De zorra a diva (eurovisiva)

Hubo un momento, en el planeta Tierra, en que lo que se conocía por Eurovisión era un mediático concurso de música que se disputaban, sin ton ni son, países del llamado Viejo Continente. Ese nombre, Eurovisión, que luego fue un holding de extracción de retinas y devino en la empresa posthumanity que ahora mantiene nuestros inmortales cerebros conectados a la red, fue en su día –como lo oyen– ¡un show televisivo! Y el suyo no fue un final especialmente feliz.

Melody triunfando en el Benidorm Fest 2025

Melody triunfando en el Benidorm Fest 2025

Morell / Efe

Surgió con la voluntad de unir a las naciones tras una devastadora guerra mundial: cooperación, paz, entendimiento, diversidad. La primera edición la ganó la neutral Suiza con una de las canciones que presentó Lys Assia –no la cantada en alemán sino la otra, la balada hollywoodiense en francés– con porte de bailarina elegante que ha visto películas de Grace Kelly.

Eurovisión fue en su día ¡un show televisivo!, y el suyo no fue un final especialmente feliz

Se premiaban melodías pegadizas, pero el festival era reflejo de su tiempo: si en los cincuenta quería orquestación americana y coros a lo Platters, en los sesenta apostaba por la ye-ye La la la, con Massiel reprimiendo las ganas de vivir poniendo carita de Barbie. Y en los setenta, Abba plantaba sus teclados electrónicos y hablaba de rendirse al amor como Napoleón en Waterloo.

Eran años en que ser europeo era entrar en el club de los agraciados. Israel lo hizo. Izhar Cohen & The Alphabeta aparecieron como salidos del kibutz con el vestido de los domingos, entonando la pegadiza Abanibi. Y ganaron. Y al año siguiente lo hacían desde Jerusalén Milk and Honey con Hallelujah, un canto a la felicidad y la gratitud que sonaba cuatro días después de que Jimmy Carter mediara en el histórico tratado de paz entre Israel y Egipto.

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De zorra a diva (eurovisiva)

Desde el punto de vista musical, Eurovisión siempre buscó el pelotazo comercial. Al final, lo de menos era que reflejara la cultura de un país. La globalización llamó al espectáculo. Y en tiempos de identidad de género, se premió a Conchita Wurst, representante barbuda de Austria, cuya mayor ilusión era vestir faralaes y cantar a lo Barbra Streisand. Y el mundo la aplaudió, “por romper los estereotipos de género”.

Fue en España, sin embargo, reducto de un feminismo maniqueo que permitía a todo quisque decidir qué le hacía a uno mujer, donde se optó por presentar a concurso a artistas que se reivindicaban ora como zorras ora como divas, sin solución de continuidad. Unadiva valiente, poderosa” , pero “sencilla como un simple mortal”. Porque “una diva no pisa a nadie para brillar”. Lo gritaba Melody en el 2025 al ser seleccionada en el Benidorm Fest por Esa diva. Y aún hoy perduran esas infaustas lecciones de feminidad en nuestros cerebros conectados... por gentileza de Eurovisión.

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