Madrugada en una ciudad argentina de tamaño medio. Está a punto de amanecer, pero la oscuridad es todavía espesa. El taxi que nos lleva al aeropuerto circula por el carril derecho de un bulevar desierto, a unos 40 km/h. Dos coches se perfilan más adelante. Van despacio, a unos 20 km/h, y el taxi los alcanza enseguida.
Al adelantarlos, puedo ver en su interior a sendos grupos de veinteañeros. Llevan las ventanillas abiertas. Están serios y callados. Los conductores parecen muy concentrados en su tarea. Tanta prudencia me sorprende. Se lo comento al taxista, que me ofrece la siguiente explicación:

–Ya ve usted la hora que es. Seguramente estos jóvenes habrán estado de fiesta por ahí. Y habrán tomado . La legislación es muy estricta, no permite conducir a los que han bebido. Pero hay cierta tolerancia con quienes, al regresar de la discoteca, circulan muy despacio por la ciudad y respetan las señales. No suelen dar problemas.
En términos generales, tenía ya un buen concepto de los argentinos. Los que he tratado me han parecido personas amables y generosas. Pero incrementa mi aprecio por ellos este episodio en el que conviven de modo armónico la tendencia juvenil a la fiesta, la consciencia de estar cometiendo una infracción (y de sus potenciales consecuencias negativas), la conducta no exenta de responsabilidad en tal circunstancia y, a modo de guinda, la tolerancia de las autoridades.
Dejaré claro antes de seguir que la fórmula anglosajona “I don’t drink, I’m driving”, que priva a uno de los miembros de la cuadrilla nocturna –el que conduce– de toda ingesta alcohólica, es insuperable. Con cero copas, la conducción acostumbra a ser más segura. En España, del 30% al 50% de los accidentes están relacionados con el alcohol, y causan 1.500 muertos y 50.000 heridos anuales. Entre otros motivos, porque la bebida induce a muchos, contra toda lógica, a confundir la vía pública con el Circuit de Catalunya.
Puede ser más responsable un conductor achispado que el presidente de EE.UU.; así estamos
Por eso, la variante argentina no es desdeñable. Por eso y porque asume una realidad –los jóvenes beben–, recuerda la existencia de unas normas y los peligros de su vulneración, estimula la responsabilidad juvenil (aunque sea in extremis) y, cosa aún más infrecuente, propicia cierta flexibilidad en los agentes de la autoridad.
En sentido estricto, entendemos por responsabilidad la cualidad de responsable; es decir, de persona consciente de sus obligaciones. Desde esta óptica, no sería responsable quien desatiende una prohibición.
Pero, al hablar de alguien responsable, podemos referirnos bien al culpable de cierta falta o bien a la persona consciente de sus responsabilidades, dispuesta a obrar en consecuencia, aunque sea a su manera. Y, si me preguntan por la principal responsabilidad del conductor, diré que es llegar a destino… sin causarse daños ni causarlos a otros.
Me gustaría saber cómo valora el caso descrito Michael Sandel, el filósofo político que inauguró su bibliografía con El liberalismo y los límites de la justicia, y que ha atraído a millares de estudiantes a sus clases de Harvard. Pero, conociendo su concepto nada anquilosado de la ética, y sabiendo que, como él dice, “las teorías antiguas de la justicia parten de la virtud, y las modernas, de la libertad”, creo que no lo censuraría con mucha severidad.
Libertad y responsabilidad deben ir de la mano. Cuando uno las practica con equivalente convicción, puede aspirar a una vida
razonablemente plena. Por desgracia, los referentes no abundan entre los supuestos máximos responsables globales, que se presentan como campeones de la propia libertad, pero actúan con egoísmo y codicia. Ver al presidente de Estados Unidos obrando como un niñato malcriado y abusador, tratando de quedarse con lo que no es suyo y de desbaratar el precario orden mundial, y ver a su homólogo ruso haciendo lo propio con métodos más sangrientos es desalentador. Al lado de tales individuos, los jóvenes que conducen de noche a 20 km/h, achispados, pero sin salirse un milímetro del carril, parecen un ejemplo de responsabilidad. Así estamos.