Creí que jamás escribiría una frase semejante, pero Barron Trump tiene razón. Cuando, según cuentan las crónicas, aconsejó a su padre que fuera auténtico, que huyera de los estereotipos y las vaguedades, para conectar con el electorado, que no temiera mostrarse, aunque otros asesores le pedían justo lo contrario: moderación y contención. Anda ya.
Estamos en la era del “sé tú mismo” y el que lo sigue triunfa. Los de Barron son consejos muy distintos a los de Maquiavelo (era otra época), para quien lo importante fue siempre parecer y no ser: “Todos ven lo que pareces ser, pero pocos comprenden lo que realmente eres” y en esa jugada de las apariencias estaba la clave de todo. Porque revelar quien realmente eras, en aquella Italia renacentista, podía costarte la cabeza o, con suerte, solo el destierro. Ahora te dispara el número de seguidores (y, sí, también de haters, qué le vamos a hacer).

Trump entronca, por seguir en el Renacimiento, con otros contemporáneos de Maquiavelo, aquellos curanderos y buhoneros que pregonaban por las calles las virtudes de sus inocuos productos a voz en grito, a menudo acompañados de laúdes o liras (entonces no existían los Village People), y lo hacían de un modo tan llamativo que los transeúntes acababan comprando sus mercancías, “incluso quienes saben con certeza que no valen nada, que no sirven para nada y que no dicen nada”, según relataba el escritor Pietro Aretino narrando un paseo junto a su amigo Tiziano.
El cálculo, los discursos que parecen escritos por un equipo de asesores, el cuidado extremo de no herir ninguna susceptibilidad provoca rechazo en aquellos electores –muchos de ellos, jóvenes– que abominan de la política reducida a una sucesión de argumentarios decididos en un comité. Esas frases que las diferentes caras de un partido (intercambiables) repiten sin molestarse siquiera en cambiar una coma. Eso dinamita la confianza en nuestros representantes, pues vemos en la televisión a un líder político y nos preguntamos legítimamente: ¿Qué pensará realmente? ¿De verdad cree que el país va tan mal (o tan bien)?
Barron le dijo a su padre: ves a los podcasts y suéltate. Pero la forma no es el fondo. El problema de Trump no es que no sea auténtico, que lo es (porque la gran paradoja es que, mintiendo tanto, no engaña a nadie), sino que es racista, vulgar, machista, autoritario y aporofóbico. ¿Sería mucho pedir alguien que fuera auténtico, no prefabricado, pero al que le movieran ideales nobles, y pensara en el futuro de todos, en eso que llamamos bien común? ¿Se imaginan?