Entre Sánchez y Feijóo no hay química. Ni física. Uno podría ser de Marte y otro, de Venus. Ninguno de los dos ha hecho gestos para mantener una cierta complicidad. Cuando Feijóo tomó el poder en el PP, parecía que su pregonada moderación iba a permitir la mejora de las relaciones con los socialistas, pero esa voluntad duró poco. Tampoco se lo puso fácil Sánchez, que prefirió desde el primer minuto mantenerlo a distancia. Desde entonces, la relación solo ha hecho que empeorar. En lo personal y en lo político. Y eso resulta un serio obstáculo para pactar nada sustancial. Pero Gobierno y oposición deberían poder alcanzar acuerdos en tiempos tan complejos como los actuales, en los que tendrían que imponerse las razones de Estado.
Han pasado 447 días desde la última reunión. Trump ha tenido que poner el mundo patas arriba y a la UE contra las cuerdas para que volvieran a verse. Al menos, hay que agradecer a los dos políticos que hubiera un mínimo de cordialidad ante las cámaras y que lo que iban a ser veinte minutos de encuentro se convirtiera en tres cuartos de hora. Es posible que Feijóo le recordara a Sánchez aquello de que “cuando le fallen sus socios no me llame”. De todas maneras, el jefe de la oposición es consciente de que Europa nos mira en un asunto en que hay poca escapatoria: el incremento del gasto de Defensa que debe acometer España.
Trump ha tenido que poner el mundo patas arriba para que se reúnan Sánchez y Feijóo
La UE y la OTAN presionan al Gobierno español para que se ponga al día: las cifras de inversión del Estado español son las más bajas de la Alianza Atlántica, el 1,28% del PIB. Sánchez intenta hacer equilibrios y buscar complicidades para pasar al 2% que le exige Bruselas sin dilaciones. La seguridad del continente no está garantizada y el tiempo no se mide en estas horas duras con relojes blandos.
Feijóo está de acuerdo en el fondo, pero no en la forma. No son momentos para dar cheques en blanco.Tampoco los socios del Gobierno están por la labor. Seguramente, a Sánchez no le quedará más remedio que explicarse en el Congreso. Sin hacer caso a Oscar Wilde, que recomendaba no dar nunca explicaciones, “porque tus amigos no las necesitan y tus enemigos no las creen”. Pero ahora es lo que toca.
