El Senado de Estados Unidos ha confirmado como secretario de Salud (el equivalente a ministro) a Robert F. Kennedy, un hombre que cree, por ejemplo, que la covid fue diseñada para afectar selectivamente a ciertas etnias y que en el 2005 publicó un artículo en el que sostenía la idea ya desacreditada
de que las vacunas contra el sarampión provocaban autismo.
La creencia de ese efecto perverso de dicha vacuna había aparecido en un estudio (The Lancet, 1998), aunque más tarde esas conclusiones se consideraron sin fundamento.
Fíjese, tenemos un dato basado en la evidencia: las vacunas han salvado unos 154 millones de vidas en los últimos 50 años (OMS, 2024). Tenemos una creencia sin base: las vacunas tienen efectos secundarios negativos. Y, no obstante, muchas personas están dispuestas a poner en marcha su fe antes que su razón, por lo que deciden no vacunar a sus bebés.
¿Qué lleva a esas personas a creer antes en una paparrucha que en un dato científico?
¿Qué lleva a esas personas a creer antes en una paparrucha que en un dato científico? Usted dirá que es consecuencia del discurso populista. Y es cierto. Pero ese discurso no podría calar como lo hace si no hubiera surgido, en las últimas décadas del siglo XX, la posmodernidad, un movimiento intelectual y cultural que se sitúa en las antípodas de la modernidad, movimiento este que nació en el siglo XVIII con la Ilustración. La modernidad sentó las bases de nuestros sistemas democráticos, defendió unos principios universales y la superioridad de la razón y la evidencia. La posmodernidad defiende el relativismo, la superioridad de las emociones y niega que exista una única verdad, puesto que –dice– toda verdad es una construcción social. Así, según los postulados posmodernos, las opiniones de cada cual pueden ser tan válidas como las evidencias científicas. De ahí que haya familias que no vacunen del sarampión a su prole. De ahí que cada cual pueda reinterpretar la historia como le parezca, véase a Trump afirmando que la guerra de Ucrania la empezó Zelenski. Parece evidente que las verdades universales y las verdades científicas están en entredicho.
En España, la Fundación Española para la Ciencia y Tecnología (Fecyt) realizó en el 2024 una encuesta para determinar la “Confianza en la ciencia y populismo científico”. Los resultados no fueron desalentadores: una mayoría de la población está aún lejos de planteamientos populistas. O posmodernos, como prefiera.
Sea como sea, para defender la democracia –seriamente en peligro– convendría volver a las propuestas de la modernidad y fortalecer el prestigio científico.
