Estaba intentando escribir un artículo, pero no había manera. Cogí la bicicleta. Una bicicleta roja, con cesta y telarañas siempre frescas. Bajo los pinos me puse de pie sobre los pedales. En la playa había ovejas y cisnes. Los frenos de la bicicleta chirriaban. Las ovejas me miraban curiosas, gregarias, los cisnes me daban la espalda y fingían que no me veían, que no estaba allí, que no existía. Se metieron en el mar y nadaban a patadas bajo el agua para alejarse. Había cisnes adultos, blancos. Y cisnes jóvenes, marrones. Patitos feos. A medio hacer. Como el artículo del cual yo huía.
A una amiga una vez la atacó un grupo de cisnes mientras nadaba en el Limmat, en Zurich, y casi se ahoga. Quizás es por este hecho que los cisnes me dan respeto. O quizás es porque tienen los ojos pequeños y escondidos en la mancha negra que les guardo una distancia prudencial. O quizás es por su belleza altiva, su elegancia insensible, que los imagino crueles. Bestias tan bien hechas, tan agraciadas, tan refinadas, tan preferidas que seguro que no entienden de paciencia y de compasión. De pifias, de errores, de intentos fallidos, de fealdades o de cosas a medias.
Siempre me ha dado pena que el patito feo se convirtiera en cisne
De hecho, a mí siempre me ha dado pena que el patito feo se convirtiera en cisne. Me gustaba más cuando era patizambo, poco agraciado, desastrado, oveja negra y torpe. Una vez se transforma en cisne, me resulta menos próximo, menos entrañable, como si se convirtiera no solo en una cosa bonita, sino en una figura fría, distante, altiva. O como si se tuviera que ser bello, simétrico, armonioso, definido, para ser amado.
El sol se puso tras los árboles. El cielo y el mar eran rosa y azul celeste. Las ovejas se habían acostumbrado a mi presencia y volvían a comer impasibles. Los cisnes eran puntos muy pequeños sobre las olas. Quizás otra de las enseñanzas del cuento de Andersen es que tienes que encontrar tu sitio, así que dije adiós sin rencor y gracias por la oxigenación y el soplo de aire. Me subí a la bicicleta, y bajo los pinos me volví a poner de pie sobre los pedales. Cuando llegué a casa me hice un té, regresé a las notas faltadas, malogradas y torpes que había dejado esparcidas y desperdigadas y tecleé: “Estaba intentando escribir un artículo, pero no había manera...”.

