Todo el drama político que, igual que el difunto rey de Dinamarca cuando perseguía a Hamlet, el hijo huérfano al que exigía que se cobrase venganza por su muerte infame, acompaña a los socialistas meridionales desde hace un lustro está condensado en una frase (memorable) del gran G.K. Chesterton: “Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa”.
Esto es exactamente lo que sucedió hace seis años –el 2 de diciembre de 2018, la jornada del gran eclipse susánida– y lo que explica que, tras un sexenio en ejercicio, Moreno Bonilla haya podido pronunciar su discurso de final de año –esta vez desde el Puerto de Algeciras; antes lo hizo en una cooperativa de aceite de Jaén, en una taberna de Granada, en un hospital de Sevilla y en un diminuto pueblo de Huelva (Cumbres de Enmedio)– con una tranquilidad pasmosa cuyo pilar maestro es la mayoría parlamentaria que tiene garantizada hasta 2026.
Moreno Bonilla reina sobre Andalucía porque la gente dejó de confiar en el PSOE y empezó a creer en cualquier cosa
En buena medida, esta era de gobierno de la derecha en Andalucía puede resumirse a través de estas sucesivas intervenciones públicas, a las que los ciudadanos prestan una escasísima atención. En ellas contrasta la generosa puesta en escena con mensajes vacíos. Hueros. El 2024 no ha sido una excepción: una inmensa loa a la estabilidad institucional, el anhelo (bizantino) de la concordia y un triunfalismo (andalucista) que no casa con el pálpito social.
El presidente de la Junta, al que bien se le podría aplicar otra sentencia del escritor inglés –“la aventura podrá ser loca, pero el aventurero ha de ser cuerdo”–, no es un político muy dado a correr riesgos. El carácter, dejó dicho Heráclito, es el destino. Y Moreno Bonilla reina sobre Andalucía porque la gente dejó de confiar en el PSOE y empezó a creer en cualquier cosa.

Moreno Bonilla en el Puerto de Algeciras
Todavía no está claro por completo en qué creen hoy los electores. La hoja de servicios del presidente de la gran autonomía del Sur, que ya lleva en el cargo más tiempo que Rafael Escuredo y dentro de cuatro meses superará también a Rodríguez de la Borbolla, los dos primeros patriarcas socialistas, presenta un saldo más escénico que fáctico. Ruido sin nueces.
Su segundo gobierno (tras la legislatura de cohabitación con Cs, que fue fagocitado por el PP entre las sonrisas de los antiguos dirigentes naranjas) tiene un pulso político bajísimo, casi de orden decimonónico. La incertidumbre es nula: cosas de la mayoría. Nadie le discute el liderazgo orgánico ni está abierto el debate sobre una sucesión que, cuando llegue, sí será un problema para un PP que en Andalucía aún se regocija de la milagrosa carambola de 2018.

Salvador Illa y Moreno Bonilla en un acto en la Sagrada Familia de Barcelona
Los altos cargos y dirigentes del PP muestran bastante más autosatisfacción que el presidente de la Junta, que intuye que, de bajar el trasvase de votos ajenos logrado en 2019, gracias al adelanto electoral, tendría serios problemas para sostener su hegemonía institucional, que es total –los grandes ayuntamientos, seis de las ochos diputaciones, el Quirinale de San Telmo– si no fuera por la moción de censura de Jaén y la posibilidad de que sea la vicepresidenta Montero la designada por Pedro Sánchez para hacerse con las riendas (oficiales) del PSOE.
Esta inquietud íntima, por supuesto, queda al margen de los discursos, que se limitan a congratularse de una prosperidad ficticia (en términos estadísticos) y obviam que, de las reclamaciones de la Junta ante la Moncloa, ninguna ha obtenido fruto, ni siquiera magro.
Moreno Bonilla apela a la “serenidad y a la moderación”, pero esta fórmula, a la que San Temo le ha puesto el nombre de vía andaluza, un término copiado de los partidos andalucistas surgidos tras la extinción del PA, no se traduce en resultados concretos. La estrategia del PP en Andalucía –ausencia efectiva de reformas, propaganda amable, una mímesis liberal del primitivo socialismo andaluz– le funciona mucho mejor a la derecha que a los andaluces.

La expresidenta de la Junta, Susana Díaz, junto a Rafael Escuredo y José Rodríguez de la Borbolla
A la primera le garantiza el ejercicio del poder y una independencia total con respecto a Vox; a los segundos, en cambio, no les sirve ni para ver a su médico de cabecera a tiempo ni para tener plazos razonables de atención sanitaria. No ayuda a encontrar trabajo ni a ganar más. En Andalucía, desde hace seis años, el pronóstico siempre es el mismo: No News, Good News.
Cabe preguntarse hasta cuándo puede durar la baraka de Moreno Bonilla, que después de elevar el tono con respecto al cupo catalán, pactado entre el PSC y ERC como medio pago para la investidura de Salvador Illa como presidente de la Generalitat, ha bajado la intensidad de su críticas. El PP andaluz sabe de sobra que tiene escasas herramientas para frenar este proyecto. Sacar a la gente a la calle nunca ha sido su fuerte, ni siquiera en el Sur de España. Se conforma pues con una confrontación retórica, sin excesivo filo y, al cabo, estéril.
En estos seis años no se ha negociado la financiación autonómica. Andalucía no recibe los fondos que merece (por su población). Tampoco la calidad y la asistencia de los servicios públicos ha mejorado. Pero la etapa conservadora en Andalucía es como una celebración perpetua de la Navidad. Entrañable y sin fin: felicitaciones (mecánicas), buenos propósitos, mejores intenciones, diálogo social (pensionado) y muchísima concordia. Paroles, paroles, paroles. Villancicos y zambombas. Amor colosal. Seis años después, casi todo sigue igual. El presidente de la Junta, hombre de sonrisa perpetua, te desea que tengas un feliz Año Nuevo.