Es un argumento recurrente culpar a la desnortada agenda de la izquierda del auge de la ultraderecha en el mundo, pero suele cuestionarse poco el papel que en esta deriva ha tenido también el conservadurismo democrático, que en algunos países está en vías de extinción por culpa de sus propias decisiones. En EE.UU., el partido republicano ha sido tomado por extremistas que hasta hace poco se limitaban a conspirar mientras compartían galletas de mantequilla en salones de té terraplanistas. Hoy no hay quien les tosa. Solo algún congresista aislado se atreve de vez en cuando a salir en defensa de los viejos fundamentos democráticos del partido, pero lo hace en voz baja, como temiendo que X y otras redes de la América exaltada lo sitúen en la diana. También Italia se ha escorado hacia posturas extremas por dimisión de la derecha clásica, un proceso que puede replicarse en otros países.
No ha sido el caso de Alemania, donde la CDU/CSU liderada por Friedrich Merz ha resistido el avance de los ultras y se dispone a gobernar, para lo que tendrá que recabar antes el apoyo de otros grupos. Los conservadores alemanes, que han endurecido su discurso sobre la inmigración y otros asuntos sociales, siguen dispuestos a respetar unos principios que les impiden aliarse con formaciones antisistema que entroncan con un pasado siniestro. La victoria de la CDU/CSU más conservadora, la debacle del SPD (levemente compensada por la subida inesperada de los izquierdistas de Die Linke) y el espectacular resultado de AfD nos hablan de una Alemania que vira claramente a la derecha, pero también de un país que seguirá comprometido con los principios democráticos europeos. Al menos, durante los próximos cuatro años. Propagandistas de la ilustración oscura como el influyente pensador americano Curtis Yarvin, que propugnan la sustitución de los estados democráticos por monarquías regidas por consejeros delegados, seguirán topando –por el momento– con la vieja y obstinada Europa.
Precisamente, no hay mejor modo de contener esa marea neorreaccionaria que reforzar el papel de la UE en las grandes crisis que hoy la atenazan. Del futuro gobierno de Merz cabe esperar que contribuya a superar cuanto antes, desde una posición de liderazgo, el actual estancamiento europeo.