Secundando la petición “Llenadlo de vergüenza”, unos doscientos estudiantes de la Universitat de Barcelona se tomaron la libertad el jueves de pintarrajear el despacho de un profesor, entre bengalas, gritos amenazadores y la pancarta “Foc a l’agressor”, cuyo copyright bien podría reclamar el Santo Oficio, especialistas en churrasco de hereje al punto chamuscado.
 
            
He aquí los hechos. Una universitaria denuncia en el 2023 a un profesor de la facultad de Letras por acoso y agresión sexual. La petición activa el protocolo académico al ser “un hecho muy grave” y la UB aparta de sus funciones al docente (y hasta hoy).
Poco importa que la justicia exonerase de abusos a un profesor de la UB: ¡a la hoguera!
Paralelamente, los Mossos descartan indicios de delito. Por su parte, una juez de Barcelona rechaza la denuncia al no advertir infracción alguna. Finalmente, la Audiencia de Barcelona desestima el recurso en marzo –un plazo nada dilatado– mediante una resolución en la que se dice que “si alguna conducta de acoso se adivina o intuye es la de la propia denunciante” (existen pruebas de que quiso prolongar la relación tras los supuestos abusos, sin atender los reiterados mensajes del profesor de que no quería relación alguna salvo la académica). Solo queda conocer el expediente disciplinario instruido por la propia UB...
El caso me parece inquietante. Ya no se trata del final de la presunción de inocencia –un derecho anacrónico, al parecer–, sino de la negación de que en una sociedad democrática corresponde a la justicia y no a las redes decidir lo que es o no es delito. Nada importan los tribunales –muy firmes en este caso–, sino que es la justicia popular la que condena y castiga, con métodos propios de Charles Lynch (la alumna ha instado a la comunidad educativa esta semana a ese “Llenadlo de vergüenza”, que se ha reflejado en insultos y amenazas al profesor, su mujer y sus hijas).
Cuando esto sucede –y está sucediendo, como dicen en los programas de riguroso directo–, todos perdemos. Hombres y mujeres partidarios de la igualdad. Y ganan –a los hechos y las encuestas me remito– la ultraderecha y una juventud más machista y rebotada que la de sus padres y abuelos. ¡Vaya negocio!
 
            
