Un gordo falso de mil euros

El final del siglo XX fue una época contradictoria en que los profesores eran respetados, los padres no sobreprotegían a sus hijos y los niños no teníamos móvil. No se nos prometía un futuro fácil, pero había, al menos, un cierto aire de autenticidad en todo aquello.

Ayer, mientras vivía en el Teatro Real de Madrid el instante de la niña cantando el gordo fake, supuestamente como parte de una apuesta con un amigo, me vino a la mente la autenticidad perdida. El sorteo siempre ha sido un show peculiar: niños cantando números que, durante un instante, tienen el poder de cambiar vidas. Una tradición que parecía suspendida en el tiempo, inalterable en su solemnidad. Pero, en esta época de pantallas y desafíos virales, ni siquiera algo tan icónico como el sorteo ha quedado intacto.

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J.J. Guillén / EFE

La niña cantó el número falso con una precisión envidiable. La broma, si es que lo fue, se viralizó antes de que nadie pudiera entender qué había pasado. Y, mientras el país se debatía entre la indignación y la risa, pensé en el abismo que separa la experiencia infantil de mi generación de la que tiene la del presente.

¿Cómo pueden los críos de hoy entender el significado de ser un niño de San Ildefonso?

En los ochenta, vivíamos en un mundo lleno de peligros reales: calles oscuras, peleas en los recreos, profesores con reglas de madera y palabras que rayaban la ofensa. Los obstáculos no eran virtuales, sino físicos, tangibles. A los adolescentes nos asustaban con la verdad porque la mentira no tenía la sofisticación de ahora. Pero también había espacio para el aburrimiento, estado creativo que nos hacía imaginar y no grabar.

Los niños ya no compiten por encontrar el escondite perfecto, sino por acumular likes. Lo que antes era un acto casi sagrado de cantar los números del gordo en un escenario lleno de expectación ahora puede ser reducido a una apuesta entre amigos o a una tomadura de pelo. Pero, ¿quién puede culparla? ¿Cómo pueden los críos de hoy entender el significado de ser un niño de San Ildefonso? Los adultos hemos creado un ecosistema donde la profundidad es un lujo y el respeto, una excepción. Porque al final el sorteo debería ser lo de siempre: un refugio frágil en la rutina navideña, una esperanza que, aunque sea solo por unas horas, nos haga soñar que todo es posible.

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