La fila serpentea. Rostros adormilados bajo las bufandas. Somos turistas en Padua, en los últimos días de diciembre, bajo un cielo plomizo, esperando turno para acceder a la capilla de los Scrovegni.
En la entrada, el silencio es metálico. Todo es blanco, como un laboratorio, no parece la antesala de una revelación. La técnica del fresco es frágil. Esta capilla debería haber desaparecido, pero la voluntad humana, combinada con la tecnología, ha logrado preservarla. “Quince minutos”, dice una voz desde los altavoces.

La puerta se abre. Lo primero que impacta es el azul, un azul que desborda el lenguaje. Desde la bóveda de cañón, salpicada de estrellas doradas, se derrama por todas partes. No es un color, sino un verbo: actúa, transforma.
Ahí está el fresco Lamentación sobre Cristo muerto. María sostiene el cuerpo de su hijo, y el vacío en su regazo parece abarcar todo el dolor del universo. Su túnica también es azul, pero un azul de luto. Se amalgaman natividad, muerte y resurrección.
Scrovegni encargó una capilla; Giotto creó un espejo para mirar el alma humana
Giotto finalizó estas escenas hacia 1306, tres siglos antes del cogito cartesiano, antes de que la razón dividiera el mundo. Aquí la fe no necesita justificarse y la belleza no teme ser solemne. Incluso el pecado encuentra redención. Enrico Scrovegni financió esta capilla para expiar los pecados de su padre, un usurero al que Dante plantó en el Infierno.
Fuera, el mundo sigue su curso. Los relojes avanzan hacia Fin de Año, las calles se llenan de luces y bolsas. Pero aquí, en la capilla, el tiempo no corre: se pliega, se contrae. Un espacio donde lo lineal y lo circular se abrazan.
¿Cómo se ama? ¿Cómo se pierde? ¿Cómo se perdona? Las figuras de Giotto no son meros símbolos: sostienen estas preguntas en sus manos y gestos. Enrico Scrovegni encargó una capilla; Giotto creó un espejo para mirar el alma humana.
Los quince minutos se agotan. Nos expulsan del azul. Pero algo perdura, una herida de ese mismo color. Y también una pregunta: ¿qué es lo esencial aquí, ahora, al borde de un nuevo año? El fantasma de Giotto responde: mira, siente, recuerda.