Ya proclamó un día sir Winston Churchill que no había nada más indigesto que comerse las propias palabras. Esta semana, Alberto Núñez Feijóo tuvo que tragarse el sapo y anunciar que allí donde habían votado en contra, ahora lo harían a favor. Se refería al decreto ómnibus, que prácticamente no se ha tocado, más allá de tres cuestiones irrelevantes, pero pasan por el arco de triunfo el aumento de las pensiones, el nuevo ingreso mínimo vital, las ayudas por la tragedia de la dana y el volcán de La Palma, la rebaja al transporte público, la prohibición de cortar el suministro de los servicios básicos a las familias vulnerables e incluso se da luz verde al traspaso al PNV de su edificio histórico en París.
El pacto del PSOE con Junts, tras su voto negativo, no va más allá de dar visibilidad a los posconvergentes, que quieren hacer ver cada semana que tienen la llave de la gobernabilidad. Y así, con esta comedia de salón, seguiremos hasta que un día Pedro Sánchez, cuando las circunstancias le sean favorables, decida apretar el botón rojo. Y de momento, paciencia y a hartarse de mejillones en Waterloo.
Como con las cosas de comer no se juega, el PP anunció que votará sí al decreto ómnibus
El PP ha entendido que no puede oponerse a todo, porque con las cosas de comer no se juega. Sus dirigentes tienen que leer más historia. El especialista francés Jean-Louis Flandrin sostenía que la relación del papa León X con la mantequilla en Cuaresma fue una de las causas últimas de la Reforma; también mantenía que la frontera entre los países católicos y los protestantes coincide en gran medida con la línea que separa los países del aceite y los de la mantequilla. E incluso antes que Lutero hubo una sublevación por la mantequilla que concluyó cuando Ana de Bretaña, al contraer matrimonio con el rey de Francia en 1791, negoció que una parte de la población pudiera comerla en los días de ayuno.
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Feijóo ha dicho, después del llamado volantazo del PP respecto al decreto ómnibus, que sus diputados votarán “en conciencia, en favor de los pensionistas, de Valencia y de los usuarios del transporte público”. De lo que se desprende que antes, cuando lo rechazaron, lo hicieron inconscientemente. Todo muy raro, poco consistente y absolutamente innecesario. Y, sobre todo, demasiado indigesto.