlo.

Si yo sufro su repentina ausencia, no quiero ni imaginar el dolor que están atravesando sus hijos, sus demás seres queridos y amigos mucho más íntimos que yo. ¿Hay consuelo posible? Ellos me dirán que no, pero déjenme proponer algo.

Las vidas no hay que medirlas solo con las horas del reloj o los años del calendario. Una vida breve en el tiempo puede contener una desproporcionada intensidad de experiencias. Mozart murió a los 35; Amy Winehouse, a los 27; Juana de Arco, a los 19. Isak Andic metió 100 años, o el triple, en sus 71.

Una cosa más. Amaba Barcelona. Tuvo la suerte de encontrar aquí un lugar que congeniaba mejor que ningún otro con su temperamento sereno, su joie de vivre y su energía empresarial. Hubo algo poético también en que Montserrat fuese donde dio su último suspiro. Emblema de Barcelona, es una montaña única en el mundo por su exuberante y a la vez armoniosa geología. Isak fue otro emblema de la ciudad. Único, brillante, mesurado. Y lo más importante: amable con todo el mundo.

Lee también

Cuando caen los dictadores

John Carlin
Opi 3 Carlin 15 desembre

En cuanto a la botella de vino que me dio. Ha pasado más de año y medio y todavía no la he abierto. No encontraba ocasión digna de semejante regalo. Ahora, sí. Este fin de semana la abriré en homenaje a un hombre que, con total independencia de su dinero, me servirá durante los años que me queden como un ejemplo que seguir.

Lee también

¿La familia primero, o la nación?

John Carlin
La comèdia humana
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...